Autor: Robert Newport

Fuente: https://www.polseguera.com/writers/writing-235_cartas-a-un-amigo-imaginario-2014.html


Cartas a un amigo imaginario (2014)

(25 febrero 2014)

Amigo imaginario:

Empezó un nuevo año, se consumió el mes de enero, estamos finalizando febrero y… ¡Todo sigue igual! La cifra de parados continúa siendo escandalosa. La corrupción y el fraude, lamentablemente, siguen estando de actualidad, descubriéndose nuevos casos cada día. El Gobierno del Partido Popular, con su mayoría absoluta, aprueba nuevas leyes que coartan la libertad y los derechos de los ciudadanos. Los recortes -¡malditos recortes!-, están acabando con lo poco que queda del estado de bienestar… La arrogancia y la prepotencia de nuestros gobernantes -que andan más perdidos que un pingüino en el Caribe- nos están llevando al borde del abismo. Los partidos políticos, los gobiernos autonómicos, las diputaciones provinciales, los ayuntamientos, los bancos y cajas de ahorros, incluso la institución otrora más respetable y respetada, se han convertido en confortables cuevas de Alí Babá de ladrones insaciables… ¡Qué vergüenza de país!

Últimamente, querido amigo, mis cartas son monotemáticas. Siempre toco los mismos temas: política, corrupción, paro… Pero es que lo que está ocurriendo en este suelo patrio en los últimos tiempos, acapara toda la atención. Y no queda espacio para otras cuestiones. No se atisba un horizonte mínimamente definido y esperanzador. Cada día que pasa, la duda y la incertidumbre sobre el futuro que nos espera -suponiendo que haya futuro- se apoderan de nosotros, atenazándonos. 

Los que pertenecemos a la generación de la primera mitad del siglo pasado, que hemos sufrido las razonables carencias de la posguerra -unos más que otros, naturalmente-, vivimos la dictadura sin tener de ello un conocimiento reflexivo -y mucho menos, conciencia política-, y fuimos testigos de la Transición a un nuevo, anhelado y prometedor sistema político: la Democracia. También, expectantes, comprobamos que fue posible la concordia y la reconciliación entre viejos antagonistas políticos. Y lo hemos celebrado.

Han transcurrido algo más de tres décadas desde entonces. La Democracia se instaló -¡al fin!- en el país y en nuestras vidas. Sin embargo, ¿qué queda hoy de aquel estado de bienestar que, con tanto esfuerzo, habíamos conseguido? ¿Qué podemos esperar de un Gobierno que, ignorando el clamor popular, hace y deshace a su antojo? ¿Con qué tienen pensado sorprendernos los próximos dos años que restan de legislatura? Es tal la impotencia que siento, amigo mío, que únicamente me queda confiar en que las urnas pongan a cada uno en el sitio que le corresponde. Aunque, ciertamente, las opciones que nos ofrece el actual panorama político no son nada tranquilizadoras.

Visto lo visto, podemos aseverar que el problema no está en el sistema político, sea cual sea, sino en el uso -y, sobre todo, en el abuso- que se haga de él. Y ese uso -o abuso-, lo ejercen las personas que ostentan el poder. Y no siempre -o pocas veces- esas personas están suficientemente preparadas para gestionar ese poder conferido. Y así nos va.

Un fuerte abrazo.

(23 marzo 2014)

Amigo imaginario:

Hoy, al filo de las tres de la tarde, falleció Adolfo Suárez González, primer presidente del Gobierno de la Democracia. Sabes que siempre sentí por él gran admiración y respeto. Lo he expresado en muchas ocasiones; y hoy, más que nunca, me reafirmo en ello.

No voy a hacer una exposición de los méritos de Adolfo Suárez, ni de sus éxitos y fracasos: luces y sombras, que las hubo. Tampoco voy a ensalzar su figura de hombre de Estado. No es necesario que lo haga. Su brillante y ejemplar trayectoria política es sobradamente conocida. Sin embargo, amigo mío, sí quiero destacar que, aunque nunca antes había tenido conciencia política, la llegada de Adolfo Suárez al panorama político de nuestro país me infundió una gran confianza. Me agradó su personalidad, su poder de convicción, su capacidad de trabajo, su carácter dialogante y conciliador, su honestidad… Fue, por decirlo de algún modo, mi norte político.

