Autor: Volskiervers

Fuente: http://www.polseguera.com/writers/writing-741_llueve-hace-frio.html


Llueve, hace frío

Era muy temprano, poco para el alba que se percibía ya el cielo empero cubierto de nubes.

Soplaba un viento de mediana fuerza, frío, viento más bien frío.

Parece que desciende o quiere descender algo de lluvia sobre la pequeña localidad de tejados antiguos y de antepasados que allí vivieron más o menos trasegados con carretilla en mano.

 

Ella había estado en el turno del silencio, turno de la noche, movilizando con delicadeza extremidades brazos, así entre otras cosas, hasta las cinco de la mañana arreglando cuerpos ya parados, que nunca más moverán pestaña, adecentando su aspecto fuese bueno.

Su trabajo… ¿le gustaba?, a medias, unas veces sí, otras veces no, ¿vocacional?

 

En el fondo no sabía qué responder a esa pregunta más o menos frecuente, y eso que había tenido que formarse, y eso que le había costado no poco dinero, y eso que no le dejaron asistir gratis a las dos primeras clases para saber si era lo que ella pensaba que sería; y eso que las gentes del gremio tenían preferencia, y eso que había de apuntarse pagando una cantidad para reservar plaza, sin saber si podría acceder a la formación y arriesgarse a perder el dinero entregado… y de vez en cuando la pregunta se le despertaba: ¿vocacional?

 

Uno de los inconvenientes de su trabajo era el lugar en el que lo desempeñaba, la sala esa de color metalizado, color plateado, color instrumental quirúrgico, color autopsia; lo peor era el color neutro tanto tan especial, color crudo; allí dentro rodeada de frascos conteniendo soluciones líquidas.

 

Aunque su trabajo no le permitía aburrirse, tener aquellas personas fuesen mayores o menores recién certificadas allí tendidas, allí serias con la mirada hueca, fría, como la de la niña que sucumbió bajo las ruedas del camión grúa, mirada tapada por los párpados que ya no harán más trayectos que hacer.

Las y los difuntos, valga decir cómodamente tendidos y luego encajonados en el confort del descanso (que quienes viven llaman eterno), difuntos con la quietud similar a la de la estatua en cualquier plaza o jardín; pero ellas y ellos quedan en horizontal...como la del santo cardenal rodeado de feligreses silenciosos que sucumben rinden pleitesía.

 

Cuerpos para ser pasados en carrito alargado al adyacente velatorio estancia…y allí ser algo así como homenajeados en la más absoluta voz baja, así sea que valga el susurro de familiares, tal vez, quien sabe, si rencores pendientes.

Y más allá de la sala, apartados los allegados, a quienes les es permitido conversar en voz un poco más alta, inclusive si viniese al caso emitir alguna que otra risa suave, risa de simpatía para distender la liturgia del final.

Y sobre una mesita, colocados unos bocadillos de, y pastas de, y ahí al lado una máquina para tomar café con y café sin.

 

A ella le iba muy bien vivir a más de veintitrés kilómetros de su trabajo lugar.

Era importante para ella el trayecto por una carretera que primero era comarcal de catálogo, así los primeros kilómetros.

Y luego carretera estrecha y local.

Todo el trayecto le permitía desconectar, le permitía olvidar lo que allí dentro en la sala sucedía o no sucedía, y trabajando en silencio jornada laboral también sucedía.

Un trayecto nocturno por su horario, limitado al haz luminoso de su automóvil…

 

Y según la estación del año, poder admirar algo del paisaje de los atardeceres con el sol ya tras las montañas, admirando la carretera estrecha entre árboles, entre rocas, entre malezas vegetación baja también guarida de la pequeña garduña…

Carretera poco transitada, poco rodada, carretera para tomar con segunda con tercera y no más, pues avanzar a medio gas.

 

Y llegó a casa muy temprano para las y los demás aún.

Era un Domingo por la mañana, se respiraba silencio, más algo de despoblación...

Llegaba junto con la amanecida casi antes casi después.

 

En saliendo del automóvil, a pocos pasos del portón de entrada a casa, que sus manos quedaban frías, muy frías, difícil moverlas de tan frías.

 

El pequeño pueblo era casi todo el año pura tranquilidad, además, era un día de invierno, también un día cualquiera, de esos días en los que no apetece hacer vida en la calle ahí fuera, no al menos tan temprano, aunque hay labores o abusos de campo que no entienden de...

