Welcome/Bienvenido/Benvingut
Welcome/Bienvenido/Benvingut

El rincón literario: La Sucursal del Cielo

Ana Liza mira al hombre de botas y correa de piel de cocodrilo, mientras su padre le muestra entre los catálogos los distintos modelos que puede ofrecerle, a ella no le interesan los orificios de las tapas en las cajas, más bien la inquietan los distintos tamaños y los colores verdaderamente llamativos.

La tarde calurosa de Cali, los pitos de los carros perseguidos por las sirenas de ambulancias dejan un eco en las habitaciones de la casa. Ana juega con las cajas de fósforos, que desfilan casi paralelas, hacia una bóveda en fichas de Armotodo, escondida entre maderas y pintura.

Hoy sábado de 1985, las cosas están tranquilas, hay trabajo, las muñecas felices, los osos saltan, papá atiende al señor de botas y correa extraña. ¿Somos y seremos los mismos siempre? ¿Qué pasa después de los cajones, de esta cama, de estos muñecos? No hay muerte, la muerte no existe, Kalimán no muere, tampoco El Coyote. Hoy no vendrá Carlota, papá compra en la tienda atún, pan, gaseosa, ya está el almuerzo de albañil, a mí me gusta más que esas tortillas, son cualquier cosa menos torta. Carlota la pelota, me lava, me plancha, a mí ni me importa, compra las cosas en Carulla y en la galería Alameda, nació en Tumaco, donde, según ella, yo no le creo, hay una piscina que tiene sólo una orilla y que se mueve, ella siempre es muy mentirosa y exagerada, el otro día contaba que había nacido en la sala de su casa, yo me reía de su mentira, está bien que una sea pequeña, pero tampoco para creerme boba, todos los niños nacen al frente de mi casa.

¡Ay! esa señora está llorando, entra, pregunta por uno de los cajones de la “pared económica,” Segundo le muestra lo cómodos y lujosos que son por dentro. Al rato Segundo me cuenta que esa señora buscaba la caja para un hijo que le mataron los del ejército por allá en las montañas. Mi papá sólo la mira y el señor de botas le comenta, como en secreto, algo sobre la señora, ambos se ríen, la miran alejarse y discuten el precio del cajón. En estas vacaciones de agosto, desde mi ventana, veo gente que chupan helados, con cometas que caen en mi patio, sin poder salir a hacerlas volar de nuevo, mi papá ni me deja mirar hacia la puerta porque es peligroso; las cometas mueren en mi casa, pero sí quiere que limpie con el trapito verde el polvo de los cajones, que los limpie él pa´ eso son suyos. Él no me limpia mis muñecas.

La casa de los abuelos está en la parte alta del almacén. Ellos están mirando por las ventanas todo el día, nunca bajan ni se les escucha, yo creo que se mueren por ratos cuando duermen siglos y se levantan con hambre. Mi papá siempre los ha odiado y les dice los parásitos, no sé que sea parásito, pero ellos le tiran la puerta de la pieza en la cara, siempre es lo mismo; él ya les tiene los cajones listos, como se lo tenía a mi mamá que se quedó dormidita y está donde los demás clientes de papá.

Quien cree en ti señor, no morirá para siempre, Dios te salve María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos, Santa María Purísima, yo vendo unos ojos negros quien me los quiere comprar, los vendo por embusteros porque me han pagado mal. Los días de agosto en los que se mueven las palmeras, la gente se muere menos, ¿será el viento o las vacaciones del colegio?. Yo estoy saltando en mi cama, triste pero saltando. Segundo es el primero en la lista de mis amigos, trabaja para mi papá en la parte de atrás del hospital trayendo los clientes, jugamos a que él es papá y yo mamá, a los doctores, al entierro de mis muñecas, pero los juegos nunca terminan porque lo llama Lucy, su novia, que es auxiliar de enfermería en cuidados intensivos, él corre de una porque hay clientes, me enseñó a hacer figuras con la sombra de los dedos en la pared, hacemos cruces y calaveras. Él es muy lindo, aunque le falte una pierna, compra los supiros y los dulces de guayaba para después del almuerzo y cuando no hay clientes se pone a jugar parqués con papá. Estoy con mis muñecas, en mi cuarto, detrás del local de papá y desde la parte de arriba de mi armario se alcanzan a ver los cajones del negocio, bajo mi cama hay más cajones, pero éstos son pequeños, blancos y rosados, los tengo llenos de muñecos que nunca uso, están muertos, pero no del todo, mentiras, sólo mientras yo los quiero de nuevo.

Mamá, te quiero por ser como eres, esta tarjeta la pinté en el jardín "Mis primeros añitos" que es de una tía, la universitaria, ella no tiene esposo pero tiene casi tres hijos, dos que fueron mis amigitos del jardín y uno en la barriga, las caleñas son como las flores que vestidas van de mil colores, San, San, San Fernando, con su muro altísimo y las palmeras. Papá hace cuentas: con unos veinte muertos al mes, nos podríamos bañar todos los días en esa piscina azul que es hondísima, según cuenta mi tía la del jardín que va los domingos con uno de los novios. Cuando sea grande voy a ser mamá, tendré una casa para mí sola, no comeré sancocho ni fríjoles, viviré con Segundo y le compraré una pierna de verdad, seré muy linda como Susana Caldas, papáaaa no me moleste que hoy no me pondré los zapatos de charol ni el vestido tieso de los domingos, hoy no quiero, (en este momento me están pegando correazos) ¿de qué vale que ya tenga casi nueve años si lo que yo digo o quiero no importa?

La muerte, es nuestra vida, somos por los muertos, "que vivan los difuntos", eso es lo único que papá sabe decir cuando está contento, porque cuando está bravo, solo la muerte lo reanima. La muerte, yo si sé que es la muerte, mientras mis amigas del Liceo no lo saben, el otro día se murió de gordo, Pluto, el perro de la vecina y las niñas tontas sólo sabían que no estaba, pero no sabían hacia donde se había ido y yo sí, Pluto está en los cajones, no los de mi papá, en los de otro papá que hace cajones para perros, desde ese momento tuve la idea de decirle a papá que hiciera también cajones para perros, pero no he querido contarle porque me grita, como siempre, “por metida”.

Ana deja de jugar con las ollitas, regresa a su cuarto cantando y arrastrando su vestido de satín y sus zapatitos de charol, Ramón Humberto García organiza unos papeles mientras Segundo se coloca unos zapatos que compró en “Zapatodo”, cerca del pasaje Cali, Richi Rey suena como bestia en la radiola Philips de tres bandas, mientras la tarde acompañada de la brisa de los Farallones refresca el sofoco de un día agitado y entrega una ciudad limpia, fresca y dispuesta para una noche bohemia de Parque del Perro, de paseo por la Quinta, de aguardienticos en la puerta de la casa. Ramón guarda los papeles y limpia las copas, Segundo se acomoda con dos butacos en la puerta del local y el juego de parqués de cuatro puestos, más volumen en la Philips que la noche llegó y lo que no se vendió hoy, mañana saldrá, a Juanchito me voy a bañar al río, Ana espera que el televisor, que era de la mamá, prenda. Regularmente tarda unos minutos, para que, desde un puntito blanco en la mitad de la pantalla, surja, por fin, una imagen borrosa que por momentos se distorsiona y Pacheco aparece como pasando por un trance camaleónico. Mi mamá me compró esta muñeca y no la presto, mi mamá está siempre mirándome y yo tengo que manejarme bien porque sabe todo lo que estoy haciendo y se lo cuenta de pronto a papá o al Niño Dios. ¿Qué fue eso? Sonaron unos cuetes como en diciembre, hay tres señores tirados en el piso de la casa uno sobre otro, son papá, Segundo y don Carlos el de la tienda, en la calle gritan y los señores dicen groserías, yo no tengo miedo, lo malo es tanta grosería en la calle a la hora de “Compre la Orquesta”.

Un silencio de segundos, la gente, entre curiosa y cómplice, se amontona en un círculo perfecto, sólo se deforma un poquito para que pase un riito de sangre. ¡Un muerto!, ¡Un muerto!, La puerta se cierra, papá se queda con Segundo en la calle, mientras yo, desde los roticos de la puerta, miro con mi muñeca a los señores que son la muerte. Ese señor en el piso está quebrado, lo dice Segundo y las ambulancias no se detienen para pegarlo, la muerte está en la puerta de la casa, acompañada de dos policías y el vigilante de la cuadra, la muerte es cuando uno se duerme más tiempo que por la noche, cuando mi papá me obliga a dormir está intentando matarme, ese señor no se quería dormir lo obligaron a quedarse tiradito en la calle, donde todos lo están mirando. A mi mamá la puso a dormir un médico del Hospital Departamental, un día que se despertó con la bolsita de agua reventada, esa que tenía en la garganta, a la que mi papá le decía tumor. Se la hizo cuando me salvó de quedar aplastada por un cajón, de los de $20.000; cuatro años más tarde se durmió y cuando él médico habló con los abuelos, no había nada que hacer..., ¡Ay, ay!, Unos señores acaban de llegar con unas máquinas de escribir y la tiza con que mi profesora escribe las tareas en el tablero, juegan con él ¿mu-qué? muñeco le dice la señora de los chontaduros, yo también tengo una muñeca, que llora sola. Dibujan su forma sobre el piso, tardará unos días en borrarse. Después de mucho rato, en el que mi papá iba y venía, hacía y decía: ¡Lo mataron!. Llega la camioneta de color blanco pero sin los bombillos en el techo, montan al muñeco, yo desde el piso del almacén miro a papá que se sienta solo y con la cabeza sobre el escritorio se queda pensando, quiero contarle que sé lo que es la muerte, pero creo que puedo ser muy mala con él, sentada me arrastro hasta el cuarto, y me subo a la cama, en el sueño haré las preguntas que tengo.

