Welcome/Bienvenido/Benvingut
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El rincón literario: Cuento desde Colombia

"La literatura es una forma privada de la utopía" Ricardo Piglia

Un cinco de enero de 1977 Aida Luz Ocampo tuvo los dolores de parto. A las 6:30 de la tarde conocí la clínica de los Seguros Sociales, como ven, me trajeron Los Reyes Magos, nací bajo el signo de capricornio. Invento historias desde que tengo memoria, las escribo desde que aprendí a escribir, en la escuela me enamoraba siempre de las profesoras de español, hoy estoy casado con una de ellas.

Me gano la vida en los salones de clase, de profesión estudiante, me gusta la montaña, la Coca-cola, el río y levantarme tarde. Creo en la literatura así sea mentira, confió en mis amigos así no sepa donde están, amo a mi familia y seguiré escribiendo así nadie lea mis relatos.

Omar Felipe Becerra Ocampo

A
Ana Maria
Carmen Helena
Aída luz
SOLO
JUEVES 28 DE FEBRERO DE 2002 10:15 PM
"En el galpón de los pavos reales he decidido ser el patito feo"



Cali se despeluca todos los días un poquito para sorprendernos. No sé si desde la codicia o la avaricia, terminamos tirándonos en una tierra próspera para todos los tiradores. Ciudad de polvo, sol y caricias, espacios habitados por la memoria que crea recuerdos olvidados, espejismos. Cali, la ciudad de razas mezcladas por el viento. Por ese ventarrón que todas las tardes se cuela por las lomas del oeste, esquivando edificios gigantes, para rociar de Pacífico la ciudad. Ventarrón que a mí también me unta esos muchos colores bajo el puto sol que camina a mi lado, produciéndome pensamientos que me sacan esa Cali que todos tenemos dentro; así no queramos, esta ciudad de mierda se quedó metida, agarrada en alguna retrechera entraña. El Pacífico y los Andes encuentran en Cali su valle, haciendo de este padazo de tierra un lugar engañadoramente bello, una montañas subidas con silicota y una planicie bien liposusocionan, vivimos en una ciudad capaz de enamorarse hasta de ella misma y al mismo tiempo de aniquilarse postrada en la codicia de unos pocos. Una ciudad de cuarta categoría metida en la parte baja de un país de quinta categoría y yo nacido en una familia que sabía que había que luchar para arañar algo de dignidad en medio de la miseria que nos acorralaba siempre.

El bar rosa, la soledad de la avenida Sexta, mis amigos andróginos, mi única posibilidad de llorar y llorar sobre la leche derramada. Bajo los laureles, porque no hay nada que hacer, siempre serás culpable, no tiene sentido que te esforcés por los que creen lo contrario, lo importante es saber. Ser culpable afecta, ¡no!, no comás cuento, lánzate al cinismo y al me importaunculismo. ¿Por qué te desgastás en explicar lo inexplicable? Lo que seguramente te llevará a que choqués la cabeza contra las paredes y a maldecir todo lo que pensás, sabés que siempre bajo ese estado la cagás y tenés que bajar los ojos y con el rabo entre las patas decir lo siento, lo siento, lo siento. Estás jodido. Por eso dedicate a respirar hondo y a contar hasta diez, tragar saliva siempre es bueno porque te relaja, te pone en sintonía con tus propios sabores aunque éstos terminen sabiendo a las frustraciones que no te permitirán ser nadie, sólo que cuando lo descubrás será demasiado tarde, en ese momento la justicia de la vida te dejará poco tiempo para celebrar tus hazañas.

En una ciudad que es todo y es nada a la vez siempre aparecen los que saben pescar en río revuelto y aprovechan a los incautos para venderle sus visajes sin sentido. Allí estamos todos detrás de lo que nunca sabemos, en esa cacería impune que sólo deja una sensación de haber gastado muchas incertidumbres, rodeados de pirañas detrás de su bocado. ¿Hasta cuándo putas voy a seguir así? Hasta que mis amigos me digan matate pues, matate, dejá de sufrir tanto, de quejarte, dolor de muela, matate y yo les responderé que aún no soy tan valiente, que prefiero esperar a que otro me mate y se condene, que todos son unos conformistas de mierda, que deben hacer algo por no caer en esa caldera implacable de las vanidades. Pero qué va, éstas sólo son las divagaciones de un viandante, de un resentido sin sentido, de un flaner pobre que abusa de la suela de sus zapatos y que aún cree que el destino le tiene grandes sorpresas.

Paso por el café Los Turcos, esquivo la nostalgia que luego me alcanza justo frente al teatro Calima, ese templo del séptimo arte ahora invadido por faldas largas y corbatas baratas que alaban fervorosos a un Dios. Estoy en la Sexta, no la de Andrés Caicedo, esta es mi zona con sus carros de perros, sus estancos, las putas, los jíbaros, la fila interminable de taxis, los gamines y el ejército de trapos rojos que cuidan carros. Hoy todos piensan en la Sexta = rumba; yo también, sin llegar a alebrestarme. Le digo a los manes que no quiero bareta, ¡qué tal! todo peludo no es mariguanero ¿o qué? Pasan por la berma tres gringos chuchentos con severendas cámaras de fotografía en el cuello, robada fija, ya perdieron, seguro se creen en Liverpool ¡ja! No sé si sea la liberación sexual o que sé yo, pero la mariconada se tomó la Sexta, pasan, te miran, se ríen, no son los travestis alebrestados del barrio Granada: son los noviecitos que se pasean por la avenida de camino a un bar. Avanzo esquivando motos en los andenes y diciendo que no a los meseros que me convidan a su bailes: "jefe, tenemos pantalla gigante y música crossover". Los sitios los inauguran, se ponen de moda y si logran ser reconocidos se llenan hasta no más, luego empiezan de nuevo a quedarse solos porque ya hay un sitio nuevo y el ex-nuevo hay que remodelarlo, cambiarle de nombre o simplemente cerrarlo. Eso es la fiesta, mujeres y hombres que pretenden encontrar en los nuevos lugares ese sitio que nunca existirá porque vive en los deseos de nuestras mentes como la mujer ideal o como lo que de verdad queremos hacer en nuestras vidas.

Cuando uno piensa que todo tiempo pasado fue mejor es porque ya se le vinieron los años encima, el reloj de arena ya dio la vuelta entera, no hay nada que hacer, no queda sino el camino de regreso. Recuerdo que mi sueño era ir a Video Halley, ¡qué chimba!, tomar cerveza y fumar Derby. Le dábamos mil pesos al portero para que nos dejara pasar sin cédula. Puro parche de manes, velábamos novia. Nunca teníamos un levante, y si acaso lográbamos sacar una chica a bailar, ya salvábamos la noche; nos tocaba parados porque las mesas eran para los que pedían trago. Por esos días yo conseguí una novia muy linda, la felicidad se vino en tumulto y me pegó una revolcada elegante. Se llama, porque vive aún la desgraciada, Marcela. Teníamos 14 y 16 años, yo me creía grande pero todavía no podía dormir con la luz apagada. Ella vivía a tres bloques del mío, en un tercer piso, era la hija menor de un abogaducho, su mamá pasaba su vida entre fregar, barrer y cocinar mientras le cuidaba el coño a sus dos hijitas, la menor fue la que me tocó porque la grande no salía sino con pelados que estuvieran en la Universidad. A mí me gustó de una, una bizcocha, por eso no me perdía fiesta de cuota, bazar en el barrio, corría como loco jugando escondite americano; en pico botella siempre me hacía al frente de ella, le regalaba credenciales de Hello Kitty y sudaba en mi equipo de voleibol para que ella me viera. Un día jugando a la verdad o se atreve, dije que ella me gustaba y todos mis amigos silbaron y entonaron un: tan, tannnnnnn, tan, tan. tan, tannnnnnn, tan, tan, tan, tan, tannnnnnnn, tan, tan. tan, tan. Luego, cuando la acompañé hasta la casa le cogí la mano y le pregunté que si nos cuadrábamos, ella miró el piso y sin soltarme la mano me dijo que yo le gustaba mucho pero que tenía que pensarlo. Volé hasta mi casa e inauguré mis desvelos. Al otro día se decidió a ser mi novia si yo me comprometía a dejar de andar tan sudado, a arreglarme un poquito el pelo, a quitarme la tierra de las uñas y a no tirar gargajos; esos no eran pedidos, loción, guardé las pantalonetas y me puse bluyines. Desde allí todos los días nos veíamos en el parque o en las escaleras de su casa, y si no nos veíamos, pasábamos horas en el teléfono, hablando y hablando y hablando y hablando y hablando y hablando y hablando y hablando y hablando y hablando. Al llegar del colegio pasaba por su bloque para mirar si tenía las ventanas abiertas. Casi siempre ella estaba allí. Nos gustaba quedarnos amarrados de la mano, tomar gaseosa y comer papitas. Nuestro noviazgo fue el del sí, sí, sí del amor en mi unidad residencial, pues todos los del parche se empezaron a cuadrar. Hasta los feos hicieron un levante, en ese alboroto de hormonas. La gomina y la crema para barros entraron en furor. A unos les iba mejor que a otros con la niñas pero eso sí, nos veíamos chistosos bien arregladitos con la camisa por dentro todos los pollos roncos. Las salidas a Video Halley eran pues para contar fantasías sobre cómo le habían cogido las tetas, también con lujo de detalles explicaban a los demás amigos cómo ellas se ponían más arrechas. Fueron los días en los que probamos el Bórax, nos gustaba tanto hablar y hablar que terminábamos borrachos con dos cervezas y pidiendo al barman que nos diera una canequita de aguardiente por el reloj Benetton de uno de nosotros.

Voy por la Sexta con Blockbuster. Estoy cansado de caminar. Recuerdo cuando iba a las minitecas con mis amigos quinceañeros y nos formábamos en filas bien derechitas, mujeres frente a hombres para bailar house y tecno que William Mix Time Umaña mezclaba con sus vinilos. Los discos duraban lo que pudiéramos aguantar bailando. Eso sí era fiesta. Mientras apretábamos a las nenas con los merengues de los Hermanos Rosario en los salones de los colegios femeninos, soñábamos con ir a las discotecas de la avenida Quinta para ser grandes o, por lo menos, aparentarlo. Technotronic hacía de las suyas en Radioactiva. Las casas y los salones sociales se invadían de muchachos anonadados entre luces y bafles potentes, hacíamos una fila larga para entrar, llegábamos con la esperanza de que esa fuera nuestra noche, págabamos en la entrada para tomar gaseosa hasta embucharnos. Un amigo se había conseguido un revólver hechizo Calibre 22 que nos daba la posibilidad de empujar y mirar mal a los del parche de las Habichuelas. No sabíamos si en verdad eso disparaba, pero tenerlo entre los pantalones nos gustaba. Él lo alquilaba por mil pesos el día. A mí me gustaba pedirlo los sábados.

Llego al bar mezcla de rojo y blanco en una trasformación rara. Hay que hacer un stop en la entrada para saludar a los mismos de siempre y a otros esnobistas que con lo nuevo se dan a su comedia popular. Hoy en día cobran más, el volumen es más alto y hay un salón que se corta por unas escaleras que te suben a otro ambiente, toda esa afición por el diseño termina convirtiendo casas corrientes en salones de baile. El sitio es agradable pero siento nostalgia por minitecas. A cambio de las muchachas de colegio con cajitas cobrando la entrada, hay gorilas con detectores de armas controlando la puerta de esa falsa cofradía de electroadictos.

Ya estoy en el bar rosa, ja, ja, bajo el cielo carente de estrellas pero con todas las constelaciones moviéndose por mi lado, no es sino esperar a que suene algo para salir a bailar, pues para eso pagué. No hay mucha diferencia entre estar afuera o adentro, sólo que los que pagamos podemos pasar y pasar una y mil veces por la entrada levantando la mano donde ostentamos el sello del lugar. Por medio de empujones leves, pero efectivos, cambio dos tiqueticos del cover por cerveza, beer, birra, chela, pola, fría, agria, y luego, por fin, llego al salón donde la música y el calor son más fuertes. Bailo hasta que me harto, me recuesto a una pared para mirar al dj mientras pone, unas sobre otras, canciones que desde hace un tiempo se llaman electrónicas, una música que tiene más variables o mejores formas de nombrar la misma cosa; algo monorrítmico y polisémico.

La silicona se mueve al ritmo de los bitt de la melodía de moda. Niñas aún de bachillerato, se desplazan entre una masa de gente que baila con la cerveza en la mano. Ellas sienten que ése es su lugar, allí se creen grandes, los nuevos ricos y sus maravillosas lobas también aparecen con su inconfundible gesto: ¡aquí estoy! Mírenme pero no me toquen. Los siempre muchachos atentos esperando hacerse hoy el levante de sus vidas le caen a cuanta escoba con falda lo permita. Los infaltables rebeldes sin causa a los que no les gusta nada y están en todo; las neogippi, bellezas híbridas entre el esoterismo hindú y las vitrinas de Chipichape; los que pintan sus pelos de colores sicodélicos, tremendos cocuyos; los amigos del alma que se quedan sin cinco y se la pasan toda la noche pidiéndote cigarrillos, que quinientos para completar para la cerveza, y de salida se te canalean el taxi; los intelectuales discovery channel; los mírenme cómo estoy de crazy; los punkeros light; los estrellitas de pueblo, todos en una dificultad enorme para salir, para entrar, para ir al baño, para pedir un trago. Estamos en el lugar de moda, no sé si "in" pero parece que lo que pasa en la ciudad de la salsa está atravesado por música europea que nunca podremos asimilar. Nos creemos en un club inglés, experimentamos el erotismo del movimiento en un ritual copiado y pegado con engrudo a la tercera ciudad de un país del tercer mundo, miramos alrededor y reaccionamos, sabemos que inevitablemente estamos en él, vestidos con un disfraz incómodo, como en una baile de apariencias donde sobrevivimos copiando hasta nuestra precaria miseria, sin comprender lo raro que se ve el mundo con una forma de sentir donde no somos auténticos y donde terminamos siendo idiotas útiles sometidos bajo eso que no queremos entender.

Ya pagué, así que trato de bailar, pero ya no a mi gusto porque los parlantes votan electrofunkthouse. Todo suena a casi lo mismo, quiero salir de nuevo para hablar con uno que otro conocido, esconderme de la depresión que me produce sentir una ciudad sin sentido, donde los jóvenes, el futuro presente, se agrupa haciendo gala de no sé que cosas, en un bar donde hay que pedir permiso para no ir a pasar sobre ningún ego. No sé si se llame pérdida del sentido común pero creo que hay una generación que, sin la desvencijada utopía de los 60´s, habita aún esa remota posibilidad de ser, no de la imitación ramplona, me refiero al deseo de identificarse con alguien que te acompañe en la multiplicidad de necesidades de sentir.