Aquel jueves, 29 de enero de 1981, cuando Adolfo Suárez hace pública su dimisión como presidente del Gobierno a través de la televisión, me sentí políticamente huérfano. Y así continúo desde entonces.

Tendrán que transcurrir muchos años -¡muchos!-, hasta que este país vuelva a tener un político de la talla de Adolfo Suárez. Su sentido del deber, como hombre comprometido, le llevó a dedicar todo su tiempo y esfuerzo a gobernar este país en unas circunstancias especialmente adversas: crisis económica, terrorismo y malestar en las Fuerzas Armadas. Aquella dedicación le llevó a descuidar la atención a su partido. Y pagó un alto precio: la soledad. Se sintió abandonado por sus afines políticos, que conspiraron para abatirlo. Fue acosado y calumniado injustamente. Todo lo soportó con admirable humildad, con resignación franciscana,  con exquisita elegancia.

Hemos perdido a un gran hombre de Estado, un político irrepetible. Su nombre quedará grabado con letras de oro en la historia de este país.

Sólo te pido, querido amigo -a la vista del contenido de esta carta-, que analices, pausada y reflexivamente, la actual situación política y el comportamiento de sus actores: fraude, corrupción, falsedad, prepotencia, promesas incumplidas… Y saques tus propias conclusiones.

Un fuerte abrazo.

(20 abril 2014)

Amigo imaginario:

En los últimos tiempos, cada vez con mayor frecuencia, la información que recibimos sobre la pobreza, con unas cifras escandalosamente alarmantes, no deja de sorprendernos. Pero lo más preocupante de esas cifras, que antes nos sonaban ajenas y muy lejanas, es que ahora corresponden a nuestro país, a nuestra ciudad, a nuestro barrio. Hoy, son nuestros propios vecinos los que la padecen.  Mañana... ¡Quién sabe!

Los últimos informes de Cáritas y Unicef, querido amigo, reflejan un alarmante aumento de los menores que, en nuestro país, viven por debajo del umbral de la pobreza. Y si no se toman medidas urgentes, esos menores pasarán a ser una mera estadística. Pero no de pobreza, sino de algo más dramático e irreparable. ¿Cómo es posible que en este país, en el que los casos de corrupción equivalen a miles de millones de euros, los niños pasen hambre? ¿Cómo es posible que el Gobierno niegue esta evidencia, cuando todos sabemos que muchos menores sólo pueden comer una vez al día -¡y mal!-, a costa del ayuno de sus padres? ¿Cómo es posible que en este puñetero país de cuentistas y vividores se haya permitido dilapidar, de manera tan irresponsable, cantidades astronómicas en construcciones faraónicas -tan innecesarias como inútiles-, que nos ha llevado a esta lamentable situación de indigencia y miseria? ¿Cómo es posible que nos encontremos en una situación similar a la vivida en la posguerra? ¡¿Cómo es posible?!

Que desde el Gobierno nieguen que esta situación se esté produciendo, denota que viven en un nivel muy superior, elevado como las altas cumbres, oteando el horizonte, y no se dignan mirar hacia abajo para ver lo que está ocurriendo en la ladera y en el valle: en los hogares y calles del pueblo... Sin proponérmelo, me estoy expresando en un tono poético que no se corresponde con la dramática situación a la que me estoy refiriendo. Porque, digan lo que digan el presidente del Gobierno y sus ministros, a nivel de calle hace mucho tiempo que el viento está soplando de proa, y los ciudadanos estamos al borde de la extenuación de tanto hacer frente a un temporal que los que tienen el mando son incapaces de capear. El timonel y los oficiales de esta nave [nuestro país], con su manifiesta insensatez e incompetencia, siguiendo un rumbo equivocado, están provocando una deriva de tal magnitud que, si no se corrige a tiempo -y la tempestad arrecia cada vez más-, será inevitable que la nave -con nosotros dentro- se haga pedazos contra los escollos de la indigencia. Y, como suele ocurrir, no habrá botes salvavidas para todos.

