Autor: EL POLACO Fuente: https://www.polseguera.com/writers/writing-510_ser-hijo-es-amar-la-vida.html Ser hijo es amar la vida SER HIJO ES AMAR LA VIDA ¿Cómo inicia la historia de un hijo? A medida de que el tiempo fue transcurriendo, se hace cada vez más difícil recordar los hechos de mi niñez. Hubo momentos cuando el hombre joven comenzaba a experimentar el asombro por cada suceso que le ocurría, donde todo parecía más sencillo y nada era imposible de conseguir. Cuando se es pequeño, se ignora cuál es la finalidad de nuestro camino. Lo primero que me viene a la mente, es escuchar esa voz dulce a mis oídos, que embriagaba mis sentidos, logrando en mi ser algo muy especial, que hacia palpitar mi corazón con un alocado frenesí. Sin dudas, el llamado de mi madre producía esa calma que solo el amor puede dar. Así fue creciendo el chiquillo, preso de una inocencia donde los sueños más utópicos se engalanan con esa única verdad, que lo tornan mágico y bello de concebir. En ese pasado que dio sustento al hombre del presente, esta quizás el secreto de las razones por las cuales hoy nos definimos en la sociedad. Mi madre, no solo significó cambiar mis pañales, calentar biberones o insistirme para que me alimente de purés o papillas, sino que transformó mi existencia dándome su tiempo y esfuerzo, para educarme como el mejor maestro, buscando encauzar mí camino. Me abrazo con su corazón cada hora de cada día, con la pasión y la entrega, que solo una madre puede tener por su hijo. El designio de Dios la aparto de mi lado, pero aun conservo en cada célula de mi piel, esas enseñanzas que atesoro como el capital más importante del legado que recibiera. Quiero regresar a esa época, donde la amistad era algo sublime y sagrado de forjar. Nos juntábamos a menudo en un prado que nos permitía jugar a la pelota, y como todos éramos de condición humilde, usábamos un balón construido con trapos, papeles y algunas  medias de lycra de nuestras madres.    A pesar de ser pibes, teníamos una variedad notable de juegos, que nuestras mentes creaban permanentemente con su ingenio. Allí en esas tardes eternas y calurosas de aquellos veranos, donde el sol se hacía perpetuo en el horizonte, conocí en profundidad el amor por la amistad. Cortábamos un ramillete de varillas de árboles, y nos desplazábamos por las polvorientas calles, cazando mariposas de todos los tamaños y colores. Luego las colocábamos en frascos de vidrios agujereados en sus tapas de cierre para que respiren, y cuando llegaba el atardecer y el astro rey empezaba a declinar en el horizonte, las libertábamos todas a la vez, logrando así un momento difícil de olvidar. Volando todas unidas hacia la libertad, parecían una bandada de alegres pájaros, deseosos de regresar a la paz y tranquilidad de sus nidos. En esa época no había tanta tecnología, y más bien se vislumbraba otro tipo de proceder en la sociedad. La gente era más simple, y se notaba una amplia alegría en los semblantes de la ciudadanía. Era el famoso tiempo de la yapa, y uno siempre esperaba con ansias, que el abuelo lo mandara al almacén a comprar algo, ya que en todas las oportunidades te regalaban algún caramelo o dulce. No había tantos comercios dispersos como en la actualidad, y si necesitabas algo, allí lo conseguías sin grandes problemas.  En mi caso particular crecí sin padre, con un abuelo y madre que me brindaron todo lo que pudieron para ser dichoso. Eran años de vacas flacas donde no se poseían riquezas o bienes ostentosos, solo se contaba con lo necesario para seguir luchando cada día como si fuera el último. Sin heladera ni luz, sin lavarropas ni televisor, solo una vieja radio nos sacaba de esa triste y monótona realidad que teníamos. La carencia de bienes materiales no impedía que la familia estuviera menos unida que ahora. Se comía en paz y solo existía la armonía y la alegría de tener a toda la familia reunida. Se almorzaba, y a veces en la cena cuando no había lo suficiente, mi abuelo nos cebaba mates de leche con pan, mientras nos contaba anécdotas y fabulas extraordinarias.  ¿Será que al no tener demasiadas cosas tangibles que cuidar o proteger, los únicos bienes eran los que están en nuestra esencia, y que son los verdaderamente importantes para crecer y desarrollarnos como personas? No existían los planes sociales ni los subsidios, se decía la verdad y no se nos llenaba la cabeza de preceptos o ilusiones que no se pudieran cumplir. Éramos humildes, pero la pobreza no alteraba la dignidad que se percibía en cada una de las familias.  Tal vez observo de una manera trivial, sucesos que me acontecieron de mozalbete, pero sin dudas me atrevo a decir; que esos años forjaron la esencia de mi espíritu, y que hoy son el reflejo de lo que soy como individuo. No hay nada tan subjetivo y esquivo como la juventud. Cuando encontré mi pasión profesional y obtuve un trabajo estable, tuve la necesidad de marcharme de la casa de mi madre. Esa situación cambio la relación, haciéndome concebir una perspectiva diferente, al analizar el vínculo más importante que había obtenido en mi corta existencia. Fui un bebe feliz, alcanzado por una primera y segunda infancia, para entrar en una niñez, que fue la etapa más increíble que alguien pudiera poseer. Pero como nada es para siempre, llego la adolescencia con la premura de lo inevitable, y todos aquellos castillos de ilusiones que habían sido mi mayor tesoro, se fueron esfumando cuando el agua de la vida acarició mis pies desnudos. En todas esas vivencias estuvo indefectiblemente mi progenitora, guiando la luz de mi senda como ese faro que nos cuida en las noches más oscuras. El abuelo es sin dudas, una persona muy importante para todas las familias, brinda un invaluable apoyo en el cuidado y crianza de sus nietos. Sobre todo en casos que se carece de un padre, que ayude a la madre a criar a su hijo. Por eso gran parte de la concepción adquirida, de cómo se debe proceder en una situación determinada, lo aprendí de la sabiduría de mi entrañable y querido abuelo. El era un inmigrante vasco que luego de la primera guerra mundial, (1914-1918) decidió probar como tantos otros un nuevo comienzo en un lugar ajeno y distante a esos ámbitos tan despiadados, que la guerra brinda a los pueblos de la tierra. De carácter reservado como todo vasco, se mostraba adusto y poco cariñoso, pero con el tiempo percibí que eso no quería decir que no te quisiera. Tenía  un gran vinculo afectivo con mi madre, y al pasar los años, cuando ya había partido a la vida eterna, comprendí lo bueno que era con todos sin excepción alguna. Era común que los chiquillos vistieran pantalones cortos en esas estaciones pasadas, y a raíz de ello, jamás voy a poder borrar de mi mente, que fuera precisamente él, quien me regalara el primer pantalón largo. Me gustaba acompañarlo en algún trámite o ir a cobrar su jubilación en el banco, porque veía en su presencia la figura paterna que no tenía.  Hay momentos cruciales en que suceden hechos, que nos marcan a fuego, y que producen un cimbronazo emocional en nuestros corazones. Perder a mi abuelo fue algo sorpresivo y angustiante, que lleno de incertidumbres y dolor el camino que me esperaba desandar. Sin él, todo se hizo más complejo por el porvenir a transitar, quedando solo el bastión de mi madre para sostenerme en la vida. Estando en las circunstancias más adversas que el destino me había llevado, y a pesar de hallarme  en un proceso cercano a la adolescencia, el hecho produjo en mí una regresión hacia la infancia, logrando una fusión emocional tan fuerte con mi madre, como cuando era un inocente niño. Después del transcurso de observar tantísimas estaciones, ya con el cabello plateado y la piel arrugada por el tiempo, comprendí que ese mecanismo de supervivencia que los lazos afectivos me proporcionaron, fueron el sustento del mejor antídoto para fortalecer mi sistema inmunológico y psicológico,  infectándome de una energía necesaria y reparadora para seguir adelante. El frío era intenso y la espera se hacía larga y dura. Eran varios miles de jóvenes que esperaban con ansias, que llegara la hora para poder entrar a las instalaciones de ese centro de reclutamiento.  