Siendo más de la una del nuevo día y habiendo consumido mi cover en cervezas, me empujan por la espalda, me volteo confundido y descubro a varios gordos calvos que adornados con cadenas de oro zampado tequila, se ríen, esos que se ponen de profesión comerciantes y que llegan con el gesto de permiso que llegué yo. ¿Qué más hacer?, terminar el último sorbo de cerveza, no estorbar más y salir como pueda entre la gente sabiendo que no regresaré. Sé que no haré falta, pero también sé que en nuestra ciudad estamos cada vez más atolondrados y que seguramente ese bar rojo y blanco = rosa, es uno de los culpables.

La soledad es dura mientras todo el mundo se choca conmigo en mi mente, siento que por momentos necesito un milagro, que pase algo que reviente las cadenas de la cotidianidad para no terminar explorando miserias en terrenos desconocidos, peligrosos y existentes; pero esto no pasa de ser un mero pensamiento cachorro y frustrante que se agravaba mientras la noche no para de tirar. Estoy prendo, sé que si sigo tomando terminaré cagándola como siempre, pero aún no quiero parar, esta es la última birra, además no tengo casi plata y me está entrado como en reversa, una más, y una más, ¿sí o qué? La vida es una caja de sorpresas, bisuterías que te deslumbran, manada de abalorios efímeros que sólo la desilusión pone en su lugar. Tengo miedo aunque sé que morir hoy o dentro de 50 años daría prácticamente lo mismo.

El amor se fija en la mirada de dos cuerpos que no se dicen nada. La angustia, el sin sabor y la nostalgia bailan con pasos que hacen doler la vértebras. Movimientos bruscos, tragos amargos, sentimientos casi nostálgicos. Pierdo peso cada madrugada, mis amigos me visitan en las tardes, cada calmante me inquieta, sé que el tiempo de las despedidas siempre es corto.

Hoy descubrí cómo duelen las venas atarugadas por males que las oprimen. La muerte no es una señora de negro, por ningún lado llegan las guadañas. Estoy totalmente quieto en el dolor de estar siempre acostado, esperando que eso, que debía llegar como el calmante eterno, tenga a bien aparecer.

Debería correr hacia un abismo y olvidar en cada paso a cada uno de mis amores; podría abusar de la morfina y aletargarme para siempre bajo la sencilla sutileza del suicido. O mejor, tratar de esperar esos milagros de los que muchos hablan, intentar que se materialicen en un cuerpo que oprime cada día más el alma; pero sé que la resistencia cargada de nostalgia cambia sustancialmente las posibilidades de mi necesario intercambio.

Ya en mi retirada, paro a comerme una hamburguesa y, mientras el negro vestido de chef me la prepara, espero en una silla Rimax ubicada en el separador de la calle. Mucho queso, mi negro, con todas las salsas y una Coca-cola. Regresa a mi mente esa primera novia. Un día sentimos que besos complementados con una que otra caricia sabían mejor, así que desde esos días buscábamos lugares oscuros, esquinitas para, contra una firme pared, prolongar los espasmos producidos por el largo beso y por los movimientos cuidadosos de mis manos sobre su cuerpo de princesa. Primero la apretaba muy fuerte. Luego, desde su espalda, emprendía un descenso lento, siempre atento a sus reacciones; por sus nalgas que eran la gloria, la tocaba despacio y luego duro, sin pegarla mucho a mi cuerpo porque me daba mucha pena que me pillara parolo. Desde allí mi vida tomó definitivamente otro curso, otra dimensión sublime que trascendía a los estándares más finos del deseo, me sentía un latín lover, mejor que en película. Un día, seguro por efecto de los vinos, ella tomó mi mano y en un diálogo de nuestras lenguas, la pasó por sus pechos, yo nunca pensé que fueran tan suaves, los creía duros y ásperos, no sé por qué en mi mano quedó la forma de sus senos durante varios días. Esa noche me masturbé cuatro veces y no me bastaba. Allí sentí el amor, las tales mariposas en el estómago acompañadas de angustia, de anhelos. Entré en ese raro estado que hace que la sangre corra más rápido cambiando nuestra perspectiva del mundo. Casi pierdo el año, mi mamá le dijo a toda la familia que tenía novia. Me daba pena que cada vez que trataba de hablar con mis suegros se salieran de mi garganta los bochornosos gallos. Cuando me concentraba en sus ojos veía por vez primera el universo. Por eso en las tardes nos encontrábamos en mi apartamento para las exploraciones de ese nuevo territorio que creaba la unión de los cuerpos. Ávido de aventuras nos guiamos por revistas y videos que completábamos con comentarios de amigos para probar, probarnos y aprobar todo e dicho, encoñados días y días. Pero mi media naranja, la madre de mis hijos, la heredera de mi futura fortuna, la mujer detrás de todo gran hombre, tocó a mi apartamento un puta tarde de un lunes gris. Llegó con la mochila del colegio y con una carta. Me la dio, se puso a llorar y bajó las gradas a toda.

En pocas palabras, lo que decía era que me quería muchísimo, que ella no me merecía, que no me quería hacer más daño y que lo mejor era que nos dejáramos.

Festejo mis fracasos, ¿qué más podría hacer frente a una vida perdida en medio de ilusiones vanas? Culpables sin rostro danzan una danza cucusclánica frente a mi retrato, hoy hasta las comidas sanas me producen náuseas. Ayer transcribí con sudores un camino que delimitaba la angustia. Muchos de mis amigos se cambiaron de bando, y mi última admiradora parece que se consiguió un buen tipo.

¿Cómo así que nos dejáramos? Eso quería decir que no estuviéramos juntos, pero no lo creía de ella, la dulce, no podía hacerme esto, pero, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Y no me llamó de nuevo ni me pasaba al teléfono. Yo me tiraba la tarde en el parque detrás de su casa hasta que un día la vi besarse, como me besaba a mí, con un muchacho todo bien arregladito. Los seguí, iban de la mano y se subieron a un Renault 6. El triplehijueputa tenía carro, pues claro, esa si es mucha perra, culpé a la hermana de haberle dañado la cabeza. Quería matar por primera vez en la vida a un hombre. Me fui a mi casa. Me senté en la mesa del comedor y de un sólo lapo le escribí 54 poemas, firmé con sangre y se los dejé debajo de la puerta de su casa. Nunca pensé que mi vida de escritor iniciaría con semejante despecho. Creo que si no fuera por eso, hoy seguramente no estaría escribiendo esto. Descubrí el poder de la palabra (como dicen los pastores evangélicos) de juntar letras para exorcizar la vida y vea pues los avances que esos 54 poemas han logrado. Aún temo que en la cúspide de mi fama literaria a la muy bandida le dé por publicar esos versos, pues desde ya me retracto de cada uno. Ustedes deben entender las circunstancias, y no creo qué valgan como textos reales. Fue sólo el corazón desparramado de la manera más burda sobre hojas en blanco.

Las salsas se me deslizan por las manos y la mostaza casi me llega hasta los codos. No estoy lleno, más bien atarugado. Camino un poco para bajar el último pedazo de pan y luego, montado en el taxi, empiezo a cabecear. Ya no hay semáforos qué valgan, los seres de la noche se apoderan de los lugares que le roban a la penumbra.

El taxi en su afán, levanta a un man borracho, lo veo como a tres metros del andén, el taxista no para. Me pregunto de muchas maneras el significado de la palabra insignificante, siempre es difícil medir lo insignificante de un beso, de matar a una hormiga, si es una cucaracha mejor, de la vida misma como esa sucesión de insignificancias que se multiplican; por un mal paso morimos o logramos la gloria. Odio esta puta ciudad de mierda, ¿que por qué no me largo?, pues no sé, a lo mejor no he podido. Me da putería levantarme siempre acalorado, y que todos se crean los putas en este nido de ratas.

Al llegar a mi casa y despertar al vigilante, se suelta un lluviecita cacorra, melancólica. Caigo irremediablemente en la cama mientras oigo que desde la TV sale una voz arrulladora que habla de cremas para adelgazar.

Todo el viernes sobrevivo al guayabo de la rumba anterior; anoche pensé que tenía el control pero el grupo Ardila Lule se encargó de exprimirme hasta el último centavo con esos miaos de caballo que terminaron dejándome tan jodido como amanecí.

Estoy de paseo por el terreno de las conjeturas, al lado de esas preguntas pequeñas que separan las ganas de la decepción. Hay que decidir qué sentir y no alcanzo a ver hasta donde muere el deseo.

Camino llegando a una sala llena de desconciertos desde donde se ven cinco corredores plagados de culpa, hoy renuncio a la demencia y tomo posturas claras frente al sueño, maldigo a la memoria mientras paso por habitaciones vacías pero con rastros de violencia.

Tomo el sendero corto de los placeres, gotas de sangre marcan el camino, salto pegado a las paredes untándome de cal y silencio. En el último salón, dos latas de cerveza, cinco o seis cigarrillos y la garganta llena de propuestas para una mujer de pasos distantes, de ardientes razones y de planes utópicos que había encontrado la puerta que nunca se cierra.


VIERNES PRIMERO DE MARZO DE 2002


Mientras leo los letreros de la calle y veo a las parejas caminar de la mano, pasan por mi mente los recuerdos con los amores de mi vida, esas mujeres que me mostraron a garrotazos tiernos el camino que aún no sé cual es pero allí voy. La última fue la que me dejó más jodido. En las lidias del amor uno nunca aprende por más que se dé contra el mundo, la terquedad no hace callo y a estas alturas todavía sigo dándome de tumbos contra el universo, trompadas con mi destino y patadas en las guevas con mi futuro. Hace seis meses, en un viernes como hoy, cuando le pica a uno la casa, la vi y sólo con esa mirada, creo que me dio un poco de su vida, pero un poco nada más y aún en este momento deseo poderla ver. Ella no quiere saber de esta figura ni por referencia. Porque parece ser que eso que le gustaba de mí, hoy le es indiferente, pasé de moda en sus caprichos, ya es más fácil que suene de nuevo la lambada a que yo le guste otra vez. Por esa simple razón decidí salir a follarme al mundo, a coquetearle al destino, a picarle el ojo a mi suerte; pero no con esa ralea de pelles amigas mías, eso pa´qué, era hora de probar suerte. Con mi porte y parlamento podría levantarme a una nena nueva, o en su defecto, caerle a una amiga sabrosona para no blanquearme y, de paso, olvidarla del todo si es que olvidar es lo que quiero. Tenía 25.000 pesos, buen plante, no un capital, pero con eso se toma, se picha y se pelea. Antes de salir me bañé bien restregado, tenía la pinta, la "todas caen". No hay mujer inconquistable, la teoría Coelho en mi cabeza y el mundo es mío, soy un ganador. Salí a eso de las nueve de la noche para que no me tocara coger taxi de ida. Esta ciudad se muere en las noches, no pasa nada y la quietud asusta. En el colectivo pensaba en los niños que aún, a esa hora, venden, limpian, maromean, roban, rapean. Hoy primero marzo de 2002, mi época, mi generación toma la batuta. Ya no soy un espectador, soy un participante de este circo, a mí que me tocó por suerte vivir el amor en los tiempos del sida. Esas org s de los que las vivieron y las añoran, ya todos en estos días andamos cabreados y con argumentos. Uno no se puede dar el lujo de gozar transando por allí con quien se le arrime, uno se llena de motivos y las muchachas, con mayor razón. Por eso con ellas ya toca es cuádraselas y hablarles serio, que ojo, que en la jugada con andar perruñando, a uno también le toca echar ojo y no andar revolcándose con cualquiera porque el sida sí-da y una vaina de esa en los Seguros Sociales. yo le cuento, papá. Pero aún así qué vivan las cirugías estéticas, el ron Bacardi limón, qué vivan La Loma de la Cruz, Las Tres Cruces, los condones, las mujeres complacientes, los espectáculos al aire libre y qué viva yo, ¡H.P!

Uy, ya es hora de bajarse. La Sexta se ve animada. Hay buenas viejas, travestis alebrestados, vendedores de bareta, todos los platipobres que salen a chicanear con carro prestado, los cacorros que no faltan, gamines al piso, puestos de comidas para todos los gustos y presupuestos. Dándome el roce por unas calles que tienen bares (casi todas) con mesas, mezanines y música crossover, pero yo no pago por tomarme un trago casi en la calle. De un tiempo para acá la mayoría de los bares tienen un cover, pues se estaban quebrando con tantos que iban y se la pasaban tomando agua en el baño y fumando Boston. El cover no es muy costoso, son cinco u ocho mil pesos que en los buenos sitios sirven para tomarse una cerveza o completar pal caneco. La cerveza es la bebida que puntea en los bares, en los que yo frecuento ésta es nacional, pues la importada es para los bares de yupis. A mí lo de mi tierra primero y más si vale entre dos mil y cinco mil pesos. No es barato pero es razonable. No soy de los que se van a parchar a la entrada de los bares a chupar andén y a tomar Yumanyi, tampoco estoy en esos extremos. Ya ustedes harán cuentas: Con diez luquitas uno rumbea así le toque ir a raspar ollas a la casa y sólo puedas invitar a las muchachas a bailar y peàtir cigarrillos a todo el que estire la mano, pero que salís, salís. En una ciudad de salsa es muy complicado romper con esa tradición; por consiguiente, el 80% de los lugares de rumba tienen ese género como el que predomina, aunque por esta época el vallenato, la música electrónica, el house, el acid jazz, las rancheras, el tribal, los merengues, el rock en español y el drum bass, han conseguido sus lugarcitos y sus seguidores. Si bien yo no soy fanático de la rumba que se llama crossover, no me le arrugo al parche que resulte, soy un todo terreno, bailo lo mismo una guaracha que un son, siempre y cuando esté bien acompañado. Podría seguir a la nena hasta a un culto cristiano.

Por eso lo de salir es una buena opción. No quedarse en la casa dando vueltas en la cama o llamando de puro destrabe a esas amigas feas o hartas que llenan la agenda. Me siento bien, me puse jeans y una camiseta de colores. Hoy es el momento para los zapatos rojos que están pegando. No estoy feliz pero confío en esas sorpresas que nos tiene preparado el destino a los que permanecemos atentos a lo que pase. Llegué temprano a este sitio, el de moda. La verdad, nunca entiendo qué hace que un sitio, de un momento a otro, sea el punto de reunión de determinadas personas. En esto de bares las cosas funcionan con una lógica un poco extraña; pero al que vine hoy es lo último aunque sea igual a los otros. Lo único es que a éste le llega mucha gente y eso lo hace bueno. Uno dice como pa´uno: "¿éste es el del que tanto hablaban en la cafetería, el bar de moda, el de allí nos vemos?" Yo quería ver si era verdad que aquí llegan las hembras más elegantes, y me encuentro con tremendo casting, se pasean princesas, reinas, mamitas, nenas, buenonas, cuchibarbis, anoréxicas, las miss siliconas, unas que parecen haber salido de párvulos hace un par de días, las lolitas que me enloquecen, algunas negras maravillosas, las infaltables gorditas buena gente, las feas que se creen lindas. Algunas me rozan con sus pechos, trato de no pasar desapercibido mientras mis ojos y mi cuello se la pasan como en un partido de tenis, mi cuerpo dice: "¿a cuál me como, a cuál me como?"