 

Sus pocos vecinos estaban en sus casas de piedra la mayoría, en sus casas, como en paradero desconocido dentro al lado del fuego lento lumbre.

No hay prisa por salir, no hay prisa por encontrarse a la vecina al vecino intercambiar saludos, ya se hará más tarde luego.

Las cafeteras y el pan tostado no tardarán en actuar, hacer acto de alimento desayuno…, pero aún es temprano.

Ni siquiera se oye la muerte escopeta mata del afligido que sale a quitar vida para sentir el adicto negocio orgánico de la vieja adrenalina.

 

Allí en la localidad los otros perros no tenían prisa por salir a las calles empinadas...

Ni siquiera los gatos hacían aún vida de teja.

 

Al entrar en la vivienda...y suponer a su madre aún en cama, ella, en sabiéndolo procede sin hacer ruido para no molestarla que duerma, pues mamá señora va a levantarse en breve…

 

La joven dormía en la buhardilla, en lo alto de la casa, tal vez suene poético, pero… ahí arriba su pequeño hogar escalera de caracol mediante.

Se metería en cama en breve, ya mismo..., unas seis horas de sueño, desde poco antes de las seis hasta después de media mañana...

Luego, por la noche, esa noche, no tenía que ir a trabajar, era su noche de descanso le tocaba.

 

Su padre dormía hasta las nueve de la mañana.

Su padre, un jubilado que ha perdido las prisas por hacer y las prisas por deshacer.

Su padre, que por ronquidos tenía otra habitación, y allí durmiera no molestase.

 

Los días festivos qué bien…, para ella eran un tanto…. especiales.

 

Salía a correr por el camino...después del mediodía antes de comer.

La calle en que vivía se convertía en pista de tierra más adelante así.

Pista de buen piso, de poca piedra incrustada, camino para poca o ninguna lesión en las rodillas; camino con poco desnivel..., cómodo para salir a practicar la carrera.

 

Pero a veces, los días de fiesta y las horas fuera de trabajo... a veces, eran un tanto traumáticas, no siempre podía desconectar...

 

En un mes la habían llamado en dos ocasiones, en sus horas de descanso, para acudir a un servicio especial por muerte violenta o accidental.

A ella eso la tenía un tanto torcida en el temple.

Con frecuencia pensando que en cualquier momento el inalámbrico iba a sonar y ella marchar sin miramientos sin demoras...a ejercer tal vez a coser heridas.

 

Pero aquella mañana, tras las once y media... y el teléfono no sonaba ni a llamada ni a venga usted.

Así que, la guardia estaba algo relajada, pero no en demasía..., pues nunca se sabía si...

 

El sol en el sur hizo el mediodía, el frío ya no iba a marchar, las orejas mejor tapadas para evitar el dolor del frío azotando al cartílago, azotando al oyente, a quien escucha.

 

Sobre la estufa de lecha en una especie de cajón de hierro que hacía de horno, allí dentro, unas patatas unos moniatos cociéndose al calor de la madera ardiendo allí dentro. El olor de tales, presente en la estancia, daba al lugar un tono como acogedor.

 

En el comedor, la madre el padre, y ella, en silencio, como si los tubérculos y la estufa fuesen algo así como una función de teatro.

 

Dentro de la estufa podía oírse un discontinuo crepitar.

De vez en cuando, allí dentro en el cubículo los trozos de madera se desmoronaban, esto es que por cosas del calor cambiaban de posición a consecuencia de la quemazón, este desplazamiento sonaba breve; y las llamas se avivaban en consumiendo su alimento madera.

 

En una de las ventanas de la casa asomaba un gato color marrón atigrado que miraba como indiferente y atento a la vez.

Uno de los perros de la casa levantaba la cabeza y proyectaba las orejas mirando a la ventana a ver si veía al gato a los movimientos y quietud del pequeño animal, pero… como si el felino fuese una estatua, quieto en más.

 

En un santiamén el pequeño cuadrúpedo desaparece se marcha, ya no está en la ventana.

 

Y falta poco para que sobre el hule de cuadros se sirva la comida, una sencilla comida de una pequeña población en la que el frío ha decidido colocar sus bajas temperaturas sobre la helada tierra. Ni azada que valga.

 

Y el viejo padre ya iniciado en el ejercicio y oficio de la calma y las no prisas iba reponiendo trozo de madera leña en el interior de la eficaz estufa...

 

Y una débil lluvia empezaba a salpicar arriba en la teja.