Dirás tú, paciente amigo, que mis cartas son el reflejo de un permanente malestar. Y tienes toda la razón. Es cierto, para qué negarlo, que mis críticas y discrepancias, mis protestas y arrebatos, siempre están presentes. Pero convendrás conmigo, estimado amigo, en que es lo único que puedo hacer: expresar mi malestar e indignación ante una situación que se está volviendo insostenible.

Hay otro asunto muy preocupante, relacionado con la corrupción, que quiero comentarte. Se trata de actuaciones presuntamente fraudulentas en Andalucía -concretamente en Málaga, de momento-, por supuestas irregularidades en unos cursos de formación. En principio, el supuesto fraude podría alcanzar la nada desdeñable cantidad de dos millones de euros, por la que 17 empresas de aquella provincia están siendo investigadas. Si el resultado de las investigaciones demuestra que cometieron esas irregularidades -actuaciones fraudulentas-, espero que se les aplique un castigo ejemplar; además, claro está, de exigirles la devolución del dinero defraudado. ¡Estamos hartos de la tolerancia que se tiene con tanto ladrón titulado! 

Como puedes ver, la picaresca continúa siendo nuestra seña de identidad -¡qué vergüenza!-, desempeñando un papel relevante en el ámbito de las subvenciones. ¿Por qué siguen produciéndose estas irregularidades? Sencillamente, porque las distintas Administraciones, con su habitual desidia -sinónimo de indiferencia-, no se preocupan de hacer un seguimiento de los fondos que, al libre albedrío, conceden para determinados fines. Así se explica que no haya dinero para educación, sanidad, asuntos sociales… Se lo llevan todo estos sinvergüenzas, con la anuencia de las Administraciones Públicas. ¡Basta ya!

Un fuerte abrazo.

(01 septiembre 2014)

Amigo imaginario:

Hoy comienza un nuevo curso político. El Gobierno sigue insistiendo en que todos los indicadores muestran una clara recuperación de la economía. Que el diagnóstico de la situación, de acuerdo con la sintomatología, no ofrecía lugar a dudas. Y, en consecuencia, el tratamiento, prescrito y aplicado, está dando los resultados esperados: el paciente se recupera -¡hurra!- satisfactoriamente.

Vamos a ver. Comprobemos las constantes vitales. Si se refieren a la macroeconomía, posiblemente estén en lo cierto. No soy quién para ponerlo en duda. Sin embargo, tengo el convencimiento de que para que esa recuperación se haya producido -o se esté produciendo-, fue necesario sacrificar la microeconomía. Es decir, que los poderosos -¡los ricos!- son cada vez más ricos. Y los ciudadanos de a pie -¡los pobres!- cada vez más pobres. A lo largo de la Historia, el débil siempre fue el sacrificado en favor del poderoso. Y esto es incuestionable, además de evidente. Porque ya me dirás, querido amigo, cómo es posible que en época de crisis -tiempo de vacas flacas- como la actual, los que ya eran económicamente fuertes, pueden seguir permitiéndose dispendios de verdadero escándalo sin que su economía se resienta. Por el contrario, los que siempre han tenido grandes dificultades para poder llegar a fin de mes, ahora ni siquiera pueden alimentar a sus hijos. Y esta es la triste realidad que estamos viviendo.

Del mismo modo, como indicativo relevante y sorprendente, sabemos que las ventas de coches de gama media y baja, cayeron estrepitosamente; sin embargo, los coches de alta gama -que únicamente están al alcance de economías solventes- incrementaron sus ventas. Conclusión: el poder adquisitivo de los poderosos no solo se mantuvo, sino que aumentó considerablemente. Pero aquellos que, con gran sacrificio, a duras penas podían permitirse un coche utilitario, ahora no pueden adquirir ni una bicicleta. Lo que viene a demostrar, que el gran logro social conocido como clase media, paradigma de prosperidad y equilibrio socioeconómico -que sustentaba el amplio tejido comercial de las ciudades-, va camino de convertirse en una especie en vías de extinción.