Hasta el momento la salida va de la siguiente manera: cada bar tiene su clientela y ésta empieza a formar una cofradía. Se caracterizan por la edad y los gustos, yo aún no me he podido meter a ninguna de éstas, aún estoy en los que pican allí o allá, un camaleón de los parches, si me toca soy fanático de Lavoe, pero si las amistades cambian puedo cantar U2 sin problema y me defiendo entre BIT y BAITES si las charlas y periplos saltan a esos ritmos, también puedo ser un 14 Cañonazos. Pero a mí, aquí entre nos, lo que me mata son las baladas, uy qué rico sería una salidita sólo con la música que evoca al amor. Mientras tanto pico aquí, allí, más allá. Son las 11:00, hora en que inicia la llegada de la gente, pero nadie entra de una, es un ritual que implica el merodeo, el coqueteo, la pantalla, miradas vienen y miradas van, saludos con los ojos, con las manos, besos, abrazos, nos vemos adentro, como estás de bonita, qué bien que viniste, se escuchan por todos lados. Hay que hacer que te vean y tu ves también. Cuando uno está varao se puede tomar un par de frías a precio de estanco e ir entrando en materia a ritmo de chismes y nuevas invitaciones, uno puede ir fumándose el primer cigarrillo mientras espera a que el bar esté lleno porque si no está teto, no está bueno; la lógica es que entre más me empujen, más violenta la rumba, entre más gente afuera de los baños, más in está el sitio.

Hoy estoy afuera del bar de moda, un bar para universitarios varados. Van llegando en taxi y los platuditos en carro. Lo parquean cerca para que los veamos y luego se quedan saludando, a mí nadie me saluda, será que no hay nadie de los míos y decido probar suerte adentro. Allí, solo, en la barra, miro a los qué van entrando y tomo sorbitos de cerveza, de a poquitos mientas el mal bicho de Los Cadillac hace bailar y cantar a algunos. Estos sitios son especiales, ya casi no se ven las discotecas y bailaderos con espejos, poltronas de felpa, luces estroboscópicas de colores, mesitas de vidrio transparente y meseros prestos a cualquier petición; hoy en día son casas que, sin muchos reparos, se trasforman en bares. Lo único que se necesita es una barra, unas pocas mesas, sillas, luces y listo el chuzo. Algunos más audaces adecúan los patios, los antejardines y las piezas se convierten en salitas de baile.

Mi meta para esta noche es, por lo menos, darle un besito con apretadita a una buena nena y llevarme a casa algunos teléfonos de bizcochas. Lo complicado está en que yo soy medio nuevo en este parche y la cosa no es fácil, pero para grandes hombres, grandes metas. Las pintas aquí son raras, las muchachas se ponen colores psicodélicos y las más colinas se pintan el pelo de tonos estridentes, se emperifollan con vainas rebuscadas y blusas vaporosas. Desde hace un tiempo, cada vez más, mis amigas se perforan distintas partes del cuerpo y se cuelgan aretes que en la lengua, que en la panza, que en la oreja, que en la ceja, que por allí, que más acá, como diría mi abuela: La era del zarcillo.

Aquel que no corre vuela y en el planeta son tantos, cómo pueden ser tantos si en la escuela nos enseñan a memorizar fechas de batallas, pero qué poco no enseñan de amor, discriminar. eso no está nada bien, ante los ojos de Dios todos somos iguales.

Está buena la música y pa´qué, el ambiente es amañador. Estoy a gusto, las cervezas me tienen a tono y hasta he bailado un par de temas yo solo, pero bueno, uno ve que la noche pasa, que las muchachas pasan, los tiqueticos del trago se agotan, los pocos amigos que se te acercan te saludan, se van, te sientes en realidad solo alrededor de tanta gente. Ahora es el momento de hacer algo, de sacar a relucir el arrojo, el alma de aventurero, todo un James Bond calihollywodesco. Es mejor intentar algo antes de que me coja la malparidez y se me noten.

Primer paso: contacto visual; se trata de fijar la mirada en una nena más tiempo de lo acostumbrado. Si te regresa la mirada, prueba superada, si no, cambio de candidata. Lo intento con tres que son las que seguro están solas, pero nada. Bueno, las cosas se ven complejas hoy.

Segundo paso: acercate a algún grupo donde está un amigo tuyo y así hacés que te presenten a las niñas. Saludo efusivamente a dos grupos de amigos, hasta les brindo de mi escasa cerveza y les prendo a las niñas sus cigarros. Se me alejan como si oliera a mierda.

Tercer paso: abordar a una nena en lugares comunes, baños, salidas, o la barra. Lanzar un comentario y según sus repuestas plantear un diálogo, o en su defecto, un interrogatorio que se selle con la salida a la pista. Ninguna me da cuerda para iniciar una conversación.

Cuarto paso: pedirle ayuda a un mesero, barman, portero y así conseguir los datos de las niñas, pero aquí no tengo confianza con ninguno de los trabajadores.

Quinto, desesperado paso: salir a la pista y bailar solo. Eso es como tirarse al charco y manotear según la corriente femenina. Suena Manu Chau, me logro emparejar pero la dicha dura lo que dura la canción porque una vez terminada cada niña se va para su parchecito a estar con sus amigos, y yo, tan solo como llegué.

Sexta (la milagrosa): que sin hacer mayor cosa, una doncella se te presente y que ella a ti te guste. Allí sí, ¡bingo mi hermano!, moñona, después de esa al otro día hay que comprar chance con las últimas cuatro cifras del número telefónico de ella.

Séptima (la rastrera): como para no irse en blanco hay que caerle a las borrachas o a las feas. Uno se empieza a meter en la cabeza que cualquier hueco es trinchera, que a lo mejor sea rica o que seguramente tenga amigas bonitas, estar allí como un perro, azare y azare a la que le dé chico a uno.

Antes de irme decido plantarme en la barra otro rato y dar la faena por terminada. A las dos de la mañana llego a la triste conclusión que hoy fue otro día perro como los anteriores. Eso de levantar viejas en las barras de los bares sólo pasa en las películas, y aquí con lo timbradas que se mantienen, intentarlo es perder el tiempo. Las que medio me miraron eran feas o eran manes y no aguanta ceder tanto por un polvo. Será regresar a la casa aburrido con la derrota a cuestas, solo y arrepentido por las horas de sueño vital que se perdieron en mirar detenidamente a toda doncella que se pasaba por mi lado. Me sirvió como terapia y como destrabe no más.

También es cierto que no tengo la pinta como para levantármelas de una. Hay que ser sincero. Pero una vez que las nenas sobrepasan la barrera de la mera imagen y logro que se instalen a mi lado, mis diálogos finamente perfeccionados cumplen efectos de encantamiento, pues las alabo sin zalamerías hipócritas, les valoro lo que dicen y motivo su interés; con ese discurso han caído hasta las más sofisticadas doncellas. La semana pasada, sentado en esta misma barra y tomando lo mismo que hoy, estaba a punto de tirar la toalla, de marcharme, y en casa hacerme la paja de la honrilla, pero la vida es bella, bellísima: En el momento de despedirme, una mujer o eso parecía, se sentó a mi lado y, un poco inquieta, se puso a mirar detenidamente mis zapatos. Pa´ que les digo que no si sí, esa nena me gustó a tal punto que es la que estoy esperando hoy, pues no sé cómo pero impregnó en mi retina su rostro (es cursi, pero el amor es cursi ¿o no?) Para que sepan como inició todo, haré un pequeño recuento.

¡Ésta es! Definitivamente ¡ésta es!, pensé. Apliqué la estrategia de ¿quiere tomar algo?, fue la apertura. Levanté la voz pidiendo una Club Colombia y la miré a ella que con los ojos dijo: para mí nada.

- Me le presenté -ella se rió como si me llamara Ruperto.

- ¿Cómo estás? -pero nada, no obtenía respuesta, pasaron varios minutos en los cuales nada más tomaba de a sorbitos y la miraba de reojo.

Después dijo: -¿Sabés? Desde que té vi sentí una energía. No se de qué me hablaba pero me habló, no era muda. - Sí, yo también quedé electrocutado con tu mirada.

- No, no, hablo de una energía vacanísima, una. no sé. Me llamo Sofía.

- ¿Por qué no estás tomando?

- La verdad, no tomo.

Y sacó una botella de una mochila colorida con rombos y figuras indígenas, la botella fue de agua Cristal pero ahora tenía como unas hierbas adentro, un cultivo hidropónico verdoso, ella tomó y me brindó un sorbo. Claro que no recibí, de pronto era burundanga.

- ¿Te gusta bailar? - Pregunté.

Ella me dijo que no, que prefería disfrutar de la música mientras los demás bailaban. Yo, que doy mis mayores pasos en la pista no pude proceder, toda ella era un enigma: camisa hindú de las originales, bluyin Americanino de los originales que parecían haber sobrevivido a un ataque de hipoclorito, tenis made in Malasia, aretes, abalorios y colgandenjas que le pendían de distintos lugares, además tenía un peinado tipo Spice Girl.

- Y qué, mona, ¿tu estás en alguna moda o algo así?

Me miró golpeado y me dijo sacando pecho que ella era neogippie, y yo quedé en las mismas. La miré. Luego llegaron minutos de incómodo silencio y tuve la sensación de que ella en cualquier momento se podía ir, pero la mente es linda y le solté una pregunta para reanudar la charla: ¿A qué te dedicas? Me dijo que estudiaba técnicas de masajes. Por fin algo que yo conocía. Puse cara de admiración y empecé a hacer unas figuras con mis manos. Ella las miró pero no se inmutó, alabé los masaje, lo terapéuticos, relajantes y excitantes que resultan, que bien caería un masaje después de una noche de rumba. No fue sino que yo dijera eso y mi levante arrancó a hablar con un entusiasmo propio de los narradores del fútbol. Ella contaba de la nueva era, del reiki, de la mesoterapia, de comer sólo vegetales, de vainas ecológicas, yo la escuchaba y la veía narizona; estaba esperando que de un momento a otro sacara su escoba y saliera volando. Me preguntó mi signo, dijo cosas sobre el esoterismo y dele con el cuento de mi energía, que me veía mi aura, y yo concentrado en su magicbra, que tal lo mío, yo sentado con la señorita Infinito channel, pero lo importante no es el camino, es el fin y yo asentía con la cabeza durante su monólogo.

Pensaba, no sé si es una maldición pero tenía un dulce para las locas, ¿será que tengo cara de psiquiatra? Es que me toca lidiar con unas de atar, y ésta que sólo bebe hierbas clasifica como para un concurso, ni mandada a hacer para un museo de feria, recordé que mi amigo César (traba eterna) me decía que las hembras con marihuana se ponen arrechas, yo le traté de insinuar que si quería nos podíamos trabar, que allí afuera el de los dulces vendía un maracachafa regia.

Ella se rió y por fin me vi con posibilidades de terminar la noche en sus brazos esotéricos.

- Entonces qué, reina, ¿salimos a hacer mercado?

Y la belleza exótica me respondió que estaba en una etapa de abstinencia. ¡Vida hijueputa! La miré decidido: ¿y hasta cuándo? Ella revisó una libreta que sacó de la mochila y me respondió que hasta dentro de dos lunas. ¡Qué suerte! Será hasta dentro de dos días, la trabo y me la como, pensé.

Uno nunca termina de aprender sobre mujeres, claro, como ellas siempre juegan con el deseo de uno, en todo momento saben que las saboreas y abusan de eso para manejarnos, no joda y esta vez me sentía no sólo fracasado sino viejo, ¿qué ha pasado con mi vida que hay muchas cosas que yo ya no conozco? No le llevo tantos años a esas muchachas pero vivo en distinta órbita. Lo único que me alivia es que además de mi pinta, también poseo una energía que a las que la logran pillar las vuelve locas, claro que no sé si al final sea negativa o positiva porque ya llevo dos viernes viniendo a este bar y no la veo, nada que regresa, lo último que hablamos fue que nos podíamos ver en La Tertulia, o afuera del conservatorio, o en últimas, nos veríamos en esta barra como la primera vez. Por eso hoy uso camisas de colores aunque conservo los zapatos que a ella le gustaron. Un amigo de los alternativos me ha recomendado esta fragancia de la India que me unté hasta en las güevas, quedé pasado a baño de motel, el chico Cresopinol, pero toca, pues quiero estar más acorde con la situación. Ya son las dos y no creo que llegue. Bueno tampoco teníamos una cita pero en el fondo guardaba la esperanza de que llegara, a lo mejor entró y al verme desde la puerta huyó, y yo que tenía hasta la marihuanita lista. Es que estos terrenos escabrosos de las conquistas requieren una puesta en escena que en la mayoría de los casos fracasa por el poco público.

Sé que mañana amaneceré con el mismo guayabo sempiterno de los sábados, estoy seguro que esta cervezas de más me hará romper algunas barreras y que gastaré los billetes aprontados para la sobrevivencia. Pero estando aquí medio amañado, medio acompañado, medio ofendido, que más dá tomarme otrica, y si se me antoja, por qué no un coctelito bien trancado pues hace unos minutos se me olvidaron las prudencias, ¡salud! Por mi cabeza pasan las caras de mi familia, veo a mi pobre vieja matándose para que todos estemos bien, a mi padre, a mis tíos, eso es un mal síntoma, veo a un amigo de los de antaño y me dan ganas de abrazarlo y decirle que lo quiero, que lo extraño, que nuca le he dicho que simpre lo admiro, que me gustarían todas sus novias y que descubrí la importancia de Lavoe por su culpa. Mejor me voy porque ya siento que las lantejas con tajadas y arroz que me comí antes de salir de casa se me quieren devolver, y con esa fila que hay para entrar al baño, de pronto volteo el balde en mitad de la pista y no aguanta.

Salgo como apaleado pero tranquilo, me despido de quienes había saludado horas atrás. Me da un poco de envidia ver a las parejas besándose. Camino despacio a ver si algún amigo me invita a un parche de remate. Por allí oí que los de la Facultad de Diseño tienen una rumbita en casa de Beto pero no me invitaron, y llegar como de pegote no aguanta. Por eso camino entre gamines, vendedores de dulces, ciudad, frío, fila de taxis, me monto en el más bonito y veo desde la ventana la ciudad dormida. Muchos hacen el amor, otros descansan, la casa me espera, hoy no fue, mañana tampoco.