Hace 15 años que Ramón llegó de Neiva, había matado a su ex-mujer dicen las malas lenguas, lo acompañaba una muchacha en embarazo, se vinieron para Cali en busca de los papás de la jovencita y evitando terminar en la cárcel. El primer trabajo de Ramón fue vendiendo tumbas en el Cementerio Central, más tarde instaló un taller de carpintería y empezó a elaborar ataudes gracias a los ahorros de la muchacha, que por esa época ya había nacido: Ana Liza, Ana por la mamá y Liza por que sí. Compraron una casa al frente del Hospital y desde ese momento el negocio de cajas prosperó, en principio una sala de velación y con el tiempo lo único que se necesitaba era el muerto porque Ramón hacía el resto, parece que hasta tramitaba la audiencia con San Pedro. Luego aparecio Segundo, un caucano recièn llegado de las montañas, con una pierna, la otra quedo junto con la mina que estaba colocando por los lados de Caloto, el ELN lo mandó para el Hospital Departamental y después se quedó, Ramón lo vio en los pasillos de cuidados intensivos, tirado en el piso, pidiendo limosna y lo llevó para la casa, por eso Segundo le trabaja casi gratis, como si le debiera la vida.

La gente se muere por épocas, los niños casi no se mueren, a ellos no los matan tanto como a los señores, yo soy niña pero amiga de la muerte, la veo y me le río, me gustaría morirme para estar con mi mamá, con todos los clientes de mi papá, estaría bien, pues no tendría que ir a estudiar mañana. Ana se toma la sopa y se pone los vestidos de marinera para irse de paseo al andén de su casa donde la felicidad consiste en ver pasar ambulancias y contar entierros, no tiene amigas, no le gusta hablar con los demás, se hace en la orillita para no ser víctima de uno de los escupitazos del abuelo quien, desde el balcón, tira a los transeúntes con cara de conservadores. Un descuido y el abuelo se sale solò con un pantalón del año 1935, sin zapatos, con una camisa del partido liberal y el machete en la cintura, para matar narcotraficantes. Ana sabe quiénes son los narcotraficantes de los que habla su abuelo, son los clientes de su papá y está segura de que el abuelo quiere ayudar a Ramón con los asesinatos deseados. Ella grita y Segundo corre a coger al abuelo para que no se pase la calle y se vaya a embolatar, lo sube a la casa y le explica que todo lo que dicen en la radio no es cierto. Abuelo, baje el machete, no se ponga bravo, pero él no escucha a la gente, para que el abuelo lo escuche a uno hay que hablarle por la radio, lo que ella dice es lo único cierto para él. En las noches habla sólo de Pardo Llada y de la “Ley contra el hampa”. Agarra fuerte su arma, que es lo único que le dejó su papá, el machete que mató tres godos, él dice que son animales, yo no los conozco, a mí me gustaría comer sudado de godo, ¿será más rico que el de gallina?

Guantanamera, guantanamera, Guajira guantanamera. La morgue está llena de gente que se pone pañuelos en la cara y se abrazan. Yo tengo la muñeca de la televisión que se llama Caminadora, con los retazos de los forros de los cajones le hice un vestido negro y morado muy lindo, espero que las lloronas se vayan a dormir para acostar a mi muñeca en los cajones. Papá le sacó la semana pasada dos dientes de oro a un señor que estaba arreglando para la última presentación en público, como él dice, y la familia no sé dio cuenta. Los vendió para comprar un aviso más grande con el nombre del negocio. Ana está muy linda, se levanta de la cama sola y se arregla para ir a la escuela, ya lee y escribe, baila frente al espejo toda pintada de colores, se la pasa haciendo sufragios de mentiras para vender a sus amigas del Liceo. La abuela está muy enferma porque se comió una torcaza, pues ya le había dicho muchas veces: “que sí volvía a verla comiéndose la comida del perico se la comía a ella” y cumplió su palabra una tarde en que la luz delataba cualquier acto impuro. Ana duerme en la cama con ella, nerviosa porque cree que en cualquier momento también la puede morder. Ramón no se da por enterado pues él vive solo, en el primer piso. Están tocando a la puerta, muy duro, son como las dos de la mañana en el reloj cucú, me asomo por el balcón que da al pasadizo de la casa, Ramón habla con unos señores que lloran desconsolados, le pasan un montoncito de billetes, los señores se van y Ramón destapa el paquete que está en la camilla, lo lleva al patio, prende la manguera y pone la música para desvelados, yo estoy en la ventana del cuarto de la abuela y puedo ver todo lo que está pasando; una señora muy joven, de cabello mono con un golpe en la cara y mucha sangre. A mi no me da miedo, papá dice que hay que tener miedo es de los vivos, papá la lava bien, la seca con un trapo, con una aguja le pone los líquidos que guarda en frascos grandes, sale sangre, sale sangre, sale sangre, yo podría hacer eso, pero no está bien porque a la muñeca que le puse gelatina por los ojos se la llevaron las hormigas sin darme cuenta, cuando tenga un perro como Pluto se llamará Formol. Yo me pinto la cara con las bases con que mi papá maquilla a los clientes. Este cuento de poner a sonreír muertos me aburre, tengo sueño, regreso a la cama con mi abuela y me quedo quietica como si yo fuera la muerta.

Ana se está convirtiendo en señorita, los pechos le están saliendo muy lindos, como los de su madre, es bonita, color canela, unos grandes ojos negros, cadera torneada y una sonrisa coqueta, doce años cumplirá el 8 de enero, una Capricornio. Ya no quiere las muñecas y se la pasa todo el día en el Liceo o donde una amiga, el papá no la deja salir sola, es Rosa la que la acompaña a dar vueltas y a comer helado en las tardes de sofoco, es buena estudiante pero no se preocupa mucho por ser la mejor, ha logrado una familiaridad tal con los difuntos que es capaz de comer, mientras su papá, a su lado, le arregla las tripas a un cliente; los lunes duerme toda la tarde después del colegio; los martes, donde el psicólogo porque habla mucho sola; los miércoles son de Segundo, se pone el mejor vestido y lo acompaña a la morgue o al hospital; jueves del papá, los más aburridores, limpia los cajones, organiza los papeles, le rasca la espalda y se deja cargar en sus piernas; viernes de la amiga, sale del colegio con Rosa, la mamá de Rosa tiene una tienda y se comen los dulces a escondidas, se pintan con colorete, Ana se queda hasta el otro día en casa de su amiguita.

Desde el día que el primer muchacho, el de la bicicleta más linda de la cuadra, le pidió un beso, no quiere que la llamen Ana, “Anita”, porque así le decía su madre. Sólo responde a los que la llaman Liza, dice que Liza es un nombre de mujer y no de niñita como el de Ana. Sábado de los abuelos donde canta las canciones de Felipe Pirela y de los Visconti, le prepara jugo de mora al abuelo quien reposa el cansancio que le produce el hacer nada. Sólo los domingos, entre mirar el techo y la televisión, se sienta un rato a estudiar, pero la mayoría de tiempo a pensar, en no sé qué, pero parece desconectada del mundo de los vivos, sobre un butaco rojo, se pasa las horas, sólo piensa, piensa, piensa y piensa, mientras los avemarías y los rosarios inundan la casa.

Me pido ese carro, ese es él más bonito, me pido todas esas pelotas, son mías, soy la reina, tengo un pelo muy bonito y bailo como Las Flans, estoy en primero de bachillerato y aunque no he podido con las capitales de los Departamentos ni dividir por tres cifras, tengo amigas y un novio que se llama Manolo; el papá es dueño de la rueda y él es patrullerito de la policía, me presta su pito y el bolillo, a cambio le doy besos, él sabe que no le tengo miedo a la muerte, la abuela de Manolo está muy enferma y tengo ya listo el negocio pa´ mi papá. Liza ya es una muchacha un poco independiente, se maneja sola porque Ramón sabe que estudia, pero las ocupaciones de trabajo no le dan tiempo para mirar a la hija bella y despierta, con un cuerpo precioso y esa mirada de los que nunca están del todo en este mundo.