Como puedes ver, paciente amigo, el panorama no pinta nada bien. Estamos atrapados en un callejón sin salida. Porque, además, como guinda del pastel -¡qué apesta!-, están los casos de corrupción en nuestra clase política -cada día surge uno nuevo-, entre los que destacan delitos como el blanqueo y evasión de capitales, prevaricación, malversación de fondos públicos… Así no hay manera de cuadrar las cuentas. Las arcas públicas se vacían -entre otras causas, porque el dinero evadido no crea riqueza dentro del país, y no paga impuestos-, y -¡hala!-, tijeretazo va, tijeretazo viene. Recortes aquí y allá, que merman nuestra maltrecha economía, reduciendo a la mínima expresión el poder adquisitivo. Como siempre, los platos rotos de tanta ilegalidad consentida -¡qué asco!- los seguimos pagando los económicamente débiles. ¡Esto es sangrante!

Por otra parte, la otrora respetabilidad de las instituciones, así como la honorabilidad de los que ostentan u ostentaron su titularidad, pierden peso específico cada día. Ya nada es lo qué era. Y, lamentablemente, nos estamos acostumbrando a una nueva realidad: la indecencia y el deshonor en la clase política. Porque, sin ir más lejos, el escándalo Jordi Pujol & familia, que vino a calentar este verano -climatológicamente inestable-, es la evidencia de que el poder corrompe. Y más, todavía, si ese poder se ejerce en el ámbito de la política. ¡Qué vergüenza de país!

Un fuerte abrazo.

(20 octubre 2014)

Amigo imaginario:

Desde mi última carta (01.09.2014), se han descubierto nuevos casos de corrupción en nuestro país. Una sucesión de escándalos sinfín, con el dinero como denominador común, de los que no es posible recuperarse; porque, al día siguiente, vuelve a surgir otro, y otro... Son los pícaros de este tiempo, vividores inmorales sin escrúpulos, sujetos insensibles y totalmente ajenos a las necesidades de la realidad que se vive a su alrededor. Únicamente les interesa enriquecerse, cuanto antes mejor, a costa de lo que sea. Así es que, los exconsejeros de Caja Madrid (hoy, Bankia), al margen de unos salarios de verdadero escándalo y otras prebendas, disponían de las denominadas Tarjetas Black -también llamadas Tarjetas Opacas-, que utilizaban para todo tipo de gastos personales ¡sin límite! -algunos descaradamente hedonistas-, totalmente exentos de control fiscal. Y, por si fuera poco, estos sinvergüenzas con patente de corso son los responsables de las fraudulentas Participaciones Preferentes, que han dejado sin un céntimo a miles de confiados ahorradores.

Hace algún tiempo, en una de mis cartas, te comentaba que algunas instituciones de este país se habían convertido en confortables cuevas de Alí Babá de ladrones insaciables. Hoy, a la vista de los últimos acontecimientos (corruptelas en serie), concluyo que esas cuevas están llenas de bandoleros de la peor especie.

Como puedes ver, querido amigo, este país se puede decir que es algo así como un enfermo crónico. La ambición de poder -ya sea político, económico o mediático-, hace que ciertos sujetos (virus perniciosos) invadan los distintos estamentos (órganos vitales), públicos y privados, contaminándolos y dañando su estructura celular hasta límites insospechados. Y así, una vez infectados esos órganos, se produce la inevitable y temida metástasis. A la vista de ese cuadro clínico de extrema gravedad, únicamente queda aplicar un tratamiento invasivo: la Justicia, auxiliada por la policía judicial -pieza fundamental en la investigación de los delitos económicos-, tendrá que ejercer todo su poder con la determinación y contundencia que permita la Ley.

Querido amigo, todos estos desmanes me desconciertan. También me indignan y, sobre todo, me ponen de muy mala leche. No puedo comprender, en mi ignorancia, cómo es posible que nadie se percatara de lo que ocurría en Caja Madrid. ¿Hacia dónde miraba el Banco controlador? ¿Qué hacía la Agencia Tributaria? ¿Quién o quiénes consentían y respaldaban estos desmanes? Esto viene a demostrar, amigo mío, que los únicos que estamos controlados -¡y de qué manera!- somos los ciudadanos de a pie: pobres parias asalariados y pensionistas. Por todo ello, aun sabiéndome reiterativo, tengo que continuar exclamando con rabia, con mucha rabia, ¡qué vergüenza de país!