Rastros de una ciudad habitada por fantasmas, Calicalentura, calabozo, casa por cárcel. A los qué vamos para el infiero nos pasan por Cali para que nos vayamos aclimatando. Matando, medio mutilando. Juegos olímpicos de mierda, Tres cruces de mentiras y un Cristo Rey de copas rotas. Codicia y frustración pasean por el paseo Bolivar. Ríos de sangre que se desbordan en lágrimas de aguardiente. Cali de amenazas eternas, asoladora, burlonamente coqueta. Mi ciudad de acelere y desidia, con el paraíso cada vez más lejos.


SABADO 25 DE MAYO DE 2002


Caminar es rico siempre y cuando se tenga un destino claro, porque la vida moderna no da para dar y dar vueltas como un pendejo mientras el resto del mundo se tumba mutuamente. Hoy la ruta es: colectivo hasta la Beneficencia del Valle; luego, caminar por el Centro Cultural, es posible que me encuentre a un amigo, si estoy con suerte, a una amiga de las bonitas, si no seguir, hasta la colina de San Antonio a velar novia y chuzo, decir 50 veces que no a los que te venden cervezas. Dejar que pase la tarde y tomarla fresca. Después de las nueve de la noche hay que bajar, más tarde es difícil coger bus.

Estoy en el centro, ¿de qué? No sé. Quiero caminar un rato, porque la quietud se trasforma en inutilidad. Los andenes son pequeños y llenos de vendedores ambulantes que no están en feria; ofrecen lociones a precios de oferta, el último grito de la moda en gafas, música de siempre, la ropa de moda, lotería, champús, mangas, chancacas, jugo de borojó y chontaduro. Esquivan los mendigos mientras busco una nueva ruta por la carretera, bien atento para no ser atropellado por una moto. El calor revienta en mi cabeza pero tengo que aguantarme las ganas de una gaseosa que no puedo comprar para no descompletar lo del pasaje. Busco la sombra porque es la única forma de burlarme del sol, a menudo veo algún conocido o eso creo, lo saludo formal como siempre, ¿qué tal de esa bella vida compadre? Veo los cerros aún verdes, las muchachas que llenan de picardía las fachadas, no sé que hacer. Algunos amigos me invitaron a ver un vídeo, sólo que salir a ver un vídeo no se justifica, lo hubiera visto en la casa mientras consagro la tarde al rasquimbol.

Cuando cae la noche muere el calor, ya sudé mucho, sería mejor si hubiera nacido en un lugar templado, no, mentiras, sino fuera por estas resolanas no tendría este color morenazo que a las muchachas les gusta, bronceado permanente. Una señora me ofrece la lotería, por un momento pienso en qué haría con esos 120 millones, me compraría un carro o seguramente una casa en el oeste de la ciudad. Cuando empiezo a amoblar mi casa, me desconcentro por un muchacho que pende de un colectivo para gritarme qué va hasta la Universidad del Valle y tiene puestos libres. Me niego con la cabeza y paso la calle. Son las cinco, momento en que la tarde de viento mezclado con polvo se le mete a uno en la boca cuando saca la lengua. Las calles están llenas de peladas con blusas pequeñas y jeans apretadísimos, parece que en cualquier momento puede acontecer una revelación, por eso estoy atento. No faltan los que tienen cara de ladrones, que cada día son más. Si me descuido pasando la calle me levanta un bus ejecutivo y pasaré a ser otro de la interminable lista de aplastados por carros durante el mes. No tengo monedas para el tullido ni tampoco quinientos pesos para la manga viche. Cali la sucursal del cielo, llena de muchachas bonitas, la de calles empolvadas y muy peligrosas. No hay día que no haya pensado en irme, en salir definitivamente a hacer cualquier cosa en otro lugar, porque no hay derecho que uno todos los días se la pase tentando a la muerte, pero qué va, cuando me voy por poco tiempo la extraño, es que aquí siempre pasan muchas cosas y uno no se da ni mierda de cuenta.

No sé si fue el destino, la suerte o el karma, pero habiendo tantas ciudades bellas en el mundo: París, Praga, Río, Viena, NY, terminé yo aquí tirado a mi suerte en el tercer mundo y de familia pobre, además con muy pocas cosas para hacer. Aún no entiendo por qué la gente no pasa por los puentes peatonales, será que temen a las alturas y juegan su vida en la agilidad de sus piernas. ¡Huy! esa muchacha de falda, si apuro el paso le alcanzo a ver los calzones cuando suba al puente, no, qué va, ni el color de los calzones ni nada. No sé por qué de un tiempo acá a las muchachas les ha dado por ponerse licras debajo de la falda, que necesidad tienen ¿ah? Nací a finales de los 70´s donde ya todo se había derrumbado. Por eso mi vida ha sido la sucesión continua de desbarrancamientos, de frustraciones. Lo único que pica en punta es la silicona, pero por lo demás, fracaso tras fracaso; primero, ver como se desmoronaban los ideales de troskistas, maoistas, leninistas, que empezaron a tener barriga y con eso a joderse del todo. Algunos se ubicaron en puestos públicos, por ende, se pusieron a robar. Los que se creyeron el cuento de las armas están regios en los cementerios o están desaparecidos. Los que tenían discurso se lanzaron a la política donde se quemaron o los quemaron; otros se ubicaron en las Universidades coqueteándole a quinceañeras, retractándose de sus actos pasados; y por allí debuta uno que otro de esos especímenes arcaicos más varados que Renault 4, metiendo "ideología" y criticando a sus contertulios que terminaron siendo esos burgueses que tanto repudiaron. Por eso es mejor no hablar tan duro para no terminar como escupiendo hacia arriba. La vida es así, desde la ilusión de un no futuro, la coherencia o la lógica no existen, qué mierda se puede hacer frente al destino, a mí que no me vengan con güevonadas de ideales, de utopías, yo sólo sé de guerra, de tensiones. Estoy seguro que el día de mañana habrá más guerra y pasado mañana una más. No creo en la paz ni en sus emisarios. Vi como se cayó el muro de B pillé desplomarse las Torres Gemelas, presencié como se le descolgaron las tetas a mi primera novia, vi como cayeron mis amigos que decidieron trabajar para el narcotráfico, vi a la guerrilla asesinando gente como si mataran cerdos, narcopoliticoparamilitares, ¡uy!, todos muertos de miedo encarcelados en nuestras ciudades. Nada de eso podría conmoverme, nadie reina por siempre.

Semáforo que se respete tiene su vendedor y para más pica es un niño. Sin temor a equivocarme puedo decir que de cada diez niños, ocho son negritos, esos negros se multiplican más que chinos. Empiezo a subir la montaña hacia la iglesia y veo a algunos intelectuales de pueblo que morirán habiendo sido conocidos sólo por sus amigas. Qué lástima trabajar para dársela dizque de artista y botar todo en Tintín feo. Yo aún no he tenido un trabajo pues en casa tenia lo que necesita, pero a esta alturas de mi vida me da como pena andar pida que pida plata para todo, por eso busco en el país del desempleo un lugar donde yo sepa que estoy haciendo algo qué valga la pena, y como están las cosas, si no trabajo rápido seguro no podré jubilarme nunca, pero que afán, si cada año le suben cinco a los reglamentarios para pensionarse, según mis cálculos a mí me vendría tocando a eso de los noventa y pico de años si es que estoy vivo. Ya San Cayetano no es un barrio de puertas abiertas, sólo rejas y más rejas, timbres en las cuadras, señoras con rulos, hombres en pantaloneta que al sonar una alarma salen a perseguir con escobas, molinillos, sartenes, machetes y pistolas a los ladrones o a los que lo parezcan. Si uno no se cuida, por allí hay muchos que se la pillan y lleve, en mi Cali del alma el que da papaya. Alarmas, rejas, escoltas, camaras, machetes, perros, gases, lo que sea para lograr una seguridad democrática.

Llegando a San Antonio empiezan a aparecer Teatros de casa donde presentan la misma obra todo el año, señoras y señores en las ventanas esperando la visita de la muerte, muchachos hablando en las esquinas. Ya estoy mamado de subir, pero fuerza que ya voy llegando, veo la montaña y los primeros novios devorándose táctilmente, los mariguaneros eternos luchando por alcanzar la nube, la fila de carros que buscan espacio, varios señores agitando pañuelos rojos. Ya hay brisa, me siento rico, veo las ventas de champús, de arepa con queso, de chuzos de res y de pollo; veo las bancas y las raíces de los árboles que sirven para enamorados en busca del primer último beso, para adolescentes pícaras que desde el cerro tratan de ver por dónde viven mientras sus novios les van quitando el sostén; viejos corrompidos que se juran amor eterno ante Cali; turistas que apuntan con sus cámaras y agotan rollos de Nikon; veo a los inflamables magos del rebusque que comen fuego, a los que se acuestan en vidrios, se contorsionan y retuercen mientras hacen chistes flojos para que nos bajemos de unas cuantas monedas; más al lado están los artesanos que de cuanta pepa ven sacan un collar y, los pintores de sprite que con un tal pirograbado dibujan constelaciones con cascadas. "Estoy en la cima", pienso mientras busco donde sentarme. La noche cae, los faroles se encienden, delinean carreteras que llevan a suburbios, los novios se tocan más apasionadamente, los primeros borrachos ya aparecen dando lora. Salgo de mi letargo por la insistencia de una gippisita impregnada de los rezagos de una revolución de burgueses a los que se les pegó el eslogan de paz y amor. Ella dice hacer trucos con metal retorcido, insiste en que la escuche sin ningún compromiso y yo la atiendo mientras con sus manos voltea y enmaraña dos alambres multiformes: ahora hágalo, "si separa las dos partes se lo regalo", más por un reto que porque de veras quisiera esa pieza, intento, de varias maneras, sacar lógicamente un alambre del otro, pero no puedo. La miro con desgaño ulos a mi mente. Hace cara de haber desperdiciado tres minutos a mi lado pero luego se sonríe y me abraza diciendo que le da alegría verme de nuevo, dice qué varias veces fue al bar y no me pudo encontrar, me mira y dice que siempre es bueno volver a ver a los amigos y que si la acompaño a la casa de unos parceros a tomar y a escuchar música. Tras ese cambio la miro fijamente pero no, la verdad no es un rostro familiar. Se me sienta al lado y me dice ¿por qué no has vuelto al bar, mi amigo de los zapatos raros? Sí, claro, es allí en ese maldito bar de donde salen las conquistas más suigeneris del universo, no soy incapaz de decirle que yo la había estado esperando en la barra en la barra como un marica. De una saco mi libreta, le pido el teléfono y el e-mail, le digo sería muy rico tomar algo con ella un día de estos, o mejor fumar, el día de San Blando que no tiene cuando. Sí señor, estoy a tus ordenes, la abrazo como en velorio, pienso que estoy de malas hoy por no tener plata para irme con ella; mientras, me deja oliendo a pachulí, ¡uy!, que jodido quedo. Se marcha colina abajo moviéndose como un sonajero andante y sin dejarme un mísero alambre retorcido.

Pregunto la hora y me voy rumbo a casa. Bajo la montaña hacia la Quinta, me paro debajo del puente donde aún hay gente esperando transporte y esquivando ladrones. Allí está mi ruta, trae puesto, eso sí es suerte. Me incrusto en uno de los asientos dobles, pienso en que ojalá al lado mío se siente una bella mujer porque casi simpre se me sientan unas gordas que no sólo me aprisionan contra el vidrio sino que para salir hay que saltarlas. El colectivo se para quince minutos esperando que se ocupe todo y pienso que si algo necesito en la vida es un carro, con un carro me conformo, uno normal, tampoco pido una 4x4, lo que sea que ande siempre que no sea ni Fiat, ni Renault 4, que están muy boletiados y para estar empujando, mejor a pie. Es que tener un carro es importante, bueno y útil. Esos aparatos provocan una magia en uno, todos los que tienen carro son como más bonitos, sonríen a la vida, además, esos aparatos ejercen una atracción casi fascinante en las mujeres. No sé si piensan que el que tiene carro también tiene plata o por lo malo del transporte público o por lo peligroso de las calles, es mejor tener un novio con el que no toque caminar mucho, o ¿será que el deporte local es lucir carro, dar y dar vueltas, salir a ver gente y a que lo vean a uno?, mirá pero no me toqués, hablame si tenés en que recogerme. Qué bonitas épocas donde los hombres se levantaban las viejas con palabras bonitas, con buenos propósitos, mi amor unámonos y cambiemos el mundo, ¡qué va!, hoy lo primero que te preguntan es ¿y en qué andás? Y yo que hasta la bicicleta la tengo pinchada.

Llegando a mi casa veo a los amigos de infancia sentados en los andenes de la esquina, pero ya más cerca veo que no son ellos, que son otros amigos, haciendo lo que hace ocho años hacíamos nosotros, perdimos nuestra esquina con esos culicagados. Incluso vi gatear a muchos de los que hoy están fumando y besando niñas que jugaban barbies y a la escuelita, ellos son los dueños, los qué van contra el mundo. De mis amigos no quedan sino algunos por allí desparchados, el agite y la vida nos tienen engarzados, ya no somos sino recuerdo de las fiestas de cuota con una bola de espejos, un estrover y música de emisora. Allí sí se bailaba rico y barato. Nada de recoger a las muchachas, todas vivían en la esquina, les gustaba el vino Cariñoso, la Coca-cola; las casas de los amigos se rotaban. En la mía se hicieron un par de rumbas, los cassettes rodaban con Juan Luis Guerra y 4:40. Fue allí cuando apreté a la primera niña. Tratando de ser grande fumé los primeros cigarros, fui guapo en varias peleas, padecí los primeros desengaños. Éramos amigos y nos intercambiábamos las novias, la ropa, los dichos, las mentiras, tipo dos de la mañana estábamos ya en la casa y, de nuevo al otro día temprano, en la cancha jugando fútbol o básquet, resumiendo los acontecimientos de la fiesta: fijáte que pillé a María parchando con Federico, ¿y si vieron cómo se apretaban Myriam y Pablo? ja, ja, ja, ja, ja, ja, ya marica pasáme la pelota o ¿es que no aguantás que te quiten a tu novia? ja, ja, ja, ja y se prendía uno a punta de pata y puño, luego todos moreteados salíamos gritando: "espérate y verás que le voy a decir a mis papás".

Hablando de progenitores, qué pena con mi mamá. Otra vez se me quedaron las llaves de la casa y tengo que despertarla con el timbre, ¡uy!, de nuevo la cama, ¡qué rico!, ¡uy!, de eso sí estoy convencido, yo no creo que la mejor sensación de la vida sea miar o comer, para mí lo mejor es llegar a la casa cansado y poner la cabeza en la almohada, qué sensación trascendental dejar que el cuerpo mande la realidad para el carajo y morirse con una resurrección temprana.