La brisa de Cali está cada día más ausente, los edificios del oeste, lado de ricos, enormes como murallas, no dejan que el viento se pasee libremente por las calles sucias y sin pavimentar de los barrios pobres. Rosa es muy bonita, no tiene ningún parecido a su papá, tiene muchos rasgos de su mamá y del tío a quien, sorpresivamente, le dio por irse a vivir al exterior cuando nació la niña. El papá de Rosa estaba desempleado, pero es muy bueno, un día se levantó diciendo que Dios lo había iluminado y se hizo pastor de la iglesia del Santo Retorno. Rosa es mi amiga porque es la única que me quiere, me regala parte de su lonchera y me da copia de los trabajos del Liceo, sé que también se morirá, eso lo tengo claro, pero los días en que esté viva quiero pasarlos junto a ella. Fueron tres años juntas en la escuela y estamos las dos en el Liceo, es la única de mis amigas que conoce mi casa y se pone a jugar conmigo en los cajones, no le gustan los muchachos tanto como a mí, quiere estudiar para poner un salón de belleza y peinarme gratis cuando yo quiera.

Los días en que de los buses sólo caen camisas rojas y banderas, la alegría mezclada con frustración y odio ensordece las posibilidades de pensar, una masa de fanáticos se agolpa en filas interminables que rodean al Pascual Guerrero, mientras Liza, desde su desinterés por el evento, se dedica a hablar por teléfono, Ramón desorbitado apuesta con fervor y un diablo rojo reemplaza al tradicional aviso del almacén. El Pascual se estremece como un gigante en celo, donde hijueputazos y amenazas traspasan las barreras, es Copa Libertadores, mientras el América gane los muertos no importan. El Pipa y Cabañas se abrazan por el último gol y al Hospital Departamental entran trece nuevos heridos, hombres que sin querer, al abrazarse, se enterraron los cuchillos.

María con pecado habla conmigo y mi papá me tiene donde el psicólogo porque dizque hablo sola, es que es muy bruto, pero no se la voy a presentar, bastante me jode a mí para que la joda a ella también. Por ratos siento que la novia de Segundo no me quiere, cada que él me lleva al Hospital ella me pone a recoger jeringas y a hacer bolitas de algodón; de todos modos me gusta estar en cuidados intensivos, cuando voy me puedo traer para la casa los bisturíes y los aparatos de los doctores, se los doy a mi papá para que me deje ver televisión hasta tarde y me regale plata para los sandis.

Ver y no tocar se llama respetar, jugar sin hacer bulla, comer con la boca cerrada, no meterse en las conversaciones de los demás, pedir siempre permiso, tomarse la sopa. Carlota es mi segunda mamá y yo tengo una amiga que no ha visto nadie, también odia a mi papá, se llama María con Pecado. Liza de catorce años está muy triste, porque Carlota un día barriendo el polvo de las habitaciones, en un estante olvidado, encontró una bolsita con joyas, las guardó en su vestido, se quitó el delantal, soltó el trapo, recogió la cartera y nunca más regresó, nadie supo de ella ni de las joyas de la mamá de Liza; ella no lloró, sintió rabia y odio por la vida y por Carlota. Papá dijo que ya olía a formol, de tanto esperar, mi amiga María también se puso enferma y empezó a oler a formol.

Medicina Legal o Ilegal, una fila eterna de dolientes y otra de gallinazos con tarjeticas de salas de velación hacen la escena, pero Segundo, ágil en el mercado fúnebre, no se tira al ataque sino que se dispone de una manera más cortés a brindar un asiento al deudo y un vaso de agua. Ya está listo el negocio. Me doy cuenta que cuando estoy por la calle, los muchachos me miran más que a mis amigas, en un principio me incomodó, pero ahora me hace falta y cuando no me miran, me subo un poquito la falda, me hago notar con risitas, pelar los dientes nunca falla. Además mi papá cada que le pido plata me mira y me dice: “tiene que buscar marido que yo no la voy a mantener toda la vida”.

Un día hablando con los abuelos me di cuenta de que ya no era una niña, porque entendía todo lo que ellos decían, mi abuela, recordando su juventud, me contó que había que ser primero esposa antes de pensar en otras cosa, porque Dios fue claro en su mensaje y la mujer está a disposición de los hombres que deben velar y cuidar de ellas, a cambio nosotras debemos ser castas y prudentes en nuestros actos, eso me lo repite desde que tengo memoria, pero soy ya grande porque lo entendí; el abuelo, en cambio, empieza a hablar y hablar de por qué mataron a Gaitán, pero mi abuelo ¡ay! se equivoca porque no es Gaitán, es a Galán al que mataron, yo estaba aún con mi papa, pero recuerdo que mi abuelo lloró como si ese señor fuera de la familia. Es que al pobre se le confunden los nombres, la semana pasada me dijo: “Vení Dolores”, yo pensé que le estaba doliendo de nuevo la vena de entrar al baño.

“Bachillerato llega con sus arrebatos”, dijo mi papá, cuando le pedí unos zapatos de tacón, me humilla con su tacañería, pero sin querer vi que mi abuelo guarda en su armario billetes de los de $ 2.000 que le dan en el banco los fines de mes y como tener ropa es algo que me preocupa mucho, a veces le cojo unos billeticos que se convierten en raticos de felicidad, en un colorete, en una blusa, con $10.000 me podría comprar unas ribuk.

Todas mis amigas se pusieron muy tristes el día que Pato se desapareció de la casa, unos dicen que está con el novio viviendo en Bogotá o que seguro se la tumbaron los que ya sabemos. A la puta de Rosario no le duele una muela, a la muy perra la recoge Alfredito en una Toyota en la puerta del Liceo, la muy presumida le subió el ruedo a la falda, se pone los aretes "Yanbal", que nunca le pagó a Rosa, se pintorretea como una payasa y se encarama la arrastrada a calentarle los huevos a esa parrandada de gatillos, según Rosa, dizque se la trepan por allá por Jamundí, la ponen a oler perica y se la culean entre cuatro, llega al otro día estrenando moto y zapatillas.

Segundo está pendiente de que Liza doble la esquina de la Quinta, con el uniforme del colegio y su maletincito bordado, de los que venden los jipis de la sexta para comprar marihuana, a la 1:30 se hace el pendejo, le dice a Ramón que va a montar guardia en el hospital, que no se demora, se escurre por la puerta que da al piso de arriba y espera a que Liza abra la puerta para entrar con ella, sonrisas burlonas, palmaditas juguetonas, besito en la mejilla, pasito que despierta a mi abuela, Segundo espera en las escaleras mientras Liza entra a la sala para cerciorarse de que el abuelo esté, como siempre, encerrado buscando emisoras de Marte, con su radio de mil bandas, que defiende como el más preciado de sus trofeos, es lo único que tiene de recuerdo por su participación en la guerra de Corea. La abuela no duerme, levita con su vestido de flores entre bifloras y geranios, por momentos regresa de su catalepsia, habla con las flores, regaña rotundamente a Pichón, el perico australiano amarillo, regalo de sus bodas de cobre, lo quiere mucho, es el único ser vivo que la escucha, aunque ya no se acuerda quien se lo regaló, lo mira mientras regresa a su tránsito lento hacia el sueño eterno. Segundo arrodillado se atraviesa la sala y se esconde en la pieza del fondo, Liza entra al baño se pega una duchita, se echa talcos y sale con su falda de colegio hacia la pieza del fondo, Segundo ansioso se inca. A ver, pasito que estoy lastimada, no así no Segundo, no haga bulla, venga más bien quédese quietico que yo le hago, sí Segundo, sí, así Segundo. La Radio Nacional de Cuba reproduce un discurso de Fidel, el abuelo aplaude cada viva de la concurrencia, mientras la abuela desde el balcón emprende un rosario interminable, Santa María purísima, compañeros revolucionarios, si papi, así que rico, perdona nuestras culpas, la causa revolucionaria, no pares Segundo no pares, este es un día histórico para nuestro país, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, te quiero mi Anita, no me podrás dejar nunca, viva la revolución, Dios te salve María, ya Segundo, ya. Liza, Liza, al teléfono una amiga del colegio, en un brinco falda y blusa están puestas y Segundo aún no encuentra su prótesis. ¿Aló? Hola pendeja, el que te contestó fue mi papá, ¿cierto?, nos vamos esta tarde para Cristo Rey, con los de las motos y seguro que hasta helados les sacamos, si, si, yo le digo o más bien, decí que vamos a estar donde Marta Gutiérrez, haciendo el trabajo de química y nos vemos en El Parque de las Banderas en unos treinta minutos, listo. El rosario de preguntas de mi papá y los ojos de tatacoa de Segundo mientras me ponía la pinta, pantalones desteñidos, zapatos Pisa Huevo, de los chivis, pero pasan, camisa de chalís, que me prestó Rosa, yo sentada en la butaca del almacén contando unas monedas, mi papá alega que estoy muy niña, que no se puede salir entre semana, que yo estoy castigada y, en medio del sermón, entra un tipo de esos que te ponen a pensar, creo haberlo visto en alguna parte pero no me acuerdo, gafas oscuras, bien parado, carro cupé y biper ¡uy! papito, yo me arreglo la mota y lo miro tratando de que me hable, él me mira de arriba abajo, saca las llaves del carro y las pone en el escritorio, papá se ríe mientras cuenta los dólares que el señor le trajo, pagó ese cajón negro con los herrajes en oro, yo aprovechó la felicidad de papá y salgo para la calle. Mi amiga en la moto con el Gurí, y el flaco Alfredo en la Calimatic 175 esperándome, picos y salimos como locos por la calle quinta, que bacano ese vientecito de la tarde sobre mi cara. En los puentes de Santa Librada un carro rojo nos cierra y dos tipos desde la ventana del carro gritan, ¿pero reinitas que hacen ustedes con esos guabalosos? ¿por qué no se bajan de esas motos de mensajero y nos acompañan por ahí? Era el señor que le había comprado el cajón a mi papá, no me dio susto, estaba más bien creída, me sentí importante, bella para ser raptada, me bajé de la moto diciéndole a Alfredo que no se preocupara que eran amigos míos, jalé por el brazo a mi amiga que no pudo decir palabra, nos montamos en la parte de atrás del carro y como las que no quieren la cosa les dijimos que queríamos irnos para la casa.