Comenzaba la década del ochenta y por un convencimiento basado en la necesidad, mi madre me había acompañado hasta la capital desde la provincia, para dar comienzo a una carrera militar. Después de muchos sacrificios y peripecias, me fui formando en un ámbito donde el esfuerzo no era negociable.  Me levantaban a las cinco de la madrugada, y después de un frugal desayuno nos hacían desfilar a destajo, matizando las mañanas a los compas de un agudo silbato, que me fue entregando los primeros sinsabores de la carrera. ¿Sera que soporte tantas injusticias por la simple razón de ser humilde, y no tener un futuro cierto si regresaba a casa? Comía lo justo, y más de una vez encontré cucarachas, chinches verdes y lauchas secas en mis alimentos. Nos sometían a los más duros castigos que una persona puede soportar, pero como era una época de Dictadura, nadie se atrevía siquiera a murmurar una sola palabra. Allí percibí que la única forma de escapar de esa situación, seria recibiéndome a como dé lugar para continuar mi camino. En las tardes y luego de almorzar, nos desplazábamos al edificio que oficiaba de curso, donde nos daban diferentes cátedras formativas que con el tiempo llegaron a ser un bálsamo para apaciguar tantos abusos que padecíamos. Pasaron los días, y estos se hicieron meses, y cuando menos lo pensé dos años habían acontecido como un pestañeo imperceptible de visualizar.  Cuando finalizaba el año 1981 concluía el curso, y por haber terminado entre los cinco primeros (de un total de 400), me daban la posibilidad de elegir un destino determinado para continuar mi carrera. Nunca hubiera sospechado que el sitio que solicite, fuera a transformarse en una de las mayores encrucijadas de mi corta existencia. En 1982 me trasladaron a Ushuaia.  La suerte me llevó donde el mundo se termina, la ciudad más austral del planeta. El misterio y la aventura me atraparon con su magia, desde que el avión Fokker F 28, me depositó en esa isla tan lejana y misteriosa de la patria. Al invadir su intimidad más me extasiaba con la belleza y el encanto que poseía ese paramo. Tenía dispuesta una variedad de posibilidades, que consistían en un nudo administrativo, portuario e industrial, además de contar con un marcado y solvente destino turístico.  Con el tiempo conocí el colorido de sus paisajes, la belleza indescriptible de sus montes nevados, la diversidad de su fauna, el horizonte de su bahía, la frondosidad de sus bosques nacionales, y el enigma de su aura. Especies increíbles de aves y lobos marinos, se desplegaban por los islotes que se descubrían dentro del canal.  Esta ciudad joven, nutrida y gestada por paisanos de otras provincias, siempre resulto atractiva para cualquier habitante del mundo. Neozelandeses, norteamericanos, chinos, europeos, brasileños, y otras razas, viajaban a Ushuaia, para descubrir que era eso, que se comentaba tanto, de la metrópoli del fin del mundo.  Aun en paraísos tan esplendidos, donde la fantasía nos asombra a cada paso que damos, suelen ocurrir hechos inevitables, que transforman la luz en oscuridad y tristeza. La guerra llegó casi sin notarlo, y de repente como el asesino serial más despiadado, se instalo para traer el miedo y el dolor. A veces, cierro mis cansadas pupilas inmemoriales, y recuerdo pasajes de esos días aciagos e inciertos, donde el alma vuelve a vibrar como si el tiempo del pasado se hiciera presente, llenando mi esencia de la más cruel paradoja que se pudiera presentar. Contemple tanta pena y dolor que pensé con tristeza, si Dios hubiera pasado por allí.  Cuando surge alguna necesidad de hacer tramites en la capital, ya que vivo en la provincia, jamás pierdo la oportunidad de pasar y contemplar en plaza Francia, el monumento a los caídos en la guerra de las Malvinas. Leo cada nombre y apellido de las 649 almas caídas durante el conflicto, que ofrecieron su vida, en pos del bien común.  