Siempre que me deprimo pienso en la gente que está peor que uno, en lo duro que les toca a los que no tienen casa, o los que tienen que llegar a la casa y acostarse al lado de una mujer que odian. Pienso en los lisiados y me pongo feliz, me acuerdo de mi abuela que me dice: "tenés salud y estás buen mozo", pues será buen mozo para ella, porque para las nenas no tanto, siento que una que otra me mira y no más, el consuelo de los pendejos. ¿Qué sería de mi vida si fuera mujer?, sería bien puta, y ¿si hubiera nacido negro o marica?

Pero mirando las cosas en perspectiva, yo soy el que estoy mejor de los del parche de la esquina. La mayoría están trabajando en camellos del mínimo para responder con sus obligaciones. Allí mueren. Hay tres que están bajo tierra, varios con hijos y culebras. Otros se han ido de Colombia y ni más. Debe ser que les ha ido bien, pero yo aún no soy capaz de meter tres pintas en una maleta y largarme a lavar baños en las extranjas; más de uno no se ha ido porque no tiene visa o plata para el tiquete de avión. Si un día pasaran regalando tiquetes quedaríamos despoblados. Yo también me iría, así fuera por curiosidad aunque me harían falta las muchachas, el calorcito jarto pero necesario, y la gente que come mierda, viento raspado y sonríe.

Los domingos, con música clásica y pena del lunes. Hoy termina y empieza la faena de la subsistencia. Nada de happy end, es mejor hacer por fin lo que he aplazado siglos. ¿Tendré el valor para morirme o sólo agonizaré un poco?

¿Qué hiciste en vida?, vida ¿qué dejaste de hacer? Padezcamos juntos este tránsito por los campos minados. O mejor, refugiémonos en el vientre de alguna madre sustituta. ¿Qué te parecería un semana en las islas Griegas, ¿prefieres Mikonos o Creta?

Algún día dejaremos de ser tan cabrones, el destino terminará cobrando por ventanilla las derrotas y los retrocesos. Por eso me la paso esquivando balas, saltando muertos, viendo a quien robo, festejando fraudes.

Quiero una amiga que esté siempre disponible cuando la precise. Que no me pida favores o si me los pide que no se enoje si los olvido. Me gustaría no enguayabarme, comer menos, fingir más y que la barba no me saliera los lunes agitados. Mi única certeza es que moriré sin ver al hombre en Marte.


LUNES 29 DE JULIO DE 2002


Hoy madrugué a pagar el impuesto predial, bajo por la autopista. Todos en la calle tienen cara de ladrones, estoy cansado de no poder salir de Cali, con los años el miedo y el odio cargan mis venas. Estamos en guerra pero sigo vivo e ileso, no pasa nada, no pasa nada, ni siquiera el colectivo, las calles sucias, la gente sucia, yo cagado del miedo, que pasará después de que me roben. Me matarán o sólo con una puñalada me quitarán lo del bus y me dejarán asustado. Hasta la semana pasada, cuando estuve trabajando en la agencia de publicidad, nos reuníamos cada mañana en la cocineta a la hora del coffe break y hacíamos el rincón del robo. Era allí donde nos enterábamos cómo habíamos sido atracados cada uno de los de la oficina. Elaborábamos estrategias, vetábamos calles, lugares, prendas, bancos y amistades, esto de alguna manera avivaba la psicosis. Lo peor es que a los que roban los coge la policía y al rato los sueltan porque no hay leyes ni cárceles para los ladrones así estén armados hasta los dientes, además, si cogen a los ladrones pues se queda sin trabajo la policía y en nuestro país Colombia alias aji pa´ los tombos eso sería fatal.

Las 6:37 de la mañana, hora en que los colectivos siempre están llenos, menos mal que no ha despertado del todo ese sol canicular. Dos señoras muy bien arregladas se dirigen hacia mí. Me miran con ojos de amabilidad. La mañana oscura, tímida y apacible está en su punto de miedo. Pienso en los pocos segundos que se demorarán las damas en llegar a donde estoy: "¿serán predicadoras, serán conocidas de mi mamá, me les pereceré a alguien, estarán locas, me robarán?..."

Por fin llega la pequeña busetica roja. Me subo antes de que ellas me alcancen. Como siempre, no encuentro ni un puto puesto libre, y el chofer echando más gente, todos pensamos "chofer muerto de hambre, hijueputa", hasta sueño con poderle acertar un golpe, nadie dice nada. Ha comenzado mal mi día, desde este transporte, sus trancones y los apretujones de los que también van tarde. Todos tienen cara de sueño, las mujeres pintorreteadas con Ebel, los hombres con su disfraz de ejecutivos de a peso, bien peinados, luciendo sus camisas Alberto Vo5 y los zapatos remontados. Algunas colegialas atrasadas y estudiantes de universidades adormilados conforman el cargamento de madrugadores que, desde las ventanas, miramos con odio a los que en chanclas apenas salen a comprar los pandebonos.

El hampa, esa es la palabra, hombres y mujeres que viven de lo que nosotros nos ganamos. Cuando digo esta palabra hago un ejercicio mental que consiste en contar cuántas veces soy atracado en el día. Me atraca el del colectivo que me lleva parado, a él le pago para ir estrujado. Voy a pagar el impuesto de la casa de mi mamá y el barrio es un desastre; llevo tres años pagando la seguridad social y la semana anterior me enfermé y me tocó poner dinero de más porque, según ellos, no tenía derecho a la droga que de verdad me curaría; soy un tributador en serie que en serio pago, pago y repago ya casi como estrategia de supervivencia, pero si el estado da papaya lo tumbo, ¡no joda! Llego a la fila, como siempre hay gente hasta de un solo ojo, parece que amanecieron aquí, hay 15 ventanillas de atención pero sólo se asoman tres cajeros, dos de los cuales hablan por teléfono y el otro, entre atender a los mensajeros que le traen galletitas y nosotros que hacemos fila, no alcanza. Para no enfurecerme más con mi bello país, mejor pienso en otra cosa y hago como si no se me estuvieran coliando.

Llevaba casi dos meses en esa chamba que parecía muy buena desde afuera. Todos creerán que trabajar en una multinacional de la publicidad es la gran cosa, pero mentiras, eso es una mierda, allí no pasa nada de nada, la gente es tan superficial como lo que anuncian. ¿Qué se podría esperar de unas personas que si les pagan dicen que el jabón Espumosito es el mejor, pero si el jabón Limpiabien paga más, ese es el mejor? No hay una ética, quienes están allí sólo hacen parte del sistema por medio del cual los ricos se hacen más ricos, la publicidad es usada para engatusar a los que tienen unos pesos para gastar y si no los tienen los hacen endeudar y ya está, luego nos dejan, somos desechables en esta nueva legión del tetrapak.

Me contrataron a mí porque tal vez les parecía un poco raro (eso en el medio es bueno), no por mi pinta, pues siempre paso desapercibido, sino porque tenía una mezcla, según la jefe de personal, de exótico y salvaje, qué catalogación tan de loción para yupis de pacotilla, aún así el billete lo estaba necesitando como el agua y allí estaba, llegando a las ocho de la madrugada y trabajando como mula hasta las cinco de la tarde para que un par de viejos en Estados Unidos se llenaran de plata.

Mi rol era muy sencillo; yo tenía una línea (un cliente como le dicen), me encargaban que diera ideas para la campaña, en su lenguaje: ser creativo; pero era mentiras, yo no creaba nada, lo único que hacía era botar ideas como un volcán para que los señores tomaran una y la metieran en un formato. Al final, la presentaban al dueño del producto como su propuesta. A mí me pagaban por eso. También hacía trabajos de oficina, diseñaba logos, afiches, eslogan y cuanta cosa se les ocurría que podía hacer. No tenía muchos ratos de ocio, tenía ratos de aterrador tedio que se convertían en patéticos momentos de malparidez en los que me daban unas ganas enormes de mandar todo a la mierda y suicidarme con un tenedor. Pero eso, decían mis compañeros, se podía manejar de una manera más tranquila.

El trabajo en la agencia fue algo efímero, cuando había aguantado tres memos, descubrí, en un revelador amanecer, a mil manos diminutas pero efectivas que no me dejaban desprender del colchón. En mi cabeza pasaba la lista de responsabilidades del día, al que madruga Dios lo ayuda, y cuando me disponía a hacer ese esfuerzo de despegarme de la cama, sonaba una voz clara y contundente en mi cabeza que decía: "no por mucho madrugar amanece más temprano". Me voltee, y como el que no quiere la cosa, me dormí de nuevo; no de manera profunda, tuve un sueño leve y morrongo que buscaba conciliar al deber con el querer.

¡Hijueputa me quedé dormido! Esta vez sí se me fue hondo, ya por mucho que corriera como loco y me fuera sin bañar llegaría tarde, tarde como casi siempre. Me lancé a la calle con las lagañas que se resistían a abandonar mis ojos. Esperaba trasporte mientras que, con babita muy ácida, removía la evidencia; no pasaba el colectivo, no sabía si hacer la inversión de la semana y coger un taxi, sí, qué va, pero antes toqué mis bolsillos para calcular el presupuesto. Revisé uno y después el otro, de atrás. ¡La billetera! ¡vida marica! Regresé corriendo para buscar la platica en el pantalón del día anterior. Mientras corría también corría por mi mente la cara que hubiera podido hacer si estuviera ya en el bus y sin plata, o peor aún, bajándome del taxi. Entré rápido, la busqué y de nuevo vi la cama. Pensé en que podría llamar y decir que me había enfermado, no, mentir no, eso puede llamar la mala suerte.

Miré el almanaque y tuve la esperanza de que fuera domingo, pero era martes y no había nada que hacer. El taxi puso vallenatos para esquivar huecos al ritmo de acordeón, ya no tenía sueño pero si jartera, sería no ponerle mucho misterio a la situación y salir de nuevo a tomar el mundo por los cuernos: "soy un vencedor, la vida esta allí para mi servicio". Pum, el taxi se chocó con una moto. Por esquivar un hueco los dos se fueron uno encima del otro. ¡No! ésta sí fue la tapa, pensé salir para la avenida aunque por ese lugar era como peligroso, mejor decidí no moverme del taxi y esperar a que ese par hicieran algún arreglo. Pasaron quince minutos acordando quién tendría que pagar, y yo, como no había cancelado la factura del celular, no tenía ni un segundo para comunicarme con la oficina. Me bajé del taxi retando mi suerte y abordé otro.

En la agencia todos me esperaban pero entré sin saludar y poniendo cara de bravo, sería mejor no dar mucha escama. Me metí en la oficina modular, si a tres tablones que se unen se les puede llamar oficina, tenía dos papelitos amarillos en el monitor, uno decía que ese día tendría que tener la propuesta para el señor de las telas, y el otro, que pasara lo más pronto posible por la oficina de personal. Frente a lo primero, no había problema porque tenía tres ideas que no era sino plasmarlas, pero lo del cabrón del jefe de personal. habría que ver. Estaba seguro de que si me decía algo renunciaría ese mismo día, ese maricón no tenía por qué venir a picárselas de jefe, no sé por qué putas se convirtió en el lazarillo del Pluma blanca. Tan pronto como pasaba algo, tenía que correr a contárselo. Deberían caparlo y a su novia deberían cercenarle los pezones, ¡no hay derecho! El güevón estaba bien bañado y tenía una camisa color mostaza, le lucía más el verde. Me miró en silencio durante un rato y luego se puso a decir que la empresa necesitaba gente comprometida, que entendiera, que sintiera lo que pasaba en ella, en mi mente sólo repetía: desleal, desleal, desleal, desleal, hasta que me cansé y le respondí, que se fuera para la gran puta mierda y que si alguna vez en la vida me le cruzaba en su camino, no me fuera a dar la espalda. Me paré, fui a mi silla, redacté la carta de renuncia, no sin sentir rabia y frustración. La dejé con la secretaria. Ya no tenía premura, caminaba solo por la avenida Tercera Norte, sin muchas cosas definidas pero con la imagen de mi cama aún sin tender. Fui hasta ella decidido a celebrar mi desprograme.

Ese día, ya sin ataduras laborales, recordé que tenía entre mis sueños visitar un club nudista. No sé por qué quería eso, si Cali es un pueblo. En la parte final del periódico del domingo, en la sección de clasificados, aparecen algunos avisos que invitan a fiestas liberales y cosas de esas, sin embargo no quise ponerme a prueba, primero por miedo y segundo porque al final eso me parecía como gay. Dejé al destino el plan de visitar esos lugares, además, siempre son los manes los que están azarando por lo mismo y para pillar manes viringos, me meto a las duchas de la universidad y ya. Mi refugio era la pornografía, allí encontraba un consuelo a mis deseos de ver cuerpos desnudos, de mujeres obviamente. Desde adolescente fue mi afición, no precisamente el sexo real, sino el ver desnudos. En la escuela, con los amigos, guindiábamos a las muchachas en el baño cuando se cambiaban para la clase de educación física. También nos entreteníamos con la sentada de la profesora de historia que, con su minifalda, nos dejaba ver esos calzones blancos y, si nos concentrábamos, hasta podíamos verle los pelos negros, negros. Pero fue en el bachillerato cuando esto se convirtió en una costumbre. Hacíamos las tareas en casa de un amigo para poder ver películas porno: Cabalgata Anal, La Puerta Trasera uno, dos, tres, Cuando Las Colegialas Pecan; fueron los títulos más comentados en noveno grado. También le compraba a José, el de la tienda, revistas viejas de Macho y Penthouse, que luego de manosearlas, vendía en el colegio. En la universidad todo cambió, supuestamente yo tenía que ser más adulto, además ya tenía noviecita. La calentura de los once me duró hasta los dieciséis, cuando se me fue borrando la cuca que tenía tatuada en mi mente, fueron pasando esas fijaciones y sólo me quedaban ganas de mirar una película triple x de vez en vez y, eso que ya por esos días, las veía por ratos. Aunque no lo crean, ya me hartaban.

A partir de la Internet descubrí un nuevo mundo de sexo. Allí, sin pagar mucho y casi de incógnito, se puede navegar por un mundo de pornografía que pasa por todas las filias, los amateur, los voyeur y los video chat donde puedes ver a una mujer desnudarse en vivo, y claro, en las noches de soledad, esta es una buena opción.

Me convertí en un cibersex adicto, casi pasaba el día pensando en qué haría durante la noche cuando estuviera al frente del computador atrapado por la red. Cogí tanta práctica que podía hacer hasta siete consultas simultáneas, siempre miraba algo de porno en una de las siete ventanas que habría, esto no era malo ni bueno, sólo que poco a poco se convirtió en un hábito, casi en una forma de vida.