Un fuerte abrazo.

(07 noviembre 2014)

Amigo imaginario:

Te mentiría si dijera que el contenido de esta carta es distinto al de las anteriores. ¡No! Y lo lamento profundamente. La pesadilla de la corrupción continúa golpeándonos, día tras día, con nuevos imputados. Esto parece no tener fin. Es como una epidemia que se extiende, incontrolable, por todo el país. ¡Una pesadilla!

Si la memoria no me traiciona -porque uno ya tiene una edad-, en alguna de mis cartas te comentaba que, a la vista de estos comportamientos inadecuados e indeseables, la picaresca ibérica continuaba teniendo vigencia en nuestro suelo patrio. Sin embargo, amigo mío, hay que llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos trasnochados. La picaresca es corrupción, pura y dura. Y los pícaros son, además de corruptos, ladrones de baja estofa. Así de claro.

Hemos de reconocer, muy a nuestro pesar, que todo esto no es nuevo. Basta recordar, por ejemplo, en los años ochenta, el vergonzoso pacto entre empresas y sindicatos para beneficiarse de los fondos de formación de la Seguridad Social. O en los años noventa, los turbios asuntos como los de Mariano Rubio, Juan Guerra, Roldán, Filesa. El caso de los fondos reservados y la irregular financiación de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), el caso Banesto -con Mario Conde como protagonista-. El escándalo de una presunta financiación ilegal del Partido Popular: el ‘Caso Naseiro’ -denominado así por el apellido del otrora secretario de finanzas (tesorero) de dicho partido, Rosendo Naseiro-, que llegó al Tribunal Supremo, pero fue archivado por presuntas irregularidades en la instrucción del sumario.

No quiero olvidarme del denominado ¡Tamayazo! (10 de junio de 2003), por la supuesta traición de dos diputados del Partido Socialista (Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez), que con su ausencia -¡dos votos!- en la sesión consultiva de la Asamblea de Madrid impidieron que Rafael Simancas llegara a presidir la Comunidad de Madrid. Aquella -¿extraña?- circunstancia le dio la presidencia a Esperanza Aguirre.

A partir de ahí, en caída libre, como una cascada, se fueron sucediendo, uno tras otro, numerosos casos de corrupción, algunos de los cuales fui refiriéndote en cartas anteriores: Banca Catalana, Palau de la Música, Gürtel, los ERE de Andalucía, Nóos... Hasta los más recientes: el caso Campeón, la Pokémon, Pujol & familia, Bankia, Bárcenas, Blesa, Tarjetas Black...Como puedes ver, querido amigo, no hay nada nuevo bajo el sol.

A la vista de este maremágnum de corruptelas, podemos concluir que este país tenía las Arcas a rebosar. ¡Éramos un país rico! Y ese atajo de mangantes titulados, han sabido aprovecharse de la (presunta) anuencia y la desidia de aquellos que tendrían que haber fiscalizado la espuria utilización de fondos públicos y privados. Pero era más cómodo -y menos comprometido- mirar hacia otro lado. Y así hemos llegado a esta situación de pobreza, y de desprestigio como país.

Me temo, querido amigo, que esta vergonzosa escalada de delitos político-económico-fiscales no ha terminado. Y, francamente, entre otros sentimientos que, por sensatez y educación, no voy a expresar, el cansancio que me produce tanta indecencia me obliga a interrumpir, momentáneamente, esta relación epistolar. Espero que lo comprendas. Sin embargo, puedes estar seguro de que, antes de que finalice el año, volverás a tener noticias mías.

Un fuerte abrazo.

(25 diciembre 2014)

El próximo día 31 de este mes de diciembre, si no cascamos antes, despediremos un año más. Otro año que se va, con sus luces y sombras -más de las segundas que de las primeras-, en el que lo más destacable -¡qué vergüenza!- ha sido la corrupción en la clase política y económica, como te he ido informando a través de mis cartas. Este año que termina, podríamos resumirlo como el de la eclosión masiva del fraude. Y tú sabes que no estoy exagerando. Pues hemos visto con que descaro, sin sonrojarse, algunos personajes -¡y ya son muchos!-, una vez que alcanzan el poder -ya sea político o económico-, no dudan en aprovecharse del cargo para enriquecerse, diligentemente, a costa del Erario Público. Es decir, a nuestra costa.