En cada oportunidad que lo hago  me encuentro con algún soldado que conocí, y la emoción de esas vivencias me hace estremecer el corazón. A veces divago sobre  las diferentes connotaciones que la guerra habrá causado en sus seres queridos. Uno compartió episodios con cada uno de ellos de una manera casual, pero duele imaginar que sucedió con el paso del tiempo, en esas madres que perdieron lo mejor de sus vidas. Perder a un hijo por una enfermedad o accidente es doloroso, pero cuando te lo arrebatan por causas políticas, es abrir una herida que como una brecha de injusticias, jamás se cierra para siempre. En junio de 1982 el RHAI (Rompehielos Almirante Irizar) se lo transformó en buque hospital dotándolo de 160 camas de internación, sala de terapia intensiva, quirófanos, y otros medios sanitarios. Operó en Malvinas hasta fines del conflicto. Jamás había visto tantas extremidades de jóvenes cercenadas por la crueldad de la guerra. Piletones repletos de brazos y piernas mutiladas y destrozadas, permanecían allí con la apatía de lo indecible. No sé si el miedo, la confusión, el olor a podredumbre de la sangre, o la crueldad por tantas inequidades, postraron mi espíritu, que preso de tanta pavura, quería como en un viaje astral, separarse del cuerpo para ser nuevamente un ser de luz y perdón. Cuando el 2 de mayo de 1982 fue hundido el Crucero "ARA" Belgrano, fuera del área de exclusión, fallecieron 323 personas, casi la mitad del conflicto bélico. Al grito de "VIVA EL BELGRANO", llego la orden de evacuar la unidad. Ante la premura del ataque misilistico, muchos abandonaron sus recintos, (estaban descansando), mal abrigados y casi desnudos. Se les improviso luego, con ropa de cama algunas vestimentas para paliar el extremo frio del sur.  Debido al stress del ataque, muchos quisieron bajar a buscar a amigos y camaradas, que estaban atrapados en cubiertas bajas, pero todos los que descendieron, jamás volvieron a ver la luz del día. Tal vez uno de los casos más tristes, y que no tuvo difusión por los medios, fue que cuando detono el segundo torpedo del submarino CONQUEROR, hubo determinados compartimientos que a raíz de la explosión, deformaron por el calor, la estructura de las esclusas de las vías de escape de los recintos de la tripulación. Pese a los denodados esfuerzos  por intentar abrir desde afuera dichas cavidades, fueron imposibles de llevarse a cabo. Como no se podía hacer otra cosa, se tuvo que abandonarlos a su suerte. Gritos de desesperación, sollozos de rabia, mezcladas con impotencia, todo reunido allí, como ese sueño de libertad que nunca llega. Aquellos valientes estaban vivos, pero sabían que iban a morir en contados minutos. ¿Que siente o pasa por su mente, cuando el hombre está cerca de la muerte? ¿Qué se le puede decir o contar a una madre, cuando un hijo se fue llamándola o gritando su nombre? Jamás le confesé, a quien me dio la vida, estos hechos tan pavorosos que duermen en mi conciencia. ¿Puede un hijo alterar la paz de una madre? Hay sucesos que es mejor llevarlos en nuestra propia mochila de aprendizaje, y así mitigar el dolor de otros. La guerra es el peor camino de la humanidad, y ella solo nos hace miserables e indignos de concebir la existencia. Siendo el año 1984 y después de tantos avatares que el destino me hiciera pasar, decidí dejar las fuerzas armadas. Es inevitable que al calor del dolor, uno va aprendiendo y dejando jirones de piel en cada paso que da, y con el ocaso de mis ideas, era necesario variar mi rumbo hacia otro lugar. Al retornar a mis afectos cotidianos mi carácter era otro, y todas esas vivencias pasadas,  habían moldeado diferentes concepciones de observar los hechos. A veces la lógica y la razón no encuentran el camino, pero ante la falta de ellas hay otras posibilidades que están más allá de nuestros conocimientos. La sabiduría surgida del dolor, fue mi mayor aliado para amanecer a un nuevo despertar. Las dificultades sociales son como esos parásitos que son microscópicos pero que siempre están, y que nos enseñan que nunca hay que claudicar en nuestro derrotero existencial. Buscamos soluciones para todos los males que nos bloquean y lastiman a diario, instalando el miedo en nuestros corazones. Esas dudas hacen demorar una conciencia que está dormida y que no puede despertar.  Siempre hubo un vínculo muy estrecho con mi madre. Ella fue terriblemente exigente, y hoy al paso de las décadas, comprendí que fue lo mejor que concibió, para sacar lo más importante que estaba encerrado en la cárcel de mis sentidos.  