En esos meses hice más amigos virtuales que reales. Tenía un directorio de correos electrónicos que alcanzaba varias páginas, también me saqué muchos correos de los cuales ya no recuerdo todas las claves, tanto así que usaba varios según el caso: tenía uno para el-ex trabajo en la agencia; otro para amigas; otro donde me enviaban basura, propagandas y cosas de esas; pero el que revisaba a diario era el de sexo, allí tenía fotos nuevas y los mensajes de muchas personas que me escribían y a las que yo les respondía. Llegué a pensar en que si, por puro experimento, juntaba en uno sólo los e-mail que escribía a diario, hubiera completado una novela al estilo Sade.

Todo el día de mi renuncia se lo consagré al ocio. Ya en la noche, el canal de TV con pornografía no quería coger, tenía el cable en el lugar de siempre pero no, qué va, salían esos putos predicadores y las nenas. nada. El día anterior habían anunciado que presentarían Emmanuele, la esperaba con ansias. Decidí pasar el resto de la noche dándome un paseíto por el mundo y, de paso, mirar las páginas de las amateur y sacarme el polvo que tenía reservado para la película.

-Sí, sí, sí, aquí vamos, la clave, el password, clic, aquí voy red, si señores todo en orden y creo que hoy sí está rápida esta joda, esperemos que no se caiga, primero es lo primero, revisar mi e-mail, buscar la respuesta a la carta que le envié a Madonna, luego contestarle a la pelada del Perú que me mandó la foto medio en bola medio vestida, me paso al chat de casadas calientes, me voy poniendo a tono, si señoras y señores la página de amateur con las fotos más atrevidas de la red, aquí voy como un tiro, chin, preparando página. La rutina se repetía de nuevo.

En el chat de Cali, al que entraba por destrabe, pillé hace como tres semanas a una mujer que se describía como atractiva, decía tener veinticinco años, delgada y estudiante universitaria. Le puse charla y, como el que no quiere la cosa, nos empezamos a encarretar. Fue tanto el cuento que desde el Chat, día tras día, planeábamos citas que cumplíamos en las noches; mientras bajaba fotos de mis nenas, le botaba caspa a esa mujer, pero como todo se trasforma, esa noche salió con el cuento de que si nos veíamos el viernes. Como sin analizar bien en qué me estaba metiendo, le dije que listo, que en Unicentro a las seis. Ella me cogió la caña. Toda la semana pensé en si ir o no ir, la pelada por el chat era vacana y, según su descripción física, no era fea. Al final decidí ir a verla.

El viernes, justo a horario, allí estaba la mujer que en el chat se hacía llamar "Limones". Me reí al relacionar la palabra con su cuerpo, sus ojos como grandes cítricos me miraban, mejor se hubiera llamado sandía o papaya. Pero está bien tener un nombre amargo e importante para las ensaladas. Nunca nadie de la red se había materializado y allí estaba ella con un vestido verde y unas gafas negras; de entrada me pareció fea, pero bueno, en esto de las mujeres hay cosas que pasan después de estar con ellas un rato. Desde el martes no hablábamos por el chat y esta mujer tenía cosas por dentro además de grasita, la decisión de vernos fue casi mutua. Estábamos parados en la plazoleta del centro comercial, sin pronunciar ni mu, confirmando lo que en la red habíamos tratado de decir de cada uno.

Lo prometido era deuda y los helados estaban cerca. Ella pidió uno de ron con pasas,¿por qué no habrá pedido de limón?, yo pedí uno de vainilla, un helado muy maricón pero muy rico. Nos miramos intentando no cruzar las miradas, comimos helado, hablamos pendejadas, nos reímos socarronamente y, nada de nada, no pasaba nada, no surgía esa magia que había en el chat cuando me describía cómo estaba vestida, cuando me contaba cosas prohibidas, a sabiendas de que no la conocía; se había roto el encanto, nuestros rostros reales esperaban a que pasara algo, cualquier cosa. Creo que el juego de hablar con ese otro invisible pero que responde, permite fantasear, crear ilusiones, armar a la compañera ideal, a la mujer de los sueños. Ella quiso ir al baño y, mientras esperaba a que regresara del baño, fantasee con las mujeres que pasaban por los pasillos.

Llené una servilleta con pendejadas y ella no llegaba del baño, pensé en muchas cosas: "¿será que huyó y yo aún tratando de hablarle?, seguramente me dejó, hasta mejor, ya me estaba empezando a incomodar, no es ni el reflejo de la que conocí en el chat, ¿será que no vino ella y mandó a una amiga? ¡Qué tal!, bueno, de todos modos no puedo irme tan rápido". Minutos después llegó la muy pendeja con todo el pelo salpicado de agua.

- ¿Y qué?, ¿cómo te fue?

- Bien, bien. ¿Y esto es todo lo que tenías planeado?

- Sí, sí. O ¿ tenés alguna propuesta?

- Pues yo no pero si voz tenés en mente algo.

- Pues. la verdad tengo un compromiso dentro de un rato.

- Ah, ya, ¿te puedo acompañar?

- Pues no sé ¿vos no tenés nada que hacer hoy?

- No. Había dejado la tarde y la noche para estar con mi amigo virtual.

- Bueno. Acompañame y de paso hacemos planes para más tardecito.

- Listo, ¿qué es lo que tenés que hacer?

- Pues tengo que ir un club nudista.

- ¿Que qué?, ¿y eso por qué? ¿Eres gay?

- No, no, sólo que tengo que pensar en una campaña publicitaria para un sitio de esos y tengo que saber cómo son. Mentí vilmente. - ¿Y sí hay de eso en Cali?

- Sí, hay dos que yo sepa, claro que eso sólo es para la gente que se mueve en ese mundo.

- ¿Y qué sabes de esos lugares?

- Que parecen clubes donde hay varios servicios: piscina, turco, jacuzzi, pista de baile; nada del otro mundo. - La verdad no pensé en algo así en la primera cita

- Como ya te dije, no es nada formal, sólo que necesito conocerlo bien para poder pensar en una campaña publicitaria. - ¿Habías planeado ir conmigo?

- No, no, pero si es incómodo para ti, no importa, yo voy solo y nos vemos luego.

- No es que sea incómodo, sólo que la idea me sorprende y ya.

- Entonces, ¿vamos o qué?

- ¿Y qué hay que hacer?

- Nada que tú no quieras -y enfaticé en el quieras-, sólo quedarse en cueros y andar por allí. Disfrutar de la tranquilidad, caminar libre de todas las represiones morales, religiosas, tradicionalistas, sentirte en órbita con la vida sin ataduras materiales ni estéticas, sólo sentir y ya.

- ¿Y eso con qué sentido lo hace la gente?

- Por puro placer, por libertad, es como dejar la falsa moral, es andar sin prevenciones, yo creo que puede ser bueno como experiencia.

- ¿Y van mujeres?

- Me han dicho qué van muchas -mentí de nuevo.

- A mí de verdad me da mucha pena, no es que no sea capaz de hacerlo, pero nunca he andando en pelota por ahí rodeada de desconocidos, además estoy muy gorda, que pena si allí hay unas muchachas bonitas y yo toda barrigona. - No seas bobita, allá nadie se debe fijar en nadie, me imagino que todos están en su cuento y listo. Yo lo que creo es que no sos capaz de ir y que todo el cuento de la libertad, de romper las barreras morales, de no pensar en los prejuicios y demás cosas que decías en el chat son pura pose.

- Nada de eso, yo soy librepensadora.

- Entonces, ¿te animás o no?

- Bueno, pero si no me siento bien me voy.

- Tranquila que es sólo un ratico.

Yo no creía que me hubiera dicho que sí, la niña me salió capitana, ¿así será de fácil para todo?- pensé. Era mejor ir con cautela, qué tal que fuera jodida. Lo peor era que yo nunca había estado en un lugar de esos y lo poco que me habían hablado no era suficiente para saber cómo proceder, así que me entregué a la suerte. Salimos a la avenida Quinta y cogimos un taxi con dirección a la galería Alameda. Allá quedaba el sitio que yo tenía fichado y de pronto era bueno.

En el taxi casi no hablamos, todo lo que nos teníamos que decir era referente al lugar al que íbamos y no teníamos muchas ganas de que el taxista supiera nuestra aventura, cada uno estaba como mosca de ventana. A mí me empezó a dar una emoción enorme y adivinaba que ella se quería bajar del taxi pero no era capaz. Le pedí al conductor que nos dejara en una esquina, caminamos ensimismados en nuestras preocupaciones morbosas. Timbré y detrás de una pequeña ventanita apareció un señor:

- Buenas tardes, ¿para ingresar? -pregunté.

- ¿Tienen invitación?

- No señor.

Abrió la puerta y pasamos como a una salita. Vimos afiches de hombres voluptuosos, la música era como de esa que llaman "ambiental". El mismo señor nos entregó un par de hojas que contenían instrucciones sobre el comportamiento que debíamos tener mientras estuviéramos allí. Después nos dio un recibito para pagar veinte mil pesos por persona, y no incluía el masaje -¿veinte mil por persona, por pelarse?- me sorprendí pero no dije nada, saqué la platica y ella ni se inmutó a poner algo.

Pasamos a una segunda pieza, al vestier. El mismo señor nos pasó una bolsa para que guardáramos la ropa, unas toallas diminutas, dos pares de chanclas y las llaves de un locker. Ella se quedó esperando a que yo hiciera algo, me dio miedo pero después de pagar cuarenta mil lucas, había que cumplir, y bueno, remplacé mi ropa por una toallita blanca que intentaba desprenderse de mi cintura. Cuando salí del baño ella no estaba, me senté a esperar nuevamente, perdí la platica, pensé cuando la vi frente a mí; estaba flácida, le colgaba todo, lo que se veía pasable debajo de la tela, se había convertido en una masa gravitacional, sus tetas pendían de su cuerpo, su culo se dispersaba desde la espalda, pero bueno, ya estábamos allí, además el hecho de que ella se le hubiera medido a eso, me hacía pensar que era una berraca; así que pa´dentro, además yo solo no hubiera sido capaz de ir.

Subimos al primer salón y vimos que no pasaba nada raro, éramos la única pareja que estaba en el lugar, había varias entradas hacia los distintos servicios con sus respectivos letreros. La música salsa sonaba un poco más alto que la que escuchamos en la recepción. Decidimos buscar la piscina para ver si encontrábamos a alguien. Tan pronto entramos, miramos a todos lados: no había nadie, qué cosa rara. Con una mano cogía de la puntita la toalla minúscula, y allí entendí el significado de minúsculo, y con la otra tenía las llaves del guardaropas, las chanclas que me dieron eran como tres números más del que uso. Ella, bien abeja, cogió dos toallitas, con una mano se sostenía la de arriba y con la otra la de abajito.

- ¿Y siempre es así?

- Debe ser por la hora.

- ¿Y qué hacemos?

- Pues decime qué querés hacer.

- No sé, decí vos.

- ¿Vamos al sauna?

- Listo.

En el sauna encontramos a tres hombres desnudos que hablaban muy duro. Lo primero que hice fue taparme, ellos lo notaron y se rieron un poco. Un ratito después, cuando ya tenía las nalgas calientísimas les pregunté:

- ¿Y cómo está el ambiente?

- ¿Qué si somos de ambiente?

- No, que ¿cómo está la cosa?

- La cosa se está poniendo dura.

Ja,ja,ja,ja,ja.

¿Y tú estás con tu novia?

Con esa pregunta me corcharon.

- No, es una amiga, y la señalé para que ella se parara y le diera la mano a cada uno.

El que no hablaba se llamaba Gabriel y era pareja del calvito. A mí me daba pena mirar cómo se agarraban y se besaban, pero a mi compañera parece que le gustaba; tanto que por un momento ella también se animó e inició acercamientos conmigo. En esas circunstancias no tuve de otra. Así que accedí.

El primer beso me supo como a mierda, siempre es así cuando uno descubre una nueva boca, unos labios distintos, es peor cuando no te has tomado ni un trago. Ella me agarró la mano, sentí su cuerpo más caliente que sus labios, claro, era la temperatura del sauna, me paré y como medio afanado, salí hacia otro salón, ella se extrañó y salió detrás de mí.

- ¿Te molestó algo?

- No, mujer, nada.

- ¿Y por qué saliste de esa manera?

- Es que el calor ya me estaba ahogando.

- Ah, ya.

- ¿Y querés tomar algo?

- Sí, sí, mejor tomemos algo.

A un lado de la piscina había un mini bar atendido por un señor vestido de sudadera azul y camiseta blanca. Pedimos dos cervezas que no cobró porque no teníamos bolsillos. Me sentía decepcionado, es como cuando se tiene un sueño y haces todo por volverlo realidad, pero cuando ves ante ti aquello por lo que luchaste, te das cuenta de que no tiene nada de gracia. Empecé a sentir pena, rabia, jartera; había idealizado mi visita a estos lugares, mis fantasías más eróticas me mostraban maravillosas modelos que se paseaban sin apuros ni ataduras por mi lado, pero ese sitio estaba vacío; por allí, de vez en cuando, se escuchaban voces, pasaban hombres y una que otra mujer que distaba mucho de ser Venus. Luego pensé en que después de haber pagado, de haber pasado la pena y de que, sin querer queriendo, las cosas se estaban dando con esa pelada, era mejor hacer la vuelta completa.

-¿Y cómo te sentís? Le pregunté.

- Bien, pero no me volvería cliente.

- Yo tampoco soy cliente.

- Bueno, y ¿qué más pasa en estos sitios?

- Aquí vale todo -puse un énfasis en el todo para que ella se diera cuenta de que todo es todo.

- Y de todo eso, ¿qué haremos hoy?

- No sé, proponé vos.

- No, decime vos y esbozó una sonrisa.

- ¿Vamos al salón oscuro?

- Me da miedo.

- Caminá, es sólo por conocer.

- Mejor dejémoslo para otro día.

- Después de estar acá sería el colmo no ir a ese salón.

- No, de verdad dejémoslo para la segunda venida ¿si?

- Como vos querás.

Llegamos hasta la puerta del salón y en la oscuridad del cuarto se oían ruidos y pequeños gemidos ¡vida jodida, ocupado!, me dio pena proceder en medio de los otros, por eso la saqué sútilmente, la acaricié por la espalda, ella estaba sudando, la llevé a un lado y la arrinconé en la pared, allí la besé con pasión, cerré los ojos para imaginarme que estaba con un hembrota. Ella se ponía atenta a todos mis movimientos.