Ellos no hacen caso, salimos rumbo al sur, dos parlantes que no dejan escuchar más que su chispún, chispún, chispún y 120 Km/h en el velocímetro hacen rechinar las llantas, los pasajeros quedan pegados a los asientos como garrapatas. Desearia encontrarme a las amigas del Liceo para que me vean moneada en este carrazo, miro para todos lados en los semáforos pero no hay ninguna, ¡uy que casas tan bacanas! qué no daría por vivir en una de éstas, los muchachos se bajan del carro y mi amiga se sube la falda un poquito, se arregla las medias veladas y se echa unos polvitos en la cara. Ella salió del campo a los cuatro años pero todavía tiene cosas de campesina, su papá vende carne en la galería Alameda a sus fieles, su mamá tiene una tienda en la casa, la pobre es muy inocente, es virgen y está yendo a una iglesia donde son testigos de yo no sé que cosa, vive con mil y una cucarachas en la cabeza, sueña con el príncipe azul, el muchacho decente que pida su mano para casarse, ser mamá es su meta en la vida; yo no le discuto, pero quiero ser azafata, conocer el mundo en un avión, vivir entre pilotos y ejecutivos, hablar inglés. Ahí vienen los muchachos con una botella de algún trago raro que parece agua, se montan y nos preguntan si tomamos, las dos al tiempo les decimos que no y ellos insisten, se toman un trago a pico de botella y nos pasan un vaso, yo me hago la que tomo pero mentiras, sólo me mojo los labios con eso tan horrible, mi amiga como que si toma y hace caras, que pelaos para andar tan rápido, ponga jaus plis.

Estar en este carro por las calles que tantas veces he caminado, que orgullo, por primera vez puedo ser objeto de la envidia de mis amigas del Liceo, siento como si yo fuera otra. Acomodada mira por las ventanas y no desperdicia la oportunidad de saludar, alza las cejas a cualquiera que sea medio conocido. Rosa se pone ropa prestada y los zapatos de la primera comunión, que, con unas buenas horas en la nevera se ponen de su talla, no toma pero se siente en la obligación de hacerlo. ¿Qué tal la Rosa? dizque zanahoria y se toma todo, se manda la botella a los labios y ya no hace caras, está poniéndose muy risueña. ¡Uy! un frenazo en seco y los muchachos orillan el carro hacia el andén, no comprendo, Rosa se ríe no sé por qué, Pepe, el más viejo se mete las manos dentro de los pantalones y saca una pistola del tamaño de la mano, toda dorada, antes de que me negara, me la pone dentro de la blusa y el carro arranca, una cuadra más adelante los policías en fila parando todos los carros pa´una requisa, los muchachos se bajan, Rosa y yo no lo hacemos, pues las mujeres no se requisan, mi corazón palpita a mil, Rosa ya borracha, creo, se ríe y le pica el ojo a los tombos, me orino un poquito en los pantalones y rezo tres yo pecador, los muchachos más frescos que lechugas se sientan de nuevo en el carro y arrancamos sin hacer mucha bulla.

Nos llevan a dejar unos paquetes por Siloé, luego nos metieron a esta taberna del norte, pa´ escuchar rancheras y pedirnos picos. Que tipos tan bacanos, estoy feliz, nunca me había sentido tan atendida, pude pedir lo que se me antoje como una niña rica. Levanta la mano si tus ves tele novela, pero levanta la mano si tus ves telenovela, es la chica de los ojos cafés, tú eres mi chica de los ojos cafés. Rosa alegre, yo alegre, mi papá no dijo ni mú, Segundo puto, ¿pero que se cree ese Indio arrastrado?

Voy a robarle plata del cajón a mi papá para comprarme una gel nueva y unos aretes de Las Flans, aprenderé a bailar bien pa´ los días en que los muchachos me inviten a fiestas, pues sé que les caímos bien, ellos no hablan cosas muy interesantes, pero no importa, que rico andar con esos tipos que tienen tanta plata para salir de esta vida. El negocio de cajones está mejor cada día, hasta los propios usuarios vienen a escoger el modelo, lo mandan a hacer y lo pagan de una vez para no dejar nada al azar. Don Ramón pasó de vender un cajón diario durante sábados y domingos (los mejores días) a vender doce de los más caros y de contado, hasta tarjetas de crédito.

Si hay alguna solución, ésta tiene que contemplar la muerte, no hay nada más puntual y seguro, mi amiga, la hija de los González, se cortó las venas para hacer escándalo en su casa, no se mató, pero marcó un precedente, de inmediato entregué tarjetica a mis amigas, de pronto, son futuras clientas, yo creo que me mataré, sí. Desde que vivo en el segundo piso con mis abuelos estoy más tranquila aunque tengo al pendejo de mi papá jodiendo y negándome ante mis amigos, jode por esa bendita línea que él paga, cuando contesta y es una amiga, me la pasa pero si es un amigo no; nunca estoy para hombres, si me demoro con el teléfono, empieza a hacer ruiditos con los números desde la extensión de abajo, cuelgo, le grito y él me grita diciendo que espera la llamada de un cliente, como si los muertos llamaran. Sólo puedo salir con Segundo, me lleva a las reuniones con mis amigas, me acompaña al centro, me toca las puchecas, me acompaña a las fiestas, me quita los calzoncitos, me compra los libros en Santa Rosa, me besa, me ayuda, me controla, me quiere, me cuida, me desea.

Segundo deja por ratos el hospital y se traslada a la morgue dónde es cliente fijo, con la suspicacia de los que no dejan ningún frente sin cubrir se acerca a los dolientes y les extiende un pañuelo blanco, gasta más o menos quince pañuelos diarios; se pone en un rosario de consuelos y lanza su famosa “tranquila que nosotros nos encargamos de todo”, los hace firmar y listo el pollo. Salgo del Liceo, el carro rojo está parado en todo el frente, yo me hago la que no lo veo, me arreglo un poquito y llamo a unas amigas para que me vean. Rosa no está por ningún lado, me pongo colorada, hago gestos con las manos, digo pendejadas y los muchachos del carro empiezan a pitar, como si no fuera conmigo, trato de ser más creída de lo que soy y camino sola hacia la quinta, el carro me alcanza, yo saludo, todas mis amigas me miran, me subo al carro y abrazo al Pezuña.

Las “mamacitas” van y vienen, la calle novena a 100 Km/h, la música durísima. De una bolsa de pasto, él arma unos rollitos como cigarrillos, mientras con la otra mano coge el timón, marihuana, mi corazón no puede, si tuviera fuerza de voluntad le pediría que me lleve a la casa, pero él no me escucha, me coge la pierna, me tira besos, con la lengua le echa saliva al cigarrillo, me dice que mis amigas están muy buenas, se toca la entrepierna, estoy asustada pero no puedo decir nada. Llegamos a un edificio de oficinas, parece casi vacío, sólo dos puertas tienen letrero, algo como comercializadoras de yo no sé que, él me quiere mostrar su trabajo, casi obligada lo sigo, hay una sala con poltronas en cuero, esculturas de mármol como las que el profesor de historia nos mostró en la clase, creo que del Imperio Romano o algo de ese estilo y un T.V. de 10.000 pulgadas, me siento, me pasa un trago y como no lo recibo lo pone en la mesa, se hace a mi lado, me abraza, intenta besarme yo no me dejo, me acaricia las piernas. A la final nadie se dará cuenta, este está mejor que Segundo. No es rabia lo que siento, es como tristeza de no poder hacer otra cosa, no tengo salida, ya estoy aquí y además él no me parese malo.