Durante mi juventud pasaba montones de horas soñando despierto de todo lo que el mundo me depararía. Al no estar plenamente formado, trasladaba cada inquietud al dominio de mi madre, que aun adoleciendo muchas respuestas, me daba su total atención, como solo lo puede ofrecer, la pasión de una madre. Luego de incursionar en variadas ramas de las profesiones, con la única finalidad de obtener una existencia digna, decidí adentrarme al mundo de lo comercial. Como no poseía capital, proyecte mi futuro ingresando en la Marina Mercante. La sal del mar curte el espíritu del hombre, y en esas épocas, la premura en que se lograba era mayor que en la actualidad. Esto se debía a que en esos tiempos la tecnología no había infestado el mundo y los virus eran los de siempre. Con el advenimiento de lo virtual, las comunicaciones escalaron hacia un mayor confort y comodidad del hombre de mar.  Desembarcar en África, y ver como harapientas mujeres rodaban por el suelo, aferradas a sus niños, peleando por los tachos de basura que la unidad arrojaba, le dieron una cosmovisión inimaginable a mi atribulada alma. Una cosa es oír o escuchar versiones contadas, pero otra es observar la realidad, cuando el flagelo del hambre y las iniquidades están al alcance de nuestros asombrados ojos. Vi puertos con el lujo de lo inverosímil, donde el poder y la riqueza se trasladaban a populosas ciudades. Las exquisitas y magnificas sirenas de mármol, talladas en fuentes de fantasía, decoraban cada lugar, haciéndolos parecer un paraíso terrenal. Inmensas estructuras de cerámicas, cristales e hierros finamente moldeados, ocultaban una pobreza desoladora que se encontraba más lejos de ese centro, donde la voz y la alegría no reinaban. También vi con profunda tristeza, el mercado de esclavos, que aunque muchos digan que ya no existe y es cosa del pasado, estaba allí, muy cerca de mí. Lo distinguí en el semblante de muchas jóvenes, que abandonadas a su suerte, se vendían al mejor postor por un puñado de monedas para seguir viviendo.  Superpoblación, hambre, enfermedades, pandemias, y limitaciones por doquier, me hicieron concebir una realidad que es contraria a las utopías que todos añoramos de conseguir. Dejando esos viajes tan aciagos, pero con muchas enseñanzas, me distraigo por un momento y me situó nuevamente en ese vinculo apasionante que lleva un hijo por sus afectos.  Hay hipótesis que hablan de la hormona del amor, y que gracias a la glándula pituitaria que la produce, permite tener al hijo una conexión telepática con su madre. Aun no hay certezas en bases a pruebas científicas que lo respalden, pero en mi caso particular, puedo decir que lo experimente en variadas oportunidades. ¿Cómo describir el vínculo y comunicación que existe entre las madres y sus hijos? Es decir, ¿cómo es que las madres tienen la capacidad de conocer los estados de ánimo, necesidades, deseos y anhelos de sus hijos? Una de las hipótesis seria la telepatía, una comunicación interna de alma a alma, que nuestra mente establece a través de impulsos eléctricos, logrando transmitir y recibir imágenes, pensamientos, ideas, e impresiones sin importar el tiempo y la distancia.  Todo ello responde a un vínculo creado desde la niñez, y que es una empatía adquirida que se puede fracturar y perder para siempre. Esa vibración que nos conduce al otro, depende de una sola palabra, que es la que aglutina todo lo esencial que abarca al ser, y que es sin dudas, "El Amor". Imaginar llega a casa después de permanecer tanto tiempo lejos, y al entrar, percibir esa fragancia única y especial, que pulula por cada rincón, impregnando a cada átomo para constituir el mejor ambiente posible. He visitado y degustado exquisitos manjares, y delicias que la mayoría desconoce. Bebidas refrescantes como el agua de esos manantiales vedados a los hombres. He calzado finos zapatos, y me he ataviado de lujosos trajes y ropas de extraños tejidos. Todas aquellas riquezas o lujos del materialismo, quedan vacía  de sustento y semejan ínfimas baratijas carentes de valor alguno. Lo más frugal y simple, se hace gigante al traspasar ese dichoso umbral, donde recibo el calor de una luz amorosa, que me envuelve por completo haciéndome enormemente feliz. Y como si fuera una lámpara de Aladino, que da sus tesoros en la tierra, me ofrece a mí, esos bienes que están más allá de la razón del hombre.  