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Artículos o escritos interesantes: Hernán Rivera Letelier: el escritor que llegó del Salitral

Por Ricardo E. Brizuela – ricardobrizuela@yahoo.es 



Hernán Rivera Letelier se declara autodidacto y formado por las lecturas de obras de escritores argentinos. Insiste también en que no puede asumir que es un intelectual, aunque la gente de Editorial Planeta se empeña en presentarlo así.

En realidad, después de escucharlo más de una hora, este periodista puede asegurar que Rivera es, fundamentalmente, un cuentista.

Esto por supuesto no desmerece su condición de escritor. Pero, en el contacto con el público, en la elaboración de su discurso y el desarrollo de la trama de las anécdotas que cuenta, uno puede encontrar efectivamente al cuentista experto en transmitir historias – simples, pequeñas – con la fuerza y el remate propio de aquellos que conocen profundamente la reacción de su público.

Definitivamente, Hernán Rivera utiliza los mismos recursos que hoy podemos encontrar en los exitosos cuentistas populares argentinos; o en cualquier amigo, de cualquier parte del mundo, que en la sobremesa del vino pausado es rodeado por todos para escuchar sus ocurrencias.

Sostiene sin dudar que su libro “La reina Isabel cantaba rancheras”, es una reivindicación de las prostitutas.

A partir de esta afirmación ya tiene a su público acomodado para disfrutar de su sabroso discurso, con excepción – claro - de quienes se levantan para irse, porque suponen que viene un escandaloso panegírico de la profesión más antigua.

El primer domingo de una de las Ferias del Libro que se hacen todos los años en Buenos Aires, su presencia concitó mucho interés. Fue aquella en la que presentó la edición del libro del que hablamos.

Allí tuvimos oportunidad de escucharlo.

El escritor chileno utiliza un lenguaje rico en expresiones populares de su país, pero perfectamente comprensible por parte de sus oyentes. Exhibe también una sintaxis oral muy particular, inventando vocablos, y llevando al absurdo a una expresión de máxima inteligencia, con el empleo de los mismos.

Un ejemplo es la semblanza de la heroína de su novela: “La reina Isabel era una prostituta del campamento minero muy fea...muy feaaaa”, exagera prolongando el sonido de la vocal. “Flaca y fea... pero fea del verbo fear”, remata.

Este recurso, propio de los cuentistas orales, desató la adhesión del público.

“Yo tenía veinte años cuando la conocí... claro que nada mas que por fuera”, dice con intención y pasea su mirada sobre la concurrencia.

Alguien – en estos casos los que escuchan a un escritor tratan de estudiarlo como un entomólogo analizaría a un bicho - le preguntó cuál fue la influencia de Leopoldo Marechal en su formación.

Letelier le contestó con esta anécdota:
“En la biblioteca de Pedro de Valdivia – un pueblo en medio del desierto del norte de Chile – descubrí a Marechal. Me llamó la atención un libro gordo: era “Adán Buenos Ayres”. Lo tomé y en la cartulina de referencia puse mi nombre. Era el único. Lo releí varias veces en dos semanas. Dos años después lo busqué de nuevo. En la cartulina seguía estando yo solo. Pasaron los años y repetí la rutina: firmé la cartulina hasta siete veces sin que otro lector figurara. Cuando el pueblo fue abandonado fui a la biblioteca antes que la cerraran para siempre. Busqué con ansiedad “Adán Buenos Ayres”. Estaba allí, solo, y únicamente con mi firma. Entonces lo tomé, me abrí la campera, lo puse bajo el brazo y lo robé. Ahora sí sería solo mío...”.

El desarrollo de la anécdota mantiene el interés del público y el remate imprevisto es insuperable, logrando la adhesión de la gente.

Claro que la pregunta que la originó no fue contestada.

Letelier le toma el tiempo a su público. A tal punto que puede girar del humor al drama, como cuando le pidieron que recite uno de sus poemas. Serio, dijo que se acordaba de uno que le había dedicado a su padre cuando murió. Hizo una pausa, levantó el mentón, miró sobre el público y recitó: “Epitafio a mi padre muerto en el 73...”. Nueva pausa y continuó: “No levantéis de ese modo las cejas, el viejo se murió de silicosis...”. Bajó la vista y quedó en silencio. El público también.

Seguramente algunos – al principio - habrán relacionado esta muerte con la violenta historia política que ensombreció a Latinoamérica en la década de los años setenta.

Letelier va a vender muchos libros. Sabe como hacerlo.

Artículos de Ricardo E. Brizuela




 
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