Quisiera tener dos corazones, uno bueno pa´ buenos y otro malo pa´ malos para entregarlos a cada quien y sin temor a equivocarme... que música tan linda. Liza se maquilla más de la cuenta y esconde la alcancía de monedas de diez que está haciendo para cuando esté llena, irse de la casa. En el Liceo la respetan desde que le partió una regla a una de las màs gordas del salón que se burló de la funeraria, desde ese momento sólo Rosa la acompaña en los recreos, se van detrás de los salones a tomar aguardiente y a fumar. Tiene 16 años y se ve como de 18, toda picardía para con los hombres, las mujeres son sus enemigas. Claro, como todas tienen mamá. Que las han mimado.

Se volvieron muy comunes las saliditas a bailar, a escuchar música, a dar una vueltica. Liza, entre cómplice e ingenua, se hace la que no se da cuenta de las cosas y dice que al final nadie es perfecto, los amigos de antes, con los que iba de paseo a Pance en bus Blanco y Negro para luego sentarse a comer cholados en el Parque Panamericano, no tienen nada que hacer frente a estos señores de carro y ropa fina. Liza nos los volvió a buscar, siente un poco de nostalgia al verlos sentados en el Parque del Perro tirando piedritas a los carros. Son buenos muchachos pero no tienen ilusiones en la vida, no tienen ideales, en cambio El Pezuña, que hombre para saber lo que quiere, está por coronar un negocio y se comprará una lancha, eso sí es luchar por lo que se quiere.

Perdí el año por vaga y la mamá de Rosa le prohibió verse conmigo, pero da igual porque nos vemos de todos modos, ella está de novia con el Pepe y se está poniendo una chimba de ropa. Muy linda la Rosa, ella gano el año pero no es lo mismo que antes, todos los días, después de clase, se va para donde los Testículos de Jehová y luego sale con el Pepe a pecar, yo estoy en el Bodisnais ubicado cerca de la casa y tengo una moto que me regalaron por ser buena chica, lero, lero. Liza se convirtió en la dueña de la casa, Ramón se pone muy bravo, no puede con esa niña que se le salió de las manos, desde que murió su mama él sabe que no es buen padre y que lo mejor para ella será que se case rápido con alguno, así él podrá tumbar su antiguo cuarto y ampliar la sala de velación.

Pablito, El Corroncho, don Jesús, Mariano y Nicolás están en la lista de los posibles parejos de la noche, la alegría que se siente cuándo llega el viernes es como la que se siente cuando se esta próximo a un gran suceso, no sé que tiene el salir, será Cali o su gente que lo mira a uno de reojo, esa superioridad que siento cuando estoy sobre una moto grande o un buen carro, eso no lo puedo explicar soy por ese momento feliz, a sí sea que para eso tenga que darle un beso al dueño de la moto o salir y tomarme una cervezas, soy una mujer, los muchachos me miran y me dicen reinita, ¿qué quiere?, me dicen: mamita está muy bonita, bomboncito llámame, ¿cuándo salimos?, ¡me gustas!. Sólo esos señores que están dentro de esas grandes casas pueden, por momentos, parecerse al papá que siempre quise tener no importa que por eso me tenga que acostar con ellos.

Voy a ser azafata de Avíanca, me casaré con un piloto y viajaré por todo el mundo. Mi novio tiene una gran esperanza en mí y sólo falta que valide el bachillerato para inscribirme en el “Instituto Aires”. Más volumen, más volumen que quiero aturdir mis pensamientos, no pares, más rápido para que no me alcancen los recuerdos, pongan el compac de Vicente que la pena es honda, no esperes que la noche es corta, no me agarres mucho y ¿quiere un poquito?. Liza perdida entre la ansiedad del viernes y las minifaldas, colecciona guayabos y paseos al Lago Calima.

Cali pachanguero, Cali luz de un nuevo cielo, los edificios que brotan de las montañas, el mármol y los vidrios se ven en las fachadas, los carros con vidrios oscuros y los aparaticos que se cuelgan en la cintura permiten que te localicen con un pito al que tienes que llamar para saber quien te solicita, todo el mundo está feliz, las casas viejas de los abuelos se han ido desplomando pero en su lugar, dejan monumentos de la arquitectura que envidiaría Gaudí por lo ingeniosos y estrafalarios, casas que parecen fortines para la bomba atómica. Cali es Cali y lo demás es loma, pues el que no tenga un familiar que no esté en el negocio que tire la primera piedra, además no es malo, es la real lucha que logra el heroico pueblo caleño contra el imperialismo yanqui, ellos se llevan nuestros recursos naturales y nosotros les matamos la neuronas.

Los muchachos siempre tienen armas, a mi no me da miedo, me creo la dueña de las discotecas, los balnearios y los centros comerciales. Segundo compra un revólver en La Olla y se lo pone siempre debajo de las medias, lo tapa con el pantalón, toma dos balas que son las únicas que tiene, se coloca una en el bolsillo derecho y la otra en el bolsillo izquierdo, se amarra los pantalones a los tobillos con cauchos y camina haciéndole mala cara a todo el que lo mira.

Diógenes, el del juzgado, se puso de muy altanero y Segundo lo amenazó con el revólver, desde que compró esa pistola cambió mucho, le regresó el indio que había dejado en las montañas, a todos le quiere dar chumbimba. Ramón se pone a hacer más cajones con enchapes de oro que se venden muy bien, contrató a un grupo de mariachis para ofrecerle a los clientes, en la emoción de las ventas compró un Renol Brek 12 que está convirtiendo en carro mortuorio. Sí señoras y señores, la gran alegría, todos ríen, festejan, la vida les pone en el camino las vacas gordas, hay que sacrificarlas, somos felices porque nos lo merecemos.

Cali es Cali y lo demás es loma, ¿será qué estos pantalones si me sacan culo?. Son días de 1993 empezaron a surgir de la tierra grandes castillos de mármol y cristal con príncipes en carruajes de quinientos caballos de fuerza made in Corea, México lindo y querido, llegaron los pavos reales, los meros machos, la Cali está de city, alias Silverado, ¿cuánto vale su casa?, le pagó el doble en dólares, ¿cuánto vale su hija?, ¿su alma?, ¿su corazón?, ¿sus amigos?, ¿su señora?, ¿su moral?, ¿su firma?, ¿su pasado?, ¿su culo?, démelo tranquilo que se lo pago en dólares y por el doble.

Segundo tiene montado en el patio un campo de tiro, donde las maderas viejas se trasforman en caras de amigos de la casa y tras un rosario de tiros dejan de ser visibles, aunque la abuela le lance agua bendita desde el piso de arriba y el abuelo se le orine desde la ventana, él sigue en su tarea de recobrar la puntería perdida en las montañas, no es lo mismo pegar un tiro con fusil que pegarlo con un 38 corto. Guerrillero de mierda, indio huele feo ¿por qué me viola?, ¿por qué me coge y me mete la mano por debajo de la falda a la fuerza?, ¿cuántas veces le tengo que decir que ya no lo quiero, que yo estoy enamorada del Pezuña?, papito como está de rico. Un día de estos me largo a vivir sola, estudiaré para ser aeromoza la hermosa plis bourd de plein tzenquiu, indio arrecho, la semana pasada se revolcó con la de los chontaduros, puso seis cajones como pare, en el cuarto de atrás la tuvo dos horas y mi papá como no hace si no contar billetes no dice ni mu.

No sé si estoy feliz o triste, solo sé que cada día me levanto odiando el sol, soy de la noche, de lo oscuro y si uso de vez en cuando perica sólo es para poder llegar hasta la mañana sin ser atrapada por el sueño. La bareta me gusta, pero no es mi preferida pues es muy boleta el olor y esos ojos más rojos que la sangre no es bueno, no quiero estudiar, no quiero leer, quisiera enamorarme, comprar un apartamento y ser la novia de un piloto, los muchachos me molestan pero es muy difícil porque mi novio es muy bravo, él me dice que todos los de Zarzal son así, pero no le creo, yo no hablo mucho, no miro a sus amigos, me pongo las mini que él me regala y a cambio estoy fuera de este infierno que es la casa de Ramón, estoy por pensar que todos los clientes de esta funeraria se van para el infierno de una, no hay forma más terrible de pasar a la otra vida que desde esta funeraria. Me echo un perfume de París para ver si algún día se me desprende este olor a formol que llevo en los huesos, yo soy la inventora de esa expresión que hoy en día utilizan todos los gatillos cuando un man la caga, ellos dicen “que huele a formol” y eso se los enseñé yo, ¿será porque mi novio administra la vida en la tierra que yo estoy con él?, ¿será que soy una masoquista?, en la casa hay muertos, en la calle los veo matar, ¡que vida lúgubre de trasnochos y gasolina!

Por la televisión vi un informe sobre la coca donde contaban que los indios de Colombia la usan para trabajar más duro y que eso es algo muy propio de nuestra cultura, yo pensaba ¿qué será que tiene esa vaina?, desde que estoy pegándole en forma a estos pases, me he encontrado con tanta, pero tanta gente en el mismo cuento, que no sé si todo el mundo lo hace y yo no sabía, además una como que se llena de valor, como que las cosas se le olvidan, como que se puede tomar el estanco entero y no amanece.