Un día mí amigo de tantas aventuras y travesías por el sendero de la amistad, se bebió de golpe todas las estrellas, y se durmió para trascender a otro plano espiritual. El me acompañaba cuando el mate lograba un paréntesis en mi existencia, llevando mis pensamientos hacia esos sueños que todos cobijamos en ese misterio insondable que es la vida. Su mirada tierna y atenta a mis actos, me sacaban de la melancolía que me embargaba sistemáticamente, por esa lucha interna que existe en el ser. Su energía perduro a mi lado por casi 17 años, y nunca encontré mayor fidelidad que en la de mi perro.  Como olvidar el acopio de tantas tardes, cuando el sol y el camino se unían, para hacernos soñar despiertos. Mi madre lo amaba como a un hijo, y no había lluvia o inclemencia meteorológica, que le impidiera tomar su correa y sacarlo a pasear. Plazas abarrotadas de pájaros y flores, calles de quintas donde el aroma de los esbeltos eucaliptos tornaban paisajes irreales, todo era bueno para caminar con él, en esa rutina diaria que a medida que pasaba el tiempo acercaba más los corazones.  El almanaque va transcurriendo, y vamos fluctuando en esa variedad de estaciones sin tener en cuenta que nada es perpetuo, y que el tesoro más preciado llegado el momento, si hace difuso y se va extinguiendo como esas cenizas que las brisas se llevan.  En mis diferentes etapas experimente variaciones con mi entorno social, y como no podía ser de otra manera, también las tuve con mi madre. A veces fui critico con su proceder, y aun después de décadas, continuo procesando algunos episodios, sin encontrar cual es la respuesta acertada de admitir. En un abrir y cerrar de ojos, se acumulan los años, y pasamos de ser jóvenes impulsivos y alocados, a personas más maduras que analizan todos sus recuerdos. Esa fuerza que vibra en nuestro interior, nos va marcando un rumbo magnético, al igual que esas aves o cetáceos, usan para encontrar su norte. Ese vínculo emocional que adquirimos cuando fuimos niños, se va deteriorando cuando la sociedad nos impone determinadas pautas, que nos alejan de ese legado afectivo que llegamos a alcanzar El cuerpo, la mente y el alma son los elementos que deben estar en total armonía para encontrar el equilibrio que tanto deseamos. En cada lapso de nuestra vida, el equilibrio es vital, para que el cuerpo no se enferme y logre una existencia plena. La medicina a través de sus diferentes disciplinas, intenta curar el mal del cuerpo, pero no tiene la necesaria consideración que el ser, existe más allá de una tercera dimensión. El egoísmo, el individualismo, la comodidad, la pereza, esa tendencia a la frivolidad, nos aparta de ese centro de equilibrio que nos brinda la fuerza vital, haciendo decrecer el sistema inmunológico que nos protege de los daños. No está en nuestras manos ser humildes y generosos, y al igual que le ética y moral, son pocos los que la llevan a cabo. Por eso, cuando tome noción de la realidad que me sometía, puede al fin comprender el valor de una frase simple y vertida hace muchísimas centurias. "El mayor capital humano, es la Salud". Sentado al borde de su cama, la más pura y lógica razón, se desvanece ante la fantasía de pensar que aún permanece en mí, el recuerdo de su dulce voz. Cuando el dolor destrozaba mis entrañas y el hastió gobernaba mis días, su cálido abrazo me daba la tranquilidad que mi alma necesitaba. Durante su sueño veo un rostro, y él me hace viajar a la bella infancia. Allí, donde era un niño feliz, porque sabía que ella estaba cerca de mí. Una adolescencia donde el sol era el caballero hidalgo y generoso. La hermosa luna, la dama mas coqueta y misteriosa. "Así era la vida de un hijo". Lleno de pasión, ilusiones y aventuras. Todo parecía único e irrepetible. Parecía la alegría perpetua. Todo fue quedando atrás. Aquellas calles de tierra, pavimentación mediante, se llevaron la magia para nunca regresar. En cada momento de esas etapas, había una sombra, que velaba por mí. ¿Cómo callar tanta devoción? Si su esencia era la pureza de mi ángel guardián. El tiempo se fue sin querer, y hoy ya no tengo su entrañable compañía. Ya no lloro, porque mis lágrimas, se secaron esa tarde que me dejo para siempre.  