A lo bien, me dio como pesar, pero ya a esas alturas era muy cagada patrasiarse. Además un polvo no se le niega a nadie y la sensación de que alguien nos pudiera estar mirando también me parecía buena. Ella respondía a las mil maravillas, eso sí pa´qué, se corría para donde la acomodara, hacía gestos bonitos, gemía excitantemente pasito y yo, como cosa rara, duré un buen rato dele que dele por los laditos pero ella no se dejaba del todo, como si no le gustara. La sensación de no poder estar con ella me produjo rechazo, jartera, quería vestirme e irme de una. Ella me miraba para notar mis reacciones y acompañarme en mis actos. Por compromiso dije que no importaba, que lo intentaríamos después. Ella asintió con la cabeza, miré a mi alrededor y un señor en toalla descansaba en una banca. Le insinué que podíamos ir saliendo para que no se nos hiciera tarde a los dos, acto seguido tomé mis pertenecías que en ese momento eran la toalla y las llaves del locker. Salí adelante, sin decir palabra busqué mi vestier, no sé por qué no la vi pero ella siguió para el suyo. Como era de esperarse, para desvestirse se demoró unos minutos pero para vestirse se demoró media hora. Ya me estaba emputando en la salita de espera, pues sólo entraban maricas y más maricas, sí que hay maricas, yo creo que pensaban que yo también era marica. Salió sonriendo y con ganas de hacer algo más, yo no le di marcha, pues pa´qué ponerse uno en lidias, le dije que sería mejor vernos en otro momento, ella captó el mensaje y no insistió más. Le dije que la iba a acompañar a la esquina a coger un taxi, me miró como un culo pero no se negó. En la calle, en silencio, mirando para lados distintos, no sabía cómo finalizar la velada, yo paré el taxi porque ella nada que ponía la mano. Me apresuré a abrirle la puerta, antes de que se subiera la intenté besar en la boca y ella me puso la mejilla, la pasamos muy rico, te llamo mañana, ella reiteró su despedida con la mano.

Bajé caminando por las calles cercanas a la galería Alameda, yo no tenía afán, nadie me esperaba. Por un momento me agitaba la idea de que me hubiera visto algún conocido, era mejor no pensar en eso porque me quedaría azarado todo el fin de semana. Pensé en la computadora, ella estaría impaciente por darme más bit de pasión.

Otra fantasía que se derrumbaba, tenía que buscar otra posibilidad de seguir aplazando el suicidio, pero no es tan grave si sólo estoy solo, y qué más da, nacemos solos y morimos casi siempre solos, qué afán de andar buscando pareja, de complicarse la existencia en esa opresión casi imposible de unir dos vidas, siempre habrá uno que salga perdiendo en el incontrolable juego de ceder hasta que se rompan las costuras. A veces se me ocurría que de pronto la cigüeña se despistó, que de pronto algún viento raro la desvió y me dejó tirado en esta ciudad sin mar, donde el calor y la injusticia crecen a diario, la capital de vivo-bobo, quién puede así. En mi computadora bloqueé la entrada de correos de mi amiga la gordita. Necesitaba olvidar y para eso, nada mejor que un baño de esos de resurrección, mandé el sudor por el desagüe, también la loción barata, y muchos roces que no se querían salir se fueron a punta de estropajo y paciencia. Mis amigos dicen que no hay nada que con paciencia y cremita no afloje, ¿será que la vida se empeña en dejarme las cosas buenas para el final, para cuando ya no tenga nada que hacer?, ¿será que la mujer de mi vida me la levantaré a los cincuenta cuando ya no se me pare?

Ya bien bañadito me entregué a los designios de mi computadora que me estaba esperando para salir juntos por el ciber espacio, clave, password, conectando con.

Bueno, falta esta viejita por llegar ala ventanilla y por fin ya podré pagar esta joda, paso por donde un vigilante que aguanta todo el día madrazos, me requisa con un aparato plástico para detectar si llevo un arma, yo creo que ni funciona; en la caja, saludo de buenos días al señor con el ceño fruncido y las manos color sello.

De regreso a casa me pregunto por qué no me va bien si sigo al pie de la letra los diez mandamientos. No robo, no mato, nuca miento en cosas trascendentales, no codicio las mujeres de mis amigos (bueno, sí las codicio pero no me las como, o por lo menos no cuando ellas no me caen), amo a Dios sobre todas las cosas y por ende a todas las cositas ricas que él mismo creó como extensión de sí mismo. No tomo el nombre de Dios en vano, de hecho poco tomo. Con respecto a codiciar bienes ajenos, trato de ser muy austero. Intento santificar las fiestas en las que estoy, honro a mi padre y a mi madre sin discusión. No cometo actos impuros. No voy rumbo de la canonización, pero si logro aguantar así hasta mi muerte, me tocará un lugarcito fresco en el ardiente infierno; aunque ese lugar, según el Papa, ya no exista.

Cardinalmente opuesto a las sensaciones que perturban, tremendamente entregado a los suplicios y a las esperas, hablando con un perro mudo y una planta que no florece, detrás de las preguntas hay una que, de tanto recordarla, se ha ido destruyendo.

Abro la nevera cada diez minutos, en el sillón verde continúo haciendo tributos a la espera, tomándome basados de desidia, lastimándome la esperanza. Secuestrando mi paciencia entre rencores y frustraciones, hoy me acostumbré a estar solo. Ya no se me hace raro releer los libros viejos y mí soledad es la ausencia apaciguada por los años. En la mañana preparé un café muy frío y celebré mi hazaña; al medio día me rebelé, sólo me comí un banano y celebré mi hazaña; caída la tarde me abracé al ventilador en su mayor potencia, ordené los libros por tamaño; luego los cambié por colores y en la noche los acomodé por temáticas. Casi no me duermo pensando en lo que haría al día siguiente.

Si sé que no debo madrugar para qué me duermo, mejor quedarme en la cocina sin luz esperando a que salgan las cucarachas o ponerme a llamar a casas y despertar por despertar. La soledad es eso, ser, ser, no pretender, y allí no hay locura, sólo la sensible posibilidad de hacer lo que se me dé la puta gana. La nostalgia coge partes de mi cuerpo, pero qué va, esa se acostumbró a no joder tanto. También hablo con seres imaginarios, esos que aparecen después de varios días de no hablar con humanos, ellos resultan más fieles que Lassie.

Me emborracho sólo los lunes, como y mastico con la boca abierta. Salgo a la calle detrás de prostitutas, sé que depende de ellos, de los que se empujan sin mirarse en las calles, también sé que seguramente vendrán por mí, pues no hay nada perfecto en este mundo.


VIERNES 23 DE AGOSTO DE 2002


Me sabía la boca a trago, quería tomar pero no hasta despencarme porque me daba boleta, necesitaba un drink. Tenía plata. Eso había que festejarlo. Lo único malo era ese puto dolor de muela leve y constante. Ella dolía y yo la alborotaba haciendo presión con la lengua, con los dedos, con los demás dientes, seguro de que no se me quitaría nunca. Era como esos uñeros eternos que me dolían cada que los apretaba con los dedos. Desde la seis de la tarde inicié mi ronda de birras, la primera fue para la sed, la segunda porque había comprado dos, pero me antojé de otra y, siendo viernes y con plata, ¿por qué no?, mejor dos de una vez antes de que anocheciera.

Sentado con el teléfono en el pecho, revisé la lista de números en mi libreta, la leí una y otra vez recordando caras, deseos, olvidos, ¿quién será esa Paola?, ¿será Ortiz u Orozco? Busqué primero las amigas que estaban buenas así tuvieran novio. Busqué también a un amigo que pudiera tener amigas o, en su defecto, carro para patrullar muchachas. Me conformaba con uno que viviera solo y se animara para la rumbita casera. Llamé a Laura. Se había muerto hacía dos meses, aproveché y di el pésame; Camila estaba enferma. Mónica había conseguido novio y estaba en el periodo del encacorramiento. Patricia me insultó por un chisme que le contaron. Hacía una hora que Carolina me había dicho que en diez minutos me regresaba la llamada. Marta no tenía ganas de salir. Sofía estaba donde la abuelita; a María se le había enfermado la tía, ¿será que le dio pena decirme que no? Margarita, Lupe, Constanza, ya no vivían en las casas a las que las llamé. El teléfono de la superreinamamilinda de Clara, estuvo ocupado durante tres horas; Lucy estaba embarazada. Teresa se casó y Susana se fue del país. Tenía números de celular, pero ni pendejo que fuera para pagar un dineral por una llamadita; Paco me dijo que listo, que saliéramos pero si le levantaba una pelada; Mario dijo que sí, que si lo llamaba cuando se le zafara a la novia armábamos parche; Rubén como que se volvió cacorro porque me dijo que saliéramos sin viejas; y Felipe, como siempre, no tenía plata, dijo que si le prestaba o que si le gastaba, salíamos; para qué voy arrastrar antenas. A esas alturas, con varias birras en mi cuerpo y la plata lista, me fui por más trago antes de que me cerraran la tienda. Ni modo de ir al estanco porque le debía una caneca de ron al man; puse la radio para asistir a la instigación a fiestas que hacían los locutores; decidí no salir, ya no pensaba en beber con moderación, pues al fin y al cabo, estaba en mi casa y si me pailiaba, me acostaba. Antes de que se me acabara la última fría, puse en la nevera todas las botellas. No compraba cerv que esas dan lectospirosis. Desconecté el teléfono y entré a Internet, inicié por un chat donde todos los babosos reprimidos gozaban insultándose mutuamente, yo sólo leía como asistiendo a una conversación de amigos, revisé varios correos mientras me molestaba la muela. Me dolía desde que me la tiré partiendo la pepa de un chontaduro, tenía ganas de fumar pero esperé a que me dieran unas incontrolables, además el humo incomodaba a los de la casa. Me animé y entré al chat.

"Su madre la sietetetas, la que se la comen los bulteadores de la galería de Siloé, la pirigalluda, la que vi trabajando en la diez, todos los de este chat son unos malparidos, blenorrágicos, desocupados".

Gozaba leyendo los demás improperios que mis contertulios quisieron compartirme. No está bien ponerlos aquí por respeto a los lectores y posibles guionistas. Sólo les diré que barrieron con mi santa madre, insultaron mi virilidad, pasearon el castellano por todas mis partes pudendas y me maldijeron hasta la sexta generación.

Después de este nutrido intercambio léxico morfológico, metafórico y poblado de símiles y de analogías, me retiré y viajé por la red cual hombre araña. Me inmiscuí en un laberinto sin salida, encontré y desencontré deseos y olvidos. Ojeé revistas del mundo, caminé de mi pieza a la nevera, pillé lugares de amistad, mujeres despojadas de sus vestiduras, bajé música en mp3, traduje al español canciones de U2, hablé con un amiga ecuatoriana en el MSN, hice todo un viaje intercultural, me sentí un hombre de mundo y brindé por eso, estaba unido a la humanidad por un cable telefónico. Todos sabían que estaba allí pero me sentía solo, con la esperanza de encontrar a otro ser en el mundo con la misma soledad, y hacer que nuestras almas se unieran en un cibernético aliento.

Desde que llegó la computadora a mi casa, la vida era otra cosa. Ya casi ni salía, intimaba de manera intrépida con ella, no era del todo original, ella era un cloncito rendidor, aún no la comprendía totalmente porque claro, era mujer, pero creía que podíamos convivir, ayudarnos mutuamente. No podía confiar del todo en ella, por eso la tenía al lado de mi cama. No tenía una computadora rechimba; es lo mismo que con las mujeres, siempre que te ennovias aparece una mejor y con más funciones; pues así son las pc. En la que ahora escribo no es la gran cosa, es más, le causa mucha dificultad hacer algunas operaciones, pero para este relato aguanta, aunque. aquí entre nos, este texto ya lo ha borrado varias veces, pero aquí está porque hago copias de seguridad, es que estos programas piratas son muy inestables.

Me zampé la última cerveza, era prudente que no tomara más, la pantalla se movía, me estaba riendo como agüevado, busqué en la cocina y, gracias a San Etílico, hallé media botella de Cariñoso que es dulzón y entra suave. Seguramente sobrevivió a la ancheta de navidad, tomaba y escribía. Hablé con una griega que sabia español, con un señor que quería hacer negocios conmigo. Me dieron ganas de bailar y bailé. Hasta me animé para salir, pero ya eran las 12:47, a esa hora no tenía nada que hacer, ya había perdido el año. Contrario a lo que pensé, el Cariñoso me entró en reversa y ahí sí que no se quedaron quietas las letras. De inmediato me desconecté dejando varias búsquedas inconclusas, además no quería más nada. Me metí en las sábanas y no me importaba que los zancudos me picaran la cara. Pensaba en qué habría sido de mí si hubiera salido, seguro estaría bailando elegante con alguna woman. No sé cuándo me dormí, pero soñé con una amiga del bachillerato, ya no me acuerdo que pasó en el sueño.

¿Por qué será que en Cali el sol tiene que meterse por la ventana para levantarlo a uno? El calor me despertó, sudaba, me deslizaba hasta lugares fríos de la cama. Lo que me hizo parar fue la seca de la garganta, la sentía carrasposa, me paré un poco mareado, di tumbos hasta la cocina, busqué en la nevera lo más frío que pillara. No vuelvo a beber -pensé-, eso es muy feo, yo no sé uno por qué es tan marica y paga para envenenar su cuerpo. ¿Será que la puta memoria no es rencorosa?, todo me sabía a mierda y quería quedarme inmóvil, parar, no hacer nada.

Mientras trataba de enganchar de nuevo el sueño, a mi puta memoria le dio por evocar esos días de rumba donde habían parches establecidos: El bohemio, puro parche guitarra, donde se pasaba de La masa a Héroes del silencio con rapidez; el parche finquero, aguantaba si uno estaba bien acompañado, porque sino terminaba borracho o aburrido; el parche chiva, ese era bueno porque resultaba divertido pasar la noche de un lado para otro entrando y saliendo, saludando aquí y despidiéndose por allá, sólo que para ese se necesitaba carro, escogíamos una zona no muy grande porque ni la noche ni la gasolina rinden para jugar tenis con la ciudad; parche casa de amigo, para mí ese era el mejor, allí uno se acomodaba como rey siempre y cuando el amigo estuviera solo, salía barato, tu escogías la música y, cuando te rascabas o resultaba un levante, habían piezas gratis. Claro que este último tenía sus limitantes, por ejemplo los vecinos que no toleraban un after party bestial, y las nenas que casi nunca podían amanecer en otras casas. Había que salir al sereno a llevarlas, claro que si eras jodido, las mandabas en un taxi recomendadas ante la Santísima Virgen; por último, está el parche coliada de fiesta, éste resultaba ser el más provechoso en términos financieros, no era si no ubicar una fiesta: 15 años, matrimonio o grado, había que llegar tardecito para no quedar en evidencia. Encontrábamos trago, comida y niñas bien vestidas. Claro, nada es perfecto, muchas de las niñas andaban con la familia o con los babosos hermanos y novios. La otra es que en esas fiestas la música era desastrosa, los viejos barrigones saltaban y daban espectáculos bochornosos bailando house en círculo y haciendo coreografías con sus esposas que, casi siempre, era unas cerdas metidas, a punta de crema para manos, en minifaldas minúsculas. Por todo eso, era mejor quedarse en la calle y entrar sólo a bailar, al baño y a comer. Recuerdo otras fiestas: las de cuota, los bazares, los bingos, el día de padre, de la madre, el día del amor y la amistad, el 24 y neral y multigeneracional, aprovechábamos para conocer, intimar y reseñar alguna nueva conquista.