Hoy es día de rumba, de acelere de descontrol, de aleteo, Pezuña se sabe mover, Pezuña me agarra y soy casi feliz, si no fuera por Segundo, voy a la esquina al frente de la droguería donde me recogen para que Segundo no los vea, ese verraco como esta de dolido, de uan le cuenta a mi papá. Hoy hay fiesta de camisas y de pantalones mojados, ¡ay! ya son las 9:00 de la noche, me pongo los mejores calzones y a rumbear, los muchachos están todos muy lindos, ¡que botas!, ¡que cadenas!, en dos Toyota me recogen sin que mi papá se de cuenta, nos vamos por la quinta a mil, después de los griles paran y hacen subir a cuatro muchachas muy pintorreteadas, parecen putas, no digo nada, Pezuña les coquetea, yo lo miro mal, él me pone una mano en la pierna, todo bien; Rosa está en el carro de atrás y se puso una falda que yo le presté, se ve muy linda, es la novia del Moncho, ese si que es bravo.

Digan por qué no salir, por qué quedarme en la casa pegada a un televisor, para qué escuchar treinta rosarios por semana. Desde que no paro en la casa mi papá no me quiere ni ver, lo que me salva es que puedo salir por la puerta del piso de arriba y mi él no se da cuenta. El viernes mi abuela me dijo que por qué bajaba a rezar el rosario tan pintorreteada. Yo me reí, rosario de besos es que voy a dar. Los lunes estoy enguayabada, los martes de gimnasio, los miércoles estoy en la academia, también hay que ir los viernes pero no va ni el profesor, los jueves de levante con mis amigas, los viernes de pura sexta, de Laions Palas, los sábados Juanchito o fiestas privadas en las fincas, los domingos de balneario por Jamundí. La semana pasada que el Patrón me dejó cuidando a doña Marta fuimos donde la adivina y pobre señora, salió llorando y esta semana me contaron que al hijo menor de ella lo cogieron en USA, como que le dan varios años de cárcel y allá si no hay nada que hacer. El Pezuña por ser buena chica me dio una moto, lo que pasa es que mi papá no sabe y yo la dejo en el parqueadero de la esquina, él dice que si me sigo portando bien pone los papeles a mi nombre.

Te acompaño en tu dolor
Mamita rica
Sintiéndolo mucho
Como estás de buena
Tenga fuerzas
¿Cuándo salimos?
Sé lo que estás sintiendo
¿Te tomas un traguito?
La vida es así
Usted es la única en mi vida
Tan bueno que era
Tan buena que estás
Hay que tener valor
Nos vamos de rumba reinita
Estaba lleno de vida
Bomboncito.

Amén, amén, amén, no dejan de sonar rezos y alaridos en la sala, yo tengo la música bien duro, pero siento que las palabras taladran las paredes, hoy están velando a ese médico del gimnasio en una funeraria del norte, al final no era tan inocente, nadie es inocente, la vida es más justa de lo que parece, yo también tengo mi culpa a cuestas y sólo de vez en cuando rezo un poquito para ver si me toca un lugar fresco en el infierno. Al Pezuña le gusta mucho rezar, en la nueva casa mandó a hacer un altar para el Divino Niño en puro mármol, él dice que le debe la vida al altísimo. La vida es justa, por eso mi papá podrá jugar al chance todos los días y nunca se lo ganará, no se lo merece. A Rosa la veo como loca, se puso a negociar con joyas que no sé de donde saca y como que está haciendo plata, la semana pasada en una traba de los mil demonios me contó que esta hablando con el papá de montar un templo más grande en el lote de al frente de su casa, la veo muy mal pero no es mi culpa, yo sólo le presenté a los muchachos, lo demás es porque a ella la gusta y bueno, contra eso no se puede hacer nada, por eso no le jodo la vida a nadie, no quiero ser como ese pendejo arreglamuertos, no veo, no oigo, no hablo, estoy viva y contenta, es la clave de este negocio, la verdad no quiero ser patrona y menos desde que conocí a una señora azafata que se carga unos paqueticos a Europa en cada viaje y por ese detalle le dan 50 millones, esta hecha esa vieja.

Mirá, no toqués, no preguntés, eso lo aprendí el día que la novia del Careniña pasó a mejor vida, exigí que a ellos les gusta, ponete ropa bien ajustada, sé el centro de atención, pero no hablés ni mirés a extraños, no les contés tus cosas íntimas, si te preguntan soltás las risitas y listo, eso sí, sólo uno porque si te ponés a salir con varios te toca perderte, cuando recién lo conocés no esta bien pedir cosas caras, sólo decile que querés comer, que él es más inteligente, que salgan a rumbiar, que como baila de bien, que son buenas las rancheras; con los días hablale tierno pero imponente, contale sobre ese bluyin de “Unicentro” que te hacía ver las nalgas grandísimas, cuando seás su novia ya podés hablarle de tener una moto, de ir a Cartagena, pero eso sí, nunca pero nunca le hagás reclamos, acordate que le prestás un servicio y él te complace tus caprichos, acórdate que siempre quisiste ser rica, que necesitás dos meses de cajera en La 14 para comprarte la ropa que tenés puesta, la rumba de anoche costó diez veces lo que tu fiesta de 15 años, ya lo sabés, no hablés de su mamá y dale unos sutiles consejitos sobre la ropa que se pone. Viví el momento, esto no se ve todos los días, una no es joven si no una vez en la vida, los años pasan y los gorditos no perdonan, sino explotás lo que tenenés ahora, después gorda y fea... ¿qué, qué, qué?, ¿acaso a vos te gustan las gordas?¿?¿?¿?, no que va. Un pito suena fuerte desde la calle, Liza se aleja del espejo, se pone perfume por cantidades, baja, es sábado y bueno, el Patrón coronó el viaje, hay fiesta especial con orquesta y todo.

Perdónalos porque no saben lo que hacen, saca el perro a pasear, pon, pon, ponte el sombrero, Roberto Roena, mezclado con technotronic, perica con vodka, porque la marihuana es para los parces, hoy entendí eso de Cali la sucursal del cielo. Tengo ganas de morirme y la vida no me deja, mi novio está saliendo con una perra del norte, no es sino que la pille y la mando a calviar. El que no tiene, ni para que existe, sudar frío y sentir que el mundo está en un error, para qué decirles si al final ¿quién soy yo para que me escuchen?, no viven porque no tienen con que, corren todo el día y a duras penas les alcanza para comer, sueñan que algún día tendrán con que comer mejor, veo a esos señores viejos y cansados en sus bicicletas que a estas horas van a trabajar, sé que darían cualquier cosa por estar montados en este carro conmigo, pero ellos no se lo merecen, hay que ser ambicioso y no conformarse con tener hijos y ya. Cuando el Patrón hace las fiestas caen como moscas toda esa partida de muertos de hambre, si algo no aguanto es comer y comer, en la última fiesta, después de la corrida de toros, mi novio y los muchachos se comieron una vaca entera con sus terneritos y la pasaron con aguardiente, se les veía en las caras que desde niños querían comer y comer, yo no les recibí nada, la verdad, siento asco de la grasa y estoy con ellos porque cualquier cosa es mejor que estar en la casa, porque no quiero pedirle plata a mi papá para comprarme ropa o para pagar el curso de inglés. La droga la voy a dejar tan pronto me ponga a estudiar en serio, seré azafata y volaré lejos de aquí.

Una orquesta de salsa, unos muchachos con luces como de nave espacial, unos bailezotes, que bacanería, sí, un traguito, ¿por qué no?, ¡Uy! que papacitos y ese señor tan gordo del carriel ¿quién será?. ¡Eso! dale más duro a la música, el gordo me saca a bailar y mi noviecito no me dice nada, ¿por qué será si él es tan celoso conmigo?, ese señor no se sabe mover, es muy tosco, me pisa, me pregunta cosas al oído, yo pa`que no se ponga bravo le digo a todo que sí, que ahorita, me agarra, me brinda trago, mi novio le sonríe yo no entiendo, se acaba el disco y no me suelta, me pregunta si me gustan los caballos, que si me los muestra, yo le digo que ahorita, que si quería me regalaba uno, yo le digo que gracias, me asusto, mi novio se pierde, él me coge duro del brazo, me saca de la casa, me lleva lejos donde los caballos, todos esos putos animales en la oscuridad son los mismos, no gracias, me mete en una caballeriza del tamaño de mi pieza, se arrodilla, no, que no, que no, ¿para qué un caballo?, yo no sé montar. Liza escucha el ruido de la fiesta y sabe que no hay nada que hacer, todo es cuestion de que no sea muy violento, ella casi se desmaya, lo demás es sólo olvidar. El señor se para, se sacude la paja y sale detrás de mí, camino casi corriendo, llego a la casa y cojo duro a mi novio, ya estaba con otra muchacha, él me empuja y me grita por dejar al Patrón, no, no, no, Rosa me mira, está borracha se para, golpea a mi novio, le coge el brazo, lo jala de las otras muchachas, nos metemos al baño juntas, Rosa se mete un pase de perica, yo no puedo del susto, Rosa la Testigo de Yagé o de no se que, jalándole a estas maricadas más que yo, mi novio se mete al baño, me empuja hacia la taza, me amenaza con dejarme si lo hago quedar mal con el Duro. ¿Duro?, ¿qué puta fiesta es ésta?

