Autor: Robert Newport

Fuente: http://www.polseguera.com/writers/writing-55_cartas-a-un-amigo-imaginario-2011.html


Cartas a un amigo imaginario (2011)

(22 marzo 2011)

Amigo imaginario:

En esta primera carta del año 2011, quiero comentarte tres asuntos. Los dos primeros, me preocupan y me indignan. Y el tercero, está a punto de conseguir que pierda los buenos modales y la educación que siempre, o casi siempre, me ha caracterizado.

En la prensa del pasado día 8 de este mes de marzo, formando parte de una entrevista, aparece el siguiente titular: “Se nos está imponiendo el ahorro a costa de la salud”. Al leerlo, como es natural, siento curiosidad y me sumerjo en la entrevista que J. M. Orriols, redactor del periódico La Voz de Galicia, le hace a Eduardo Rodríguez-Farré, miembro del Comité Científico de la Unión Europea.

El doctor Rodríguez-Farré, que dirigió durante muchos años el departamento de farmacología y toxicología del CSIC en Barcelona, advierte de los peligros de las bombillas de bajo consumo. Dice, por ejemplo, que se retiraron los termómetros de mercurio por su toxicidad, siendo menos peligrosos que las actuales bombillas. Si, accidentalmente, llegamos a tragar mercurio de un termómetro, nuestro organismo no lo absorbe. Sin embargo, si nos exponemos al vapor de mercurio que desprende una lámpara al romperse, éste se acumula en nuestro organismo afectando al sistema nervioso. El daño -advierte este doctor-, es mucho mayor en un niño, y especialmente en un feto, debido a que afecta al desarrollo cerebral.

El doctor Rodríguez-Farré, como experto en la materia, asegura que la situación es muy preocupante. Y facilita los siguientes datos: “En este país hay 550 millones de bombillas. Cuando sean todas de bajo consumo, tendremos una tonelada y media de mercurio en vapor que nos estará amenazando”. Y continúa diciendo: “Yo, realmente, quedé sorprendido cuando comprendí la magnitud del problema y, sobre todo, cuando veo que primero se ponen en el mercado y después se analizan las consecuencias. Estamos ante una gran contradicción entre los beneficios económicos y los riesgos, y esto es una grave irresponsabilidad”.

Después de leer esto, amigo mío, creo que hay motivos más que suficientes para estar preocupados e indignados. Y, también, para maldecir a los hijos de puta que anteponen los intereses económicos a la salud de los ciudadanos. A veces, sobre todo últimamente, pienso si no será que quieren acabar de una puñetera vez con los parados y pensionistas -pues no dejan de recordarnos que son (somos) una carga para las arcas del Estado-, y esta podría ser una nueva forma de exterminio.

La segunda cuestión, querido amigo, está relacionada con las centrales nucleares. Ya lo he mencionado en otra carta hace algún tiempo. Lo sé. Pero, los últimos acontecimientos -terremoto y tsunami en Japón-, han puesto de manifiesto el alto riesgo de la energía nuclear. Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, las contradictorias opiniones de los expertos no son, precisamente, tranquilizadoras.

Javier Quiñones, investigador CIEMAT: “¿Alguien puede imaginar alguna catástrofe natural peor? Y si las centrales aguantaron, no se puede dudar de su seguridad”.

Ignacio Durán, catedrático de física nuclear: “Este accidente no pone en duda la seguridad de las centrales nucleares, pero deben extraerse lecciones, como mejorar las bombas de refrigeración y los sistemas de control de hidrógeno”.

María Teresa Domínguez, presidenta Foro Nuclear: “Espero que este accidente no ponga en duda la seguridad de las centrales nucleares. Lo que ha demostrado el accidente de Japón es que una central nuclear puede aguantar hasta la catástrofe más extrema. Es un hecho que nos refuerza”.

Carlos Bravo, portavoz de Greenpeace: “Este suceso no es puntual y debe de llamar a la reflexión sobre la energía y la seguridad nuclear. No hacerlo sería bastante irresponsable”.

Eduardo Rodríguez-Farré, radiobiólogo del CESIC: “Esto no ha hecho más que empezar, lo peor está por llegar”. “La radiactividad de Japón ya se ha detectado en Rusia, en Vladivostok, esto es como un Chernóbil a cámara lenta”.

Luego, para inquietarme más, leo los posibles efectos de la radiación: cáncer de piel, posible destrucción de la glándula tiroides, cáncer de pulmón, cáncer de mama, daños en el tracto intestinal, daños en el sistema reproductivo, pérdida de glóbulos blancos (por lo que bajan las defensas ante infecciones) y daños en la médula ósea. Todo un abanico de posibilidades de sufrimiento asegurado antes de palmarla. Y no sigo, porque estoy empezando a ponerme de mala leche y no quiero, bajo ningún concepto, que me tildes de maleducado.

Por último, paciente amigo, otra cuestión que me incomoda, y que me obliga a reprimir el deseo de proferir ciertos improperios, es la catarata de llamadas de las compañías operadoras de telefonía e Internet, con sus inigualables e insuperables ofertas.

Te llaman a cualquier hora, cualquier día de la semana -incluidos domingos y festivos-, con una frecuencia abusiva, y su insistencia es realmente insufrible. Descuelgas el teléfono y preguntas ¿dígame? ¿Quién es? O, simplemente ¿si? Y, sin comprender de dónde sacan tanta información, te dicen tu nombre y apellidos, con qué operadora tienes el contrato del teléfono fijo e Internet, cuánto pagas mensualmente… ¡Asombroso! Seguidamente, hacen una exposición de las ventajas que obtendrás si cambias a esa operadora, etc. etc. Al principio, por consideración, no interrumpía al interlocutor o interlocutora. Luego, todo lo educado que a veces puedo ser, me disculpaba y les decía que comprendía su interés y, también, su insistencia, porque, al fin y al cabo, era su trabajo y lo respetaba, pero que no tenía intención de cambiar de operadora de telefonía. Me daban las gracias por haberlos escuchado y, en alguna ocasión, incluso me desearon que tuviera un buen día. Sin embargo, sobre todo en los últimos meses, el acoso es tan pertinaz e insoportable, que, sintiéndolo mucho, y sin esperar a que acaben, les digo que no estoy interesado. A pesar de ello, y sin hacerme ni puñetero caso, siguen a lo suyo, ignorándome descaradamente. Llegados a este punto, sin molestarme en añadir nada más, decido colgar.

Bueno, amigo mío, sé que han transcurrido tres meses desde la última carta. Sin embargo, creo que la extensión de la presente compensa con creces la tardanza.

Un fortísimo abrazo.

(23 mayo 2011)

Amigo imaginario:

Hoy es el día después. Ayer se celebraron elecciones municipales en todo el país. Y, en algunas comunidades, también elecciones autonómicas. Pues bien, como probablemente recordarás, en una de mis cartas políticamente incorrectas, te decía que no tenía ninguna duda que el Partido Popular llegaría a gobernar en nuestro país. De momento, en estas elecciones ha arrasado. Vamos, que, como se dice ahora, ¡están que se salen! Eufóricos, exultantes y, cómo no, descaradamente arrogantes. Y digo esto, amigo mío, porque, aprovechando el tirón, ya le están exigiendo al Gobierno que convoque elecciones generales. Y se comprende. Los votos de una aplastante mayoría, han propiciado que el Partido Popular le arrebatara el poder, municipal y autonómico, al Partido Socialista. Ahora bien, no nos engañemos, esa exigencia se debe, única y exclusivamente, a una desmesurada ambición de poder. Y no para salvar al país, como pretende hacernos creer.

El sensacionalismo, en la mayoría de los titulares de los periódicos, no se hizo esperar: “Seísmo electoral en el Partido Socialista”. “Terremoto de magnitud japonesa: devastador”. “Debacle del partido Socialista”. “Resultado histórico del Partido Popular”. “El Partido Socialista se desploma y el Partido Popular arrasa”. Y, hasta cierto punto, es comprensible.

Sin embargo, lo que yo no puedo comprender -entre otras muchas cuestiones que mi conocimiento no alcanza- es que, en lugar de condenar y castigar la corrupción y las imputaciones en asuntos turbios, los ciudadanos hayan votado masivamente a favor en aquellas autonomías y municipios que, como mínimo, están bajo sospecha. Esto me hace pensar (¡mal!) que la corrupción alcanza proporciones monumentales. Y, ante la evidencia, tengo que reconocer -dicho de una forma meramente coloquial-, que falta ”pan” para tanto “chorizo”. Por todo ello, si razonamos de una forma, digamos ¿irracional?, podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que ese resultado favorable al PP, se debe, sorprendentemente, a que nos va la marcha. Quiero decir, la marcha atrás.

Bueno, querido amigo, pongámonos serios. El resultado de las elecciones celebradas ayer, en las que el Partido Popular ha sido el vencedor incuestionable, me induce a realizar un análisis y una reflexión.

El análisis, como parece lógico, se centra en la decepción y la desconfianza que los ciudadanos de este país sienten hacia el actual Gobierno. Decepción, porque, cada vez más, nos encontramos en una situación de desamparo. En materia jurídica: leyes que no condenan con la necesaria rotundidad, la prevaricación y la corrupción