El payaso de la risa me mira sin entender, y me pregunta donde quedó mi otrora alegría. Tal vez, se extravió hace ya mucho tiempo, cuando su luz se fue, dejándome en la noche más oscura y triste.  Como explicar que perdí lo más sagrado que alguien pudiera poseer. Que decir para mitigar ese dolor que abrasa mí pecho, como si ardiera en una fogata eterna.  Ese sentimiento de ausencia permanecerá hasta el fin de mi existencia, pero a pesar de ello, debo esbozar una sonrisa y continuar, recordando cada una de las enseñanzas que me dejara. Ella estaba muy grave ya, pero aunque mostraba un rostro devastado por su dura enfermedad, no dejaba de mirarme con la dulzura y el amor, que solo una madre puede prodigar. Cuando ya no quedaba más espacio en mi corazón para seguir sufriendo, "Dios", en su infinita misericordia y sabiduría, la llevó al paraíso eterno. Han pasado muchos años de su partida y desaparición física, pero día a día crece en mí el deseo de volver a verla, y sentir como aquel que alguna vez fuera un inocente y travieso niño. Ahora su alma inmortal ya no sufre más. La imagino como antes, bella, fuerte y llena de vida. Así quiero imaginarla, para que la armonía nunca me abandone, y el espíritu se llene de una paz serena y duradera. Jamás olvidare a mi madre, pasaran los días, los meses y los años, pero la luz de su vida, permanecerá en mi corazón para toda la eternidad. Decir la verdad siendo honesto y respetando al otro. La dualidad es un rasgo característico del hombre, y en base a él, quiero entender lo que significa ser un hijo. Los valores inculcados a un niño, lo ayudaran a vivir con integridad, además de permitirle conocerse a sí mismo.  Después de transitar los pasos necesarios para encausar un destino, puedo decir sin temor a equivocarme, que se debe dar todo el corazón, ofreciendo su fuerza y energía cada día, para sacar adelante un hijo. Siempre estuve atento a los concejos vertidos por mi madre, y aunque no estuviera de acuerdo con su decir, jamás deje de respetar su autoridad. Los límites impuestos en el proceso formativo le dieron a mí ser, los fundamentos esenciales para trascender a una frontera final, donde está el fin de la humanidad. En la vida el pequeño se transforma en el padre, y llegado el momento se convierte en el abuelo. Todos son uno mismo, y están alcanzados por un ciclo, que es el proceso vital de una persona.  Nacemos, tenemos una infancia, una niñez, una adolescencia, y una adultez donde nos desarrollamos, luego llega la vejez donde fallecemos. Buscamos desde el nacimiento encontrar un sentido a nuestra propia vida.  El placer de gozar la existencia, no es la fuerza fundamental del hombre, ni tampoco de ser alguien en la sociedad, es la tendencia más importante del individuo.  Se puede vivir por ideales o inclusive morir por ellos, pero no se puede inventar el sentido de nuestro camino. A veces queremos escapar de una realidad, y la engañamos con el dinero, el sexo, la droga, el poder, o la actividad frenética. Hay una tensión entre el tedio y el deseo. " ¿Vale la pena todo esto..? ". Esa pregunta existencial, siempre asola al ser que busca encontrar la solución a sus dilemas. Siempre existe el más afortunado, que queda satisfecho de lo que es, y de lo que hace. Pero por lo general, todos ansiamos lograr algo más de lo que tenemos. Eso responde a una condición inacabada de búsqueda hacia lo pleno y perdurable. Hacemos demasiado énfasis en la realización del ser en el plano material, sin tener en consideración los diferentes planos dimensionales que atraviesan la estructura de la especie. No percibimos abrirnos a otros mundos que desconocemos, pero que están muy cerca de nosotros. Estamos limitados por nuestra propia mortalidad, que