Son ya seis años de una fiesta eterna, sé que es culpa mía, pero al final me la he gozado, muchas de las personas con que he salido están muertas, algunas no las he vuelto a ver, sé que cuando uno sabe tantas cosas está con un pie en la otra tierra. Me acuerdo que cuando tenía 14 añitos y todas las ilusiones de una niña, sabía que a mí la vida no me podía deparar nada distinto, sabía que yo estaba hecha para vivir en los extremos, que tenía que salir corriendo detrás de la vida con la muerte pisándome los talones, pero estoy cansada y la muerte hace un par de años, en una fiesta, me alcanzó; desde ese momento vivo con ella o eso creo, no sé por que no ha querido llevarme aún. Mientras Liza piensa, la caravana de carros por la Pasoancho no respeta los semáforos mientras los demás vehículos le abren paso al rugido bestial de los motores.

Segundo sabe de las fiestas, sabe que a Liza la dejan en la casa, está en el Parque de las Banderas con una garrafa de aguardiente comprada en “Carulla”, lo acompañan los de la tienda, después de dos tragos se acuerda del revólver, otros cinco tragos y lo monta con seis balas, diez tragos y se lo pone en la cintura. Cali es más linda en las noches, cuando la brisa se encarga de rociar por las calles sus colores y olores a raza, a fiesta; 3:45 de la mañana, no hay más que pocos taxis y algunos borrachos agarrados de la botella para no caerse, Segundo en el andén, con el revólver en la mano, tres carros se parquean en la acera contraria, dos taxis se atraviesan, Segundo está temblando, se acomoda la pierna, se para, dispara, pasa un segundo de escalofríos, la ciudad se calla, un mendigo salta de los costales, otro disparo, Segundo se tira al piso, nada cae, los carros se pasan la calle saltando los andenes, otro disparo, Segundo en el piso no alcanza a reconocer la llantas sobre él exprimiéndolo, el primer carro sólo lo deja magullado pero los dos siguientes se unen en caravana y también le pasan por encima, Liza está en el piso de la camioneta, Rosa se quedó con el Patrón viendo los caballos, Pezuña coge a Liza del cuello y no la deja mirar mientras huyen por la quinta buscando el norte.

Nada pasa, nunca pasa nada, sólo la sangre que se escurre por las alcantarillas, el único grito es de las llantas Unirroyal que friccionan el asfalto, la muerte está parada en la puerta de mi casa, Liza se para del piso del carro, van por el centro de Cali. ¿Qué habrá pasado? Pezuña me mira, ¿está sudando? ¿Te pasa algo?, dos carros grandes de los amigos de mi novio nos siguen, me siento aturdida, no entiendo lo de los disparos y mi novio dice que nos confundieron pero que a él no lo matan fácil, yo no sé que paso, cojo a mi novio y no quiero regresar a ese sitio, a mi casa.

Le subo a la música para aturdir los recuerdos, me hago la que no pasa nada y sólo me dejo llevar por esa calle larga de coca que cruza mi mano, la vida no es otra cosa que esperar la muerte, por momentos quiero estar muerta, no reconozco el sitio donde me llevan, salimos de Cali, hay una hilera de carros parqueados; triste y sin nada que esperar, como hipnotizada me deslizo, me desvisto, me acuesto. Los de Medicina Legal llegan pronto, el servicio en los días sábados por la noche no es muy bueno, lo levantan con premura porque se acerca la mañana y obstruirá el paso de los vehículos. Sólo me penetra, me rompe, no me tiene, estoy lejos de mí, no sé donde pero lejos, una cama de espejo que aprisiona el alma y acrecienta el ego, se aman para ser vistos, para verse, no me diga más que cara poner, él sigue encima de mí, yo gelatina. Que noche tan larga.

No sé nada, no quiero saber nada, nada sobre nada, por cada amor diez mil lágrimas, por cada felicidad, amargura vendrá. El cadáver lo corrieron rápido hacia él anden porque no dejaba pasar los carros, tres policías y dos señores medio enguayabados miran con asombro, la gente entre aterrada y con afán presta algo de atención al suceso, la pierna intacta sobre el pavimento y un revólver que sigue agarrado por la mano de Segundo. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!. La calle sola, el ruido del carro de mi novio despierta a perros y gatos, unos pocos cristianos esperan el bus para ir al trabajo, la vida sigue, nada puede parar, las cosas pasan y el mundo ni lo siente. A Segundo lo levantan unos paramédicos y Ramón se entera por los vecinos, suben el cadáver en una camilla y lo pasean dos cuadras hasta llegar al Hospital Departamental, esa es la ventaja de morir cerca del hospital más grande de la ciudad. Por el pasillo que era su punto de trabajo, un vendedor se atreve a acercarse y preguntar: ¿usted sabe si la familia del señor ya contrató los servicios funerarios?, Ramón sin hablar persigue la camilla tratando de evitar que la prótesis se caiga antes de entrar a la morgue.

¡Uy! las 8:12 de la mañana y ni que vaya a revirar ese viejo porque hay mismo cojo mis cosas y me largo de la casa. Las puertas sin llave, no hay nadie en el almacén, los abuelos dormidos, como siempre, un gran silencio como de muerto, quiero dormir hasta el medio día. Durante la autopsia, Ramón va a la pieza de Segundo, coge sus cosas como parte de pago de los servicios funerarios que él mismo le va a prestar, lo arregla en el patio de su casa. Liza se levanta como a la una de la tarde y baja al almacén con la intención de pedirle plata al papá. Ve a Segundo acostado en la mesa oliendo a formol. Dios mío, tengo que morirme yo. La muerte no la había tocado tan cerca desde la desaparición de su madre, que por ser tan niña fue como un juego. Vivía entre muertos, pero en realidad, no conocía la muerte, no sabía que era estar de duelo, no sabía como era el adiós de un ser querido que se marchaba para no regresar jamás. Se sienta en el sillón de los clientes y grita. Se había sentado en la prótesis, la toma en sus manos y la deja en el lugar que le corresponde, un chorrito de sangre del difunto se escapa por su estómago y cae a un tarrito de mayonesa vacío que Ramón había dispuesto para tal fin.

La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes como no. Sólo una fila de amigos de Segundo se acerca a mirar más de cerca el suceso, Ramón lo instaló en ese cajón de color gris con manchitas blancas que no había podido vender desde hace más de tres años, los velones y todo lo demás está dispuesto; llega un visitante no esperado, lo acompañan dos Toyotas y un trailer de madera, el señor gordo de carriel se baja, mira lo que pasa pero no le importa, pregunta por Liza, “ella no está”, dice Ramón, entre confundido e inquieto, él sin preguntar dónde se encuentra, baja un caballo y lo amarra a la reja de la casa. Dígale que se lo ganó, luego se sube en el carro y sale hacia el sur.

Todos pierden el interés por el difunto y se amontonan alrededor del caballo que, indiferente, se orina en la puerta del abuelo, la gente ríe, no se explican que puede hacer un caballo por esos lugares, ¿será para la cabalgata de diciembre?, ¿será de alguien que está en el hospital?. ¿Por qué tenía que morir Segundo?, ¿por qué? Yo siempre le dije que no tomara tanto, que se cuidara, fue mi culpa, él tomaba por mí, porque ya no lo quería, no quiero más sufrimiento, voy a matarme también, no extrañaré a mi papá, me mataré. Quien cree en ti señor no morirá para siempre, Santa María sin pecado concebido rogad por nosotros que recurrimos a vos. Las botellas de aguardiente están sobre la mesa y Ramón atiende muy amable a los nuevos dolientes que se precipitan como seguidos por un alma en pena al interior del velorio, tras unos saludos formales se acercan al cajón y miran con esa mirada que guardamos para los que nunca volveremos a ver. Ramón los mira a todos como posibles sucesores del puesto, ¿quién tendrá el perfil?, este monito esta necesitado y ya es conocido en el medio. La señora de los chontaduros, el de la lotería, el farmaceuta, dos o tres vendedores de la quinta, ¿por qué cuando uno se muere le regalan esos cinco minutos de fama y respeto que buscó durante toda la vida?

Liza, en una esquina de su cuarto, tirada en el piso juega con unas fichas de armotodo, enfilándolas hacia una bóveda en tablitas de triplex, estaría desnuda si no fuera por las lágrimas que la cubren, bajando por su rostro, deslizándose por sus senos, precipitándose hasta su vientre y preparando un regreso por el sexo, entran de nuevo a su cuerpo para subir por su estómago y producirle unos cólicos, siente como esas lágrimas suben y esquivan el corazón para hacer una tranca en su garganta que sólo sollozo tras sollozo se desgranan y regresan.

