Autor: Ernesto Rosa

Fuente: https://www.polseguera.com/writers/writing-95_dos-en-uno.html


Dos en Uno

Era una realidad.

El asteroide chocaría contra el planeta en menos de cinco años extinguiendo toda la vida en el mismo y dejándolo inhabitable por trescientos años.

La junta de naciones vivía en sesión permanente desde que se confirmó el hallazgo seis meses atrás y, por fin, el informe de los estudios científicos había llegado. Era bien escueto:

“Solo la utilización de todo el arsenal nuclear del mundo lanzado contra el asteroide podría traer alguna esperanza de detenerlo”.

La decepción fue muy grande, ni siquiera traía alguna certeza. Muchos mandatarios opinaban que había que hacerlo, que si alguna esperanza había, se debía intentar. La moción fue aprobada unánimemente y se pidió a cada nación que presentara un inventario de su arsenal nuclear. Dos meses después los inventarios eran presentados y, una vez expuestos en la junta, armó un gran alboroto de indignación. Las potencias mundiales mentían descaradamente seguramente movilizadas por el hecho de no quedar “atómicamente” desguarnecidas. Ni siquiera ante tal calamidad eran capaces de mostrar sensibilidad. Por poco confiables los inventarios fueron desestimados y la moción revocada, de modo que todo volvió a fojas cero. Entonces una nación, una de las diez más poderosas, pidió que se escuchara a Tomas Wad, un científico de fama mundial autor de innumerables libros de ciencia, pilares de todas las universidades del mundo. Wad expuso:

“Si no podemos usar el arsenal nuclear mundial, única esperanza a la vista, entonces debemos pensar en como preservar la raza humana. Manejamos la técnica de criohibernación a la perfección por lo tanto podríamos construir naves espaciales que saquen a la gente del planeta y mantenerlos congelados durante tres siglos hasta que el planeta vuelva a ser habitable. Mientras tanto las naves estarían en órbita con el planeta a una distancia prudencial”.

Una andanada de comentarios obligó al presidente de la junta a pedir silencio. El mandatario de la mayor potencia mundial pidió la palabra. Inmediatamente le fue concedida:

“Doctor Wad: ¿Cómo cree usted que en cinco años podríamos construir la cantidad de naves suficientes como para evacuar a la población mundial?”.

Wad se puso de pie y pidió la palabra como manda el protocolo. Le fue concedida:

“Insulta usted mi inteligencia y su pregunta muestra una gran cuota de hipocresía. Usted pretende que sea yo el que lo diga y le daré el gusto: Eso es imposible. Cada país deberá hacer una selección cuyo número dependerá de parámetros a determinar. Yo opino que solo se podrá salvar a unas pocos centenares de millones”. Dicho esto Wad se sentó y no volvió a hablar. El mandatario de su país le dio a las palabras del científico la forma de moción y esta se aprobó por unanimidad. Claro, dentro de esa junta se sintetizaba toda la plana mundial industrial, financiera, política, militar, etc. En suma, toda la desgracia del planeta. Por supuesto la repartija de lugares en las naves no fue equitativa teniendo las naciones más poderosas la mayoría de los lugares, pero aún las menos influyentes destinaron sus pocas plazas a las familias de los mandatarios más encumbrados y la gente de su entorno inmediato. La asignación de plazas fue concluida y presentada cuando aún ni siquiera se habían empezado a planificar los trabajos de construcción, los que solo se inicializaron unos tres meses después. Se asignó para la colosal obra un enorme desierto de trescientos kilómetros de largo por quinientos de ancho. Unas veinte millones de personas fueron contratadas para los trabajos pero toda la plana intelectual y la de control pertenecía al entorno de Wad, unos doscientos científicos, ingenieros y técnicos, quienes a su vez poseían su entorno de confianza. Toda esta gente totalizaba unos diez mil trabajadores, todos absolutamente incondicionales a Wad. Nadie puso la más ínfima objeción a este detalle, tal era la confianza que despertaba el prestigio del científico. Cuando todo estuvo establecido, un año más tarde, Wad informó secretamente a la junta, dado que esto se ejecutaba de espaldas al mundo:

“Se construirán diez mil naves con capacidad para veinte mil tanques criogénicos cada una, lo que totalizaría unos doscientos millones de personas. Estará todo listo en dos años y medio trabajando a destajo, las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días. Las naves serán robóticas no tripuladas y su mando central estará en la nave que yo y mi equipo ocupe. Para alcanzar una distancia prudente antes del impacto deberán ser capaces de desarrollar una velocidad tal que solo los impulsores nucleares pueden proveer, así que, ya que no fueron capaces de proveer armamento para salvar al mundo, espero me suministren la suficiente materia prima radiactiva para elaborar los reactores y salvarse ustedes y sus familias. El abordaje se hará una semana antes del impacto. Cuatro días antes de esa fecha todos los pasajeros deberán estar congelados. La ocupación de las naves se repartirá en tres categorías: Titulares (Cabeza de familia), esposas y/o parejas e hijos. Las naves de los titulares no podrán completarse con ninguna de las otras dos. Eso es todo. No contestaré preguntas”.

Una semana antes del impacto el asteroide estaría apenas entrando al sistema solar y podría ser claramente advertido a simple vista. Parecía mentira que ninguno de los otros planetas se cruzara en su camino pero las matemáticas no mentían, lo que es chocar, chocaría.

Finalmente llegó el día. Doscientos millones de personas fueron discreta y organizadamente trasladadas a las mega-instalaciones del desierto y, a través de túneles, alojadas en estrechos e incómodos cubículos a la espera de ser congeladas bajo tierra y sus tanques instalados en la nave precisa. Seis millones de personas trabajarían servil y febrilmente en ello para salvar a una ínfima y privilegiada porción de la población mundial para nada representada en aquellos afortunados que si sintetizaban la desgracia histórica del mundo.

Diez mil flechas plateadas, preciosas, imponentes, apuntaban al cielo en un ángulo de treinta grados esperando a sus ocupantes.

Con precisión de relojería los titulares fueron embarcados y en un momento determinado Wad, desde un puesto de mando remoto, ordenó a los sistemas autónomos el despegue de las diez mil naves. El estruendo fue breve pero atronador, la enorme flotilla pronto se perdió de vista. Instalados cómodamente en una sala, Wad y su equipo observaban como las naves abandonaban la atmósfera terrestre.

- ¿Crees que funcionará?. - Preguntó su asistente más cercano.

- Claro. Cada nave posee una carga atómica para destruir un centésimo del maldito asteroide. Son diez mil… -

- ¿En cuanto tiempo despertarán?. –

- En una o dos horas. Navegarán un mes antes del impacto, no sentirán nada, tienen comida y bebida de sobra. Además les hice un video explicativo de su destino que se activará quince minutos antes del impacto. Por más que intenten lo que intenten nada podrán hacer. –

- ¿Cómo se explicarán la salida de hibernación?. –

- También les hice un video que la justifica como paso previo a un lapso más prolongado. He alterado los relojes de las naves. Cuando despierten pensarán que pasaron veinte años. No sospecharán nada. –

- Has tenido suerte en ese sentido. Verdaderos genios fueron embarcados en el fraude. –

- Cuando es el culo lo que intentas salvar te crees cualquier pavada, así somos. –

- ¿Cuándo trasladamos a las mujeres y los niños?. –

- Luego que les informemos de la situación los devolveremos a sus hogares. Todavía están esperando embarcar. –

- Ha salvado al mundo, Doctor, ¿Cómo se siente?. –

- Verdaderamente bien. Hemos destruido un asteroide y limpiado el planeta de su peor basura en un paso. Espero que se sepa aprovechar. -
 


Ernesto Rosa
Enviado el 17 de marzo del 2012