se acerca inexorablemente cada día, y que nos impide desarrollarnos más rápidamente. Es común escuchar decir, que la única forma de derrotar a la muerte, es perdurar en las memorias de aquellos que nos amaron y compartieron nuestras existencias, y que a la postre se convertirán en las generaciones futuras a poblar la tierra. Si la muerte es la última palabra en la vida del hombre, nada tiene sentido. No podemos ser un fósforo que se enciende y se consume en segundos. ¿De qué sirve una libertad, sin garantías de eternidad? Los planos dimensionales están estrechamente ligados por una fuerza inagotable que aglutina todo el universo, "El Amor". Ser hijo me enseño a relacionarme con los demás, dentro de la comunidad y el mundo. Aprendí a buscar el bien común, utilizando las condiciones económicas, sociales y políticas, para favorecer una realización integral como persona.  Concebí una concepción desde una unidad indisoluble del cuerpo y el alma, para hacerle frente desde allí, a la muerte del cuerpo y la perduración de un alma inmortal. Cuando el hombre muere, solo lo hace en un sentido tridimensional, pero la vida continúa más allá de esa realidad.  Los frecuentes conflictos y malentendidos entre hijos y padres, deben dejar de ser como tales, en base al respeto y el amor incondicional. Es un esfuerzo conjunto que deben realizar todos los integrantes de una familia. Para sanar la relación, hace falta una conexión más cercana que los agrupe y les permita adaptarse a las nuevas realidades. Ceder cuando se piensa que tenemos la razón, propicia un nuevo enfoque, para establecer el dialogo y no fracturar la relación. Dejar el miedo atrás, que solo genera confusión, desconfianza y rechazo entre padres e hijos. Desde muy pequeños, los niños adquieren un vínculo afectivo, que jamás debe perderse, ya que en esta comunicación sana, reside el crecimiento y desarrollo de una persona. La labor de mi madre no fue fácil, ya que el trabajo no respondía a su exclusiva responsabilidad, sino que también, los hijos deben hacer el esfuerzo, y en mi caso no fue diferente.  Tener la mente abierta a los concejos y recordando que nadie es perfecto, hicieron madurar mis sentidos. Su perdón ante mis constantes errores, marcaron a fuego, la mejor enseñanza que alguien me pudiera brindar. En conclusión, esa sana relación, es la que necesita un hijo para trascender con éxito en el duro camino de la vida.  Cierro mis ojos, y el pasado me atrapa con sus copiosos recuerdos. El niño mira a su madre y busca en sus pupilas encontrar, la seguridad que necesita para sentirse feliz y sin miedo. Aun no llega a los dos años, y ya presiente que lejos de su ángel protector, la crueldad es más difícil de sobrellevar. Hace poco que se atrevió a caminar, y lo hace con cierta dificultad. Muchas veces rueda por el suelo, pero se levanta con una fuerza titánica y continua su marcha. Nunca está quieto y quiere tocar y mover cada cosa que ve a su alcance. Sonríe con la inocencia que solo los niños pueden poseer. A pesar de su corta edad cela con desvelo a su madre, y cada vez que alguien se le acerca o la abraza, llora con pasión y corre a su lado. No entiende de razones ni de lógica y solo piensa en ella. Por fin, el pequeño ya descansa plácidamente entre sus cálidos brazos, constituyendo un solo sentimiento.  Un corazón que aprendió a latir, dentro de un seno que lo cobijo, y que después de mucho tiempo, lo entrego a la paz y la esperanza del amor. Sin los hijos, la vida no tendría sustento y sería como ese puente que la corrosión de los años lo va destruyendo. Dentro del hombre yace lo peor y lo mejor de su esencia divina, y aunque no coincida en sus ideas, busca incansablemente encontrar esa única verdad que lo haga libre para siempre.  Por lo general, son más las incertidumbres que lo asolan que las certezas que lo gobiernan, pero dentro de ese margen de variables, desconoce el futuro y el tiempo que le queda.  Nada está determinado eternamente en esa frontera final, y al igual que los deseos y sueños, todo puede cambiar y transformarse en ese anhelo largamente añorado. "Ser hijo es amar la vida".