Algunos de estos redomados sinvergüenzas, después de larguísimos procesos judiciales -con un coste importante para el Estado-, por fin están en la cárcel. Sin embargo, no han devuelto el dinero que defraudaron -¡robaron!-, y cuando salgan -que, por los inescrutables vericuetos judiciales, será más pronto que tarde-, estarán forrados y vivirán como Marajás: entre el lujo y la opulencia. Y, para aumentar nuestra indignación, se reirán de nosotros -ciudadanos de tercera división-, y nos harán un “elegante” corte de mangas.

Por si todo este maremágnum de comportamientos inadecuados no fuera suficiente, irrumpió en la escena política un nuevo y curioso personaje: Francisco Nicolás Gómez-Iglesias, un joven de 20 años apodado por la prensa nacional como ‘El pequeño Nicolás’, que alcanzó gran notoriedad al ser detenido en octubre de este año, acusado de falsedad, estafa y usurpación de identidad. Este individuo, en sus intervenciones como invitado en un programa de una cadena de televisión, asegura haber colaborado con el Centro Nacional de Inteligencia. De sus declaraciones se desprende que actuaba en calidad de mediador-conseguidor, por cuyas gestiones percibía sustanciosas comisiones. Además, todos los medios de comunicación se hicieron eco de instantáneas en las que se le puede ver, por ejemplo, con la alcaldesa de Madrid, Ana Botella; con el expresidente del Gobierno, José María Aznar... También, en diversos actos institucionales. Por ejemplo, desfilando como invitado en el besamanos celebrado en el Palacio Real tras la proclamación del rey Felipe VI.Y un largo etcétera de apariciones con conocidos personajes de la política y del ámbito empresarial de nuestro país. Todo un cúmulo de despropósitos que dañan, como un estigma, nuestra marca de país.

Así las cosas, querido amigo, no resulta fácil comprender cómo un joven de su edad pudo adquirir tanta relevancia y -¡por qué no decirlo!-, también tanto poder. No obstante, la Justicia determinará lo que hay de realidad y de fantasía en este lamentable episodio de política-ficción.

Otro asunto, no menos importante, es la decisión de la otrora presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, de ponerse a disposición de su partido para presentarse como candidata a la alcaldía de Madrid. ¡Increíble! Ella, que en su momento había anunciado a bombo y platillo que abandonaba la primera línea de la política -por decisión propia, alegando motivos personales-, sorprende a propios y a extraños -quizá el más sorprendido haya sido el mismísimo presidente Rajoy- con su intención de irrumpir de nuevo en la arena política. Está visto que la ambición de poder no tiene límites. Espero que esa misma ambición signifique el suicidio político de la señora Aguirre, por pretender perpetuarse -¡qué enfermiza obsesión!- obviando el relevo generacional.

Paciente amigo, ayer fue Nochebuena. Una noche de recuerdos y, sobre todo, de grandes ausencias. La historia se repite, año tras año. Pero hay que rendirse a la evidencia. Un familiar, un amigo, un vecino, un conocido... Poco a poco, vamos quedando sin vínculos afectivos. Es la vida, amigo mío. Cuando se llega a cierta edad, los recuerdos y las ausencias se funden irremediablemente. Las Navidades, lo digo siempre, son para disfrute de los más jóvenes. Ellos viven el presente con gran intensidad. Lo disfrutan y nos hacen partícipes de su alegría, de su ilusión. Y así debe ser. Porque si dejamos que nos invada la tristeza, recreándonos en la nostalgia, nos precipitaremos hacia el abismo. Y eso, estimado amigo, significaría el final.

Que el año próximo traiga un poco de cordura a este país. Que nuestros políticos sean consecuentes con las necesidades de los ciudadanos. Que los corruptos y defraudadores, además de devolver el dinero que robaron, acaben con sus huesos en la cárcel y desaparezcan del panorama de actualidad. Que los que nos gobiernan, si no están dispuestos a velar por lo intereses de los ciudadanos, se vayan a sus casas. Que se busquen la vida y nos dejen en paz.

Un fortísimo abrazo.