El caballo relincha, los deudos borrachos, Ramón pide una tumba de caridad en el cementerio de Siloé, Liza vomita en su cuarto, un carro de los largos se parquea junto a la casa, se baja un señor pálido, flaco, como de dos metros de alto, se persigna y se toma un traguito que le extienden como bienvenida, no hay buses, no hay sino un ramo de una señora de blanco que, entre las lágrimas, no descuida la llegada de una ambulancia para ubicar al nuevo paciente, todo se cumple sin retrasos, como una coreografía sin pausa, los amigos del muerto se enfilan hacia la puerta, algunos se acomodan como pueden en una camioneta, otros se hacen los pendejos y se van para sus casas procurando no ser vistos, unos pocos cargan con simetría el féretro que siempre pesa más de lo previsto. Ramón y Liza sentados en la parte de adelante del carro, vestidos de negro. Estas calles de Cali huelen a muerto, los carros están pitando detrás de nosotros. El cementerio, más lleno que de costumbre pues es lunes, día de entierros, una bóveda en la pared que hasta hace pocos minutos estaba ocupada por otros restos, la corona de la señora de blanco encima del féretro y sólo ocho personas intentan concordar una canción de despedida, los dos de atrás arrancan con un destemplado a mis amigos les adeudo, mientras las tres mujeres que lloran desconsoladas y que nadie sabe de donde salieron entonan enérgicamente el réquiem del descanso eterno. Todos son unos malparidos, me quiero desmayar. Ramón piensa en el caballo amarrado a la reja de la casa, el entierro es breve, sin misa, sin párroco, sólo una oración de parte de las mujeres, unas palabras de Ramón que están encaminadas a los buenos tratos que él le proporcionó en vida y un desmayo de Liza que se remedia con un cholado de 500 pesos.

El desfile de regreso es más duro, es el de la despedida real, la casa sola, los abuelos preguntan por qué hay tanta gente en la casa, Liza se acuesta acompañada de un frasco de pastillas para los nervios y sólo a las doce de la noche una serenata de mariachis logra sacarla del trance. ¿Para mí esa serenata?, ¿quién la traerá?, Pezuña borracho con sus amigos haciéndole el coro a los mariachis: caballo de patas blancas con herraduras de acero; el caballo feliz de escuchar su melodía se para en dos patas, mueve la cola y relincha al unísono con los guitarrones y las trompetas, Ramón sale y se hace el que no ha visto nada, yo me pongo una blusa y salgo a la ventana, la abuela está desnuda parada en el balcón, la cubro, no su desnudez sino las arrugas, como maniquí escucho las demás canciones, nunca había recibido una serenata, pero el dolor por Segundo no permite que me sienta halagada, sólo quiero que se vayan, no los quiero volver a ver nunca. Ya estás cayendo en la red que te tenía preparada, no tienes que más hacer, sino quedarte callada.

Liza se levanta sin poder despegarse la noche de los ojos, el papá ya abrió el local, el mono de los dulces es el nuevo Segundo. Me visto sin bañarme, bajo y cojo al caballo por las riendas, mi papá sin saludarme me grita diciendo que no me lleve el caballo que él ya lo tiene hablado con un señor, yo no le paro bolas y camino hacia la quinta por el andén, tengo puesta una batola, llevo el pelo alborotado y el caballo me sigue en una procesión de duelo. La gente mira a Liza, dicen que se enloqueció la niña de don Ramón, ¡que pena!. Pienso en los últimos tres años de mi vida, ¿qué quería?, ¿por qué había sido tan alborotada?, ¿por qué dejé que mi amiga Rosa se embolatara en las drogas?, ¿por qué no fui clara con Segundo?, ¿por qué aún estoy viviendo con mi papá si él no me quiere?, él sólo quiso a mamá, ¿por qué la puta vida?, que se larguen todos, que no me lloren, no quiero volver a ser Liza la que está re-buena, no quiero volver a ser la puta de las fiestas, la que se comen porque sí. Los carros me pitan y yo no miro, el caballo se detiene de cuando en cuando a comer hojas de los árboles, los pasos hacia el otro lado de la ciudad son lentos con este animal que no tiene ningún afán. Jala los recuerdos de muchos años perdidos siendo la muchacha de la vitrina, la del destrabe, la guerrera que se llenaba los calzones de perica para que no la pillaran los tombos, la que se ponía los fierros entre las piernas para hacer los torcidos.

Es de noche y Liza aún está caminando, hablando sola, manoteando con el caballo que la sigue sin reparo, en las rejas de una casa en fiesta, amarra el equino sin pensarlo y corre como si el animal pudiese alcanzarla, los demonios de la noche anterior la persiguen. No quiero regresar a casa, no quiero ser la mujer del Pezuña.

Cali se alarga en sus calles de jolgorio, carros, luces de neón, amigos de nadie, Liza camina hacia el único lugar donde se podría sentir segura, hay alguien que la ama así esté bajo tierra, el camino es largo y los recuerdos la persiguen. Cali cálido calidoscopio, Cali caliente que quema, si tenés rabo de paja, sí señor, yo sé quién lo mató, a mil pesos el gramo de perica, pero sigue siendo el Rey, bailen, bailen, coca, coca, coca-colos. Los amigos de mis amigas no son mis amigos. Te mato, te contramato, te recontramato, si señor, que bonita te queda esa camisa de chalís, que botas tan violentas, si señor como no, él vio ya llegó, la demencia con prudencia no es demencia es elocuencia, que me mirás so-maricón ¿te gusté?. Yo vi todo lo que pasó, pero se me olvidó.

Hoy no hace tanto frió y mamá esta cerca, yo estoy llegando a la verdad. ¿Para qué estar y no ser?, ¿para qué ser sin saber dónde ser?, los amigos, creo que vivirán sin mí, la coca, el baile, es como mirar la película de la vida en cámara rápida, es como no tener noción de lo que pasa a nuestro alrededor, es como agazaparnos de fantasía en una cápsula que sólo dura mientras tenemos el dinero para pagar el oxígeno que se respira allí dentro; yo creo que si tuve que vivir para algo, fue para este momento, mi mamá siempre me está mirando y se pone bravita cuando hago cosas malas, ella lo puede ver todo, ella está detrás de cada puerta, de cada viaje. Con los dedos, Liza dibuja en el suelo cruces de varios tamaños, juega con las lágrimas que caen. Quien cree en ti señor no morirá para siempre.

La torre del cementerio está cerca, las bóvedas se desaparecen con la escasa luz de la calle, Liza se baña en lágrimas y balbucea ¡mamá, mamá, mamá!. El cementerio está cerrado, mira los barrotes, se sienta en la acera agarrada de las barandas desde donde se puede ver una cruz blanca, muerte. Mamá, mamá, ¿por qué no te quedaste conmigo?, mamá, mamá, yo estoy solita, solita, mamá te quiere por ser como eres, eres mi muñequita, todavía tengo la muñeca que me regalaste, tengo los tres álbumes de la abeja maya, mamamamamamammamà. Está aferrada a las rejas del cementerio como si fuera la única parte donde pudiera estar viva. Una señora que venía subiendo la loma con un morral, se acerca y mira a Liza con paciencia, ella no le presta atención. La mujer se sienta a su lado, la acaricia, le coge la mano. Esta señora yo la recuerdo de algún lado, ¿será la mamá de alguna compañera del Liceo? o ¿será que me quiere robar?

Tomadas de la mano salen caminado por la calle cargada de polvo, la señora le cuenta que viene de esperar a su hijo para entregarle un dinero, Liza no entiende que pasa, la señora la mira y le dice: mientras llega mi hijo puede estar en mi casa. Liza, siente el vacio de la muerte por primera vez en su cuerpo, es como siempre lo había imaginado, se daja caer emitiendo el último suspiro, ese mismo que había ensayado durante 15 años. Vio un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre èl. El cielo y la tierra huyeron de su presencia sin que encontrase su lugar. Vio los muertos grandes y pequeños, en pie delante del trono: entonces fueron abiertos los libros; fue abierto también otro libro, el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados según el contenido de los libros, cada uno según sus obras, el mar devolvió los muertos que guardaba, y cada uno fue juzgado según sus obras, la muerte y el abismo fueron arrojados al estanque de fuego: ese estanque de fuego es la segunda muerte y el que no fue encontrado en el libro de la vida fue arrojado allí. Al otro día abrió los ojos con un vaso de aguadepanela caliente en las manos. Creí estar en el infierno.


Omar Felipe Becerra Ocampo, 2002 (omarfelipebecerra@gmail.com)

Enviado el 10 de mayo del 2010
Santiago de Cali, Colombia

Escritos breves de Omar Felipe Becerra Ocampo:




 
www.polseguera.com - © Polseguera. Todos los derechos reservados

info@polseguera.com