En cualquier parte se necesita plata para rumbear pero a mí no me importaba. Ahora, con los años, aprendí que siempre es bueno tantearse el bolsillo y medir los gastos para poder tener una velada sin sobresaltos. Me cansé de dejar el reloj y la cédula en bares y discotecas, me cansé de llegar a la casa a pedirle a mi mamá que me pagara el taxi, de las patoniadas monumentales para llegar a dormir, de las largas noches tomando agua y gorreándole conchitos a los amigos. Si no tengo plata me aguanto, miro la TV, salgo a la esquina y tiro banca hasta que se me borra la raya. Es mejor un buen canequito entre vecinos que rogarle a un barman para que te dé un caneco por la libreta militar. Y esto sí se los digo con la mano en el corazón: no le gorren trago a los cacorros, ellos creen que todo hombre tiene un marica por dentro y se empeñan en desenterrártelo para luego enterrártelo, esos son requetetraicioneros. No se fíen que uno se emborracha y pierde el año, lo digo porque me lo han contado.

Soy descendiente de imperios anónimos, soy heredero de fortunas haladas, soy el mejor guerrero de cócteles y picnics y me moriré sin darme cuenta, sin agonizar, me desdibujaré en la penumbra lentamente, lentamente con la tristeza de los que nunca conocieron mis atributos.

Dentro de mis amigos de farra estaba Paco el nostálgico, a ese man no le gustaba tomar y lo retábamos hasta que se metía su guarilaques. No era sino que le entraran bien y parecía una máquina del tiempo, empezaba a evocar, siempre era lo mismo, le daba por las canciones, primero las de Piero, Leonardo Fabio, Serrat, Sandro (tus labios de rubí, de rojo carmesí, parecen susurrar mil cosas sin hablar y yo que estoy aquí sentado frente a ti.) para después pasarse a la salsa pesada, cantaba el estribillo y todos lo seguíamos como podíamos; allí, Lavoe, Blades, Cólon, Ismael Miranda, Los Lebrón. bueno, teníamos repertorio para la noche. Luego se le venían a la memoria los amigos ausentes, sus recuerdos nos aguaban los ojos y ya no éramos quince destemplados en un andén sino quince pendejos ojiaguados relatando historias de los muertos: ¿te acordás de esa vez.? ¿Cómo así, él fue el que.?, ¡qué Dios lo tenga en su gloria! Siempre el que se orinaba los momentos álgidos de las noches era Silvio. A ese man sí que le gustaba pelear. Todos esperábamos el instante en el que se le volara el genio por cualquier cosa y se tirara lanza en ristre contra cualquiera de nosotros; un día se sintió porque no le creímos que se había comido a Laura, la hija de don Chucho el de la tienda. Se llenó de motivos, nos miró feo y le mandó severa patada a Mario Toro. Pobre Mario, nada más se cogía las güevas para que no se las estropeara más. ¡Uy! Me acuerdo de Mario, ese pelao era muy raro: se tomaba los blancos del Valle y le daba por torcernos los ojos, mejor dicho, se le aflojaba la cola, cada que íbamos a miar él se iba dizque a hacer lo mismo pero era falso. Nos guindiaba la verga, yo lo pillé; bueno, pero el caso es que un día Silvio se emputó y lo encendió con un riel de quimba que nos tocó meternos a los demás, yo le mandé su patada a ese man por arrebatado, ¡qué como es que le va andar cascando al pelado!, ¡qué vea que somos amigos! Se calmó, pero por si las moscas, no le dimos más trago y yo me le hice lejitos. En el andén no había án, el que quería se entraba para su casa, no había mujeres y podíamos tirarnos pedos, lanzar gargajos y sacarnos mocos con frescura. La gente pasaba y nos miraba pero qué va, nada pasaba. Mejor evitar que la nostalgia me coja. Ellos ya son parte de esa historia irrepetible de mi existencia.

Salí sólo acompañado de mi rabia de muchos días, a patear el mundo, recorrí calles oscuras esperando a que un ladrón me sorprendiera para enfrentarlo, me puse ropa negra y roja, la correa de taches y las botas puntudas. Tenía que cobrar venganza, acechar, mostrarme hostil. Caminé por entre la muchedumbre en las afueras de los bares, reté al tránsito alebrestado del viernes, encaré a varios tombos malgeniados, pero nada, el mundo impávido nada que reviraba, y yo ya me mamé de quebrar vidrios, de pintar paredes ¿por qué será que nadie quiere dejarse tentar? Los puedo atender a todos después que se vengan de a uno, pero nada, aún nada, y entonces ¿cómo sacarme esta puta piedra?


DOMINGO 8 DE SEPTIEMBRE DE 2002 10:45 AM


El domingo llegaba rápido pero avanzaba lento. Cuando todos estaban acostados en mi casa, yo aprovechaba para salir a comprar la prensa y pandebonos calientes. Hacía chocolate, me tomaba un litro de agua fría, leía el periódico por pedazos, en los clasificados buscaba trabajos que no implicaran madrugar mucho. Lo único que encontraba eran avisos solicitando vendedores y más putas. Lo demás, puras fantasías o trabajos del mínimo que sólo servían para que la familia y los vecinos no lo vieran a uno acostado todo el día. Así me la pasaba buscando entre las páginas algunas cosas para distraerme pero era inútil, a pesar de que leí casi cuatro páginas de oferta sobre empleos, nada me llamaba la atención, no quería ser mensajero, ni cobrador, mucho menos vigilante, ni vendedor puerta a puerta, o panadero-pizzero, qué tal yo de conductor de taxi. Además, no podía emplearme de tiempo completo porque todavía estaba viendo algunas clases en la Universidad. Pensaba en el clasificado ideal: "Se necesita joven creativo para proyecto cultural y educativo en Cali, buen sueldo y flexibilidad horaria". Pero qué va, eso tan bueno no existe.

Cuando me desperté estaba tan desparchado que hasta pensé en llamar a la nena nueva era tuerce alambres o a la limones podridos, pero ¿qué les diría?, ni modo, además ¿qué haríamos?, llevarla a la piscina porque es lo único que un domingo deja hacer a los acalorados caleños. Qué pena, con esa barriga que tenía ella y andar por ahí exhibiéndola. Eso no aguantaba. Al río sería prudente, pero a Pance llegaba mucha ralea y qué va, no era para sacrificarse tanto, tampoco es que sea de sangre azul pero no me imaginaba bañándome con totuma mientras los demás bañaban sus perros y sus carros. Claro que si llevaba a la muchacha más arribita donde están los charcos bacanos de mi Pance, de pronto nos cogía la guerrilla; jodido de nuevo. Era mejor no torear al destino y esperar a que pasara el tiempo infernal y despiadado. Pensé en que ese día sería un día más viejo, podía hacer muchas cosas y estaba allí atolondrado mirando muñequitos y practicando el rasquimbol, el deporte nacional. Sería paciente. ¿Será que por tanta paciencia que hemos tenido en este país, los vivos han hecho lo que se les ha dado la gana con nosotros? Era mejor no torear más el tema, era mejor retozar y esperar a que un milagro llegara, o sino, que vinieran los gringos y nos compusieran esta joda.

Qué domingo frío, melancólico, aunque sabía que hacia el medio día llegaría de nuevo el bendito y secador sol. La casa se llenaba del olor a chocolate que aprendí a preparar con mi mamá. No sabía qué hacer, la inutilidad y la ansiedad nunca logran hacer buena pareja, eso me inquietaba. "Parejas", una palabra tan plural pero tan singular al mismo tiempo, no lograba entender qué significaba. Tenía muchas ganas de hablar pero aún era de mañana y no estaba bien llamar a alguien para que me dijera que estaba enguayabado, que boleta despertar a los amigos para que me salieran con el "hablamos luego" o "de pronto nos podemos ver mañana". Tenía montones de trabajo, tres libros nuevos que debía leer para una clase en la U. Pero sólo pensar en mi alma mater me daba escalofríos.

Decido ponerme a botar letras en el pc y escribir una columna para el periódico de la Universidad sobre la juventud y las artes en la postmodernidad, ¡qué maricada! Escribí tres reglones y descubrí que no tenía ánimo de hacer nada, estaba como para quitarle las pilas al reloj, ponérselas al control del tv, arroparme y pasar de canal a canal mientras me diera hambre. Quería dormir revolcándome como una sanguijuela entre las sábanas, evitando los recuerdos.

Qué días extraños los domingos, días en que por pura genética no se puede hacer nada, si acaso ir a cine o a un partido de fútbol, pero nada más. Tragar saliva es rico después de un desayuno saludable, lo disfrutaba. De nuevo con el periódico en la mano pensaba en qué pasaría con los millones que se robaron los del Municipio, qué se habrán comprado con eso o qué se comprarían; yo con un pedazo de esa platica me hubiera hecho a una casa grande para poner una panadería, y a comer pandebono y a piropear muchachas, dedicaría mi existencia. Eran las once de la mañana y me entró la culpa por gastar el tiempo viendo en la tv tantos muñequitos cabrones. Como para hacer algo busqué refugio en mi amiga la computadora, que desde su Windows me apreciaba y me dejaba disponer de su Word, me llamaba a escribir. Me sentía seguro frente a ella, estaba cómodo aunque había situaciones en las que respondía mal, pero la reiniciaba y era como si todo arrancara de nuevo.

Sigo escribiendo porque escribir es lo único que no me hace daño, mejor aún, es lo único que puedo hacer sin sentir culpa. Al llenar páginas y páginas de ideas y de pendejadas, que son ideas mal pensadas, vacío toda mi cabeza de tantas fantasías, frustraciones y traiciones. Habito los personajes, me visto de historias, hago una trinchera de mi realidad contra la realidad en medio de la realidad y pese a ella.

Nací necio en este puto país de mierda donde estoy acorralado por el odio y la desidia. No traeré hijos a esta tierra donde cada vez sentimos tanto caos y desespero, sé que el fin está cerca, cada día nos pisa los talones con más fuerza y terminaremos replegados en el mutismo, ya no tendremos más misericordia con las angustias. Una tierra sangre, paraíso perdido entre el no se puede y el no se debe. Tierra linda pero llena de trampas en esta latitud del globo reseco por la calentura, ¿qué hacer? Yo como que me uno a las beatas del barrio en la tarea de aferrarnos a las hostias.

Qué va, el cuento de la ciudad de la salsa es un asunto para agencias de viajes, no somos ningún sueño atravesado por ningún río o (caño mejor), ¿qué porque los intelectuales de a peso y las cuchibarbis se agolpan en bares lúgrubres, en la Bodeguita Cubana o en la Taberna Latina esto es la ciudad de la salsa? Pues no me parece. Tampoco creo que tres orquestas flojas puedan cambiar la identidad de los montañeros para inscribirnos en las listas mayores del son y el guaguancó. Yo me patoneo mi calicalentura y no encuentro acomodo, asidero como diría mi abuela. Lo mejor en este valle de incertidumbres y de desencuentros es no pararle muchas bolas a los que con alevosía se desgañitan frotando a Cali por todos lados. Esta es una ciudad de mierda, todos los que vivimos aquí estamos cagados y con el mar a dos horas de curvas y de guerrilla. Ni pa´qué hacer el viaje a Buenaventura si es otro cagadero peor. La vida y la muerte están juntas, sólo es cuestión de tiempo, de que llegue el momento, que por esas casualidades nos muramos y de allí a contar con suerte para no reencarnar en un palestino.

El viernes vi un muerto mientras venía de pagar los servicios. No fue el primero ni creo que sea el último que veré. A éste lo bajaron dentro de su carro, quedó con cara de extrañeza ante su nuevo estado. Creo que no sufrió mucho. Es que a unos se la ponen muy complicada para morir, y sólo para quedar con cara de mártir. Este ex-vivo que quedó obstaculizando el tráfico, fue el tema de vendedores de dulces, limpia vidrios y ciclistas que regresaban de trabajar. Después del caos ocasionado le hicieron el levantamiento y no pasó nada. La vida regresó por la misma calle y ese muertico entró en la lista cada vez más amplia de los muñecos, de los que pailaron, de los que la fusión de plomo y odio trasforma en cadáveres. Aquellos que por las cosas del destino se ganaron un pasecito vip al más allá. No se sabrá del todo quién fue ni por qué. En la historia del levantamiento estarán los impactos de bala, quedarán localizados con calibre, fecha, hora y lugar, quedarán las características físicas de la víctima, y lo demás, entrará al limbo de lo que es mejor no saber. Cuando logramos pasar el trancón que formó el suceso, el tema del colectivo fue la muerte y lo peligroso de la ciudad. Tres cuadras más adelante una bicicleta que cruzó imprudentemente tuvo un encuentro cercano con el colectivo en el que yo iba, ya el muerto pasó a un segundo plano y la discusión fue sobre quién tuvo la culpa de ese incidente, yo sólo fantaseaba con la idea de largarme a vivir en el Pacífico, entre negras espléndidas, que bailan currulao mientras yo me zampo un sancocho de pescado y tomo biche, por algo el destino me puso tan cerca del Océano.

No me queda si no escribir porque camino por una ciudad cada día más extraña, donde los ecos se pierden en un falso civismo y en una tolerancia que raya en la pendejada. Yo no conozco el Cali de los juegos Panamericanos ni mucho menos vi a Jovita ni a Riverita, ¿qué es eso del Charco del Burro? No me digan que la historia de los años 60´s la escribió un tartamudo decadente embutido de maracachafa que le dio por matarse en el 77, el mismo año en el que yo nací. No gozo caminando por la Sexta, me importan un culo los hongos de Pance, ni para qué el club Colombia o el San Fernado. El Parque de las Banderas es un tremendo mantequeadero y hay que estar en la jugada o te roban. Ni las Tres Cruces ni el Cristo Rey están en mi Cali. Los referencio como sitios donde roban. ¿Qué putas es Cali?, no me digan que es ese barrio Obrero contado por un miserable lavaperros. Ese no es mi Cali, en mi Cali no hay putas ni coca, no existe Juanchito, no hay aceleres, no hay nada. A duras penas estoy yo esquivando huecos y esperando a que un carro bomba me vuele a la mierda.


Omar Felipe Becerra Ocampo, 2002 (omarfelipebecerra@gmail.com)

1 de abril del 2005
Colombia

Escritos breves de Omar Felipe Becerra Ocampo:




 
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