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El rincón literario: Mi sombra y yo


Mi sombra y yo jamás hemos podido conciliar nuestros movimientos en forma armónica. Muchas veces, cuando estoy a solas en mi cuarto, ante mi escritorio, cavilando sobre los avatares de mí Destino, de los pasos que he dejado tras de mí y, de los que, tal vez, habré de dar en el futuro, veo a mi sombra pasearse con nerviosismo por la habitación a grandes trancos, como si algún asunto de vital importancia requiriera de su presencia y, con ello, me abstrae de mis pensamientos, lo que logra en mi mente un cierto sentido de aversión hacía ella.

Otras veces, cuando de prisa camino por la calle en cumplimiento de alguno de mis múltiples deberes, veo a mi sombra caminar displicentemente, como si la vida le importara un comino, O rezagarse, escudriñando el entorno, como buscando algún objeto que hubiese perdido. Por mi parte, acelero más mi paso con un gesto de rabia contenida. ¡Que se vaya al diablo! =Murmuro para mi caletre.

Cuando algún sentimiento alegre llena mis sentidos, y la euforia desborda de mi pecho, y trato de compartir con algún ser querido esa experiencia, veo a mi sombra sentada en un rincón de mi aposento, una figura desolada, los codos descansando en sus rodillas, y el mentón macilento entre sus puños.

¡Quien sabe que profundos arcanos profanan su magín. En ese momento, mi euforia se desvanece y una honda pesadumbre se apodera de mis sentidos.

Mi sombra y yo, seguimos sendas distintas, como dos desconocidos. Por las noches, al disponerme a reposar, veo a mi sombra al borde de la cama, como renuente a compartir las líneas de mi cuerpo y, no se si en mi sueño me acompaña porque, al despertar, la veo absorta, contemplando a través de la ventana germinar la luz del nuevo día.

Otras veces, cuando el insomnio flagela mis sentidos, y paseo mis inquietudes por el piso, sobre el lecho, veo a mi sombra yacer cómodamente y, hasta imagino que escucho sus ronquidos.

Un espasmo de coraje hace vibrar mi cuerpo.

¡Es inútil! Mi sombra con sus desplantes egocéntricos, jamás coordinará sus movimientos a los míos.

El día que te fuiste, el cielo estaba llorando, sus gruesos lagrimones resbalaban por el cristal de la ventana. Tomaste tu maleta en forma desganada, tal vez, esperando que yo te retuviera, sin embargo, con una mueca de desdén e indiferencia, te vi partir ¡Pobre alma lastimada! A mi lado, mi sombra arrodillada clamaba tu regreso y, por vez primera, siguiendo un raro impulso que no he logrado aquilatar, con el alma destrozada, me arrodillé junto a mi sombra ¡Y comencé a llorar!


Anselmo Gonzalez Madrigal (monterrey_glz@hotmail.com)

Enviado el 2 de diciembre del 2010

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