Welcome/Bienvenido/Benvingut
Welcome/Bienvenido/Benvingut

El rincón literario: Acosada


Era una noche infernal, la tempestad se había desatado incontenible, el viento aullaba como fiera herida, y las patas de las bestias, en su carrera, entrechocaban con las piedras en el desigual camino.

La persecución había comenzado hacía ya más de dos horas. La fugitiva y quienes la acosaban, acicateaban a sus monturas sin darles un segundo de reposo. Los animales nocturnos, corrían aterrorizados, buscando el amparo de sus madrigueras. Ocasionalmente, la luz de un relámpago iluminaba brevemente el sendero, lo que daba oportunidad de contemplar la persecución encarnizada que se llevaba a cabo.

La Muerte, una vez más, volvió el rostro y miró por encima de su hombro, y sintió que el corazón se le aceleraba. Sus perseguidores, cual jauría enloquecida, iban acortando distancia. Acicateó con pavor a su montura, y pegó su cabeza al cuello del animal, tratando con ello de bloquear menos el aire en su loca huida. En su fuero interno, sabía sin lugar a duda que, si llegaba a ser alcanzada estaría irremediablemente perdida y, por ello, un terror enfermizo se había apoderado de sus sentidos, y la estaba llevando al borde de la locura.

La lluvia arremetía con más furia y resbalaba por entre la capa y la osamenta de la fugitiva. El negror profundo de la noche, no le ayudaba en nada, como había creído al principio de su loca huida. Para sus perseguidores, la oscuridad no era un impedimento para localizar a su presa. Frente a la fugitiva pero, a más de tres kilómetros de distancia, se hallaba (lo sabía) lo que, para ella, significaba su salvación. La escarpa del Diablo. Un laberinto de riscos y encrucijadas que sólo ella conocía y, estaba segura, sus perseguidores temían y, con esa idea bullendo en su acalorada mente, sus cuencas vacías horadaban las sombras, tratando de acercar su meta a la distancia de sus ansias pero, una dolorosa duda le asaltaba. ¿Llegaría antes de ser alcanzada? A escasos doscientos metros del camino, por el lado derecho, las olas se estrellaban con furia contra los escarpados rompientes de la playa, y hacían vibrar el suelo de la senda.

Por momentos, la Muerte albergaba la confianza de escapar ilesa de sus enemigos, puesto que el camino que recorría, era un camino que ella conocía, como los códices secretos de donde emanaba su poder y, la lluvia y el viento, confiaba, serían un pequeño freno para sus verdugos. El viento gemía sobre sus oídos, al tiempo que su larga túnica, semejaba un negro sudario desplegado tras de su espalda. La guadaña que, unas horas antes, había atravesado sobre el cuello de su montura, había caído sobre unos breñales al salvar unos obstáculos en la pasada del caudaloso río. Sabía que si era alcanzada por sus perseguidores no tendría salvación.

¿Por qué tiene que pasarme esto a mí? –Se preguntó, al tiempo que un fuerte sollozo se escapaba por entre sus amartillados dientes. Sus talones se movían frenéticamente acicateando a su corcel, al tiempo que sus oídos captaban, ¡más cerca! el retumbo de los cascos de los caballos de quienes, de un momento a otro, podrían darle alcance De la ranura de sus quijadas, donde deberían estar unos labios, salía un silbido macabro, como si los fuelles del infierno estuviesen trabajando a toda su capacidad. A cada momento, volvía el rostro y la angustia se apoderaba de sus sentidos, al constatar que esta, era una carrera que, presentía, estaba perdida.

Al llegar a la bifurcación del camino, donde se puede elegir entre la Senda del Ahorcado, O el Camino Solitario, tuvo una leve vacilación sobre cuál camino a seguir, fue sólo por un segundo pero, ese titubeo tuvo la virtud de cambiar su suerte. Volvió a ver a sus espaldas, ahora eran menos de cincuenta metros lo que la distanciaba de sus perseguidores y, en ese momento, tuvo la plena seguridad de que había sido alcanzada. Con rabia impotente, clavo sus talones en los ijares de su montura, y al momento sintió que sus calcañales eran salpicados de un líquido. Unos minutos antes, había comprobado que los belfos de su montura sangraban pero, el terror que agarrotaba sus sentidos había opacado ese pensamiento. Una sola esperanza bullía en su mente. Antes de llegar a la zona de riscos, había un espacio de unos diez metros de frente cubierto de una maleza impenetrable llena de abrojos, y sólo ella conocía la forma de penetrar en el espinoso laberinto. Apenas a cinco metros de este espacio, su montura dobló una de sus patas delanteras, y se escuchó el seco tronido del hueso al romperse, el animal cayó sobre el empedrado camino, relinchando dolorosamente y levantando un poco de lodo en su caída.

La Muerte cayó al mismo tiempo y fue a dar a unos tres metros de distancia de la bestia. Aún con el dolor en sus huesos por la caída, se incorporó de inmediato y se precipitó sobre los espinos, sin embargo, la horda de perseguidores, había llegado al mismo tiempo que ella. Uno de ellos se lanzó sobre la fugitiva. La muerte sintió un fuerte tirón en su túnica y cayó de espaldas sobre el camino, el sujeto que la derribó, se colocó a horcajadas sobre su cuerpo, y una siniestra sonrisa se dibujó en sus labios, blandió con sus manos una refulgente cimitarra, la elevó sobre su cabeza y… A punto de recibir el golpe mortal, la Muerte lanzó un escalofriante grito de terror, el cual tuvo la virtud de despertarla. Fuertes temblores recorrían su osamenta, y sus manos no dejaban de moverse en forma frenética y nerviosa. Se levantó lentamente de su lecho y paseó su mirada cautelosa por el entorno de la caverna donde se hallaban sus habitaciones. Sabía que no tenía nada que temer pero. ¡Que sueño tan espantoso! =Pensó para sí. Y, por desgracia, es un sueño muy recurrente. Sí, eso era lo que más le preocupaba a la Muerte.

Casi día con día y, durante varias semanas, ese sueño pernicioso le venía agobiando los pocos momentos que tenía de merecido reposo. Salió de la caverna y se detuvo a unos pasos de la entrada. El viento discurría por la montaña en forma leve, arrastrando entre las rocas y tras él, un interminable murmullo de ecos de voces extinguidas. Muy debajo de donde ella se hallaba, las olas llegaban a morir rompiendo contra la masa pétrea de la montaña. Las estrellas lanzaban sus guiños juguetones desde el abismo, y la noche ocultaba la maldad entre sus sombras. Por un momento, la muerte contempló extasiada el espectacular escenario nocturno, y sintiendo en toda su dimensión la grandeza del Omnipotente, se sintió abatida y relegada al ínfimo lugar que ella ocupaba en el misterioso Plan Maestro. Sin embargo, una cuestión más acuciante la distraía de estos poéticos momentos. Caviló por un momento, y llegó a una lógica conclusión. Creo, =se dijo in mente, que es necesario y, ¡Urgente! Que visite a un siquiatra. Retornó a sus habitaciones, llegó hasta su alcoba, se sentó lentamente en la orilla del lecho, y se fue recostando hasta poner su cabeza en la mullida almohada pero, sabía por experiencia que, por esa noche, no volvería a pegar los ojos.

Anselmo Gonzalez Madrigal (monterrey_glz@hotmail.com)

Enviado el 20 de diciembre del 2010

Escritos de Anselmo Gonzalez Madrigal:




 
www.polseguera.com - © Polseguera. Todos los derechos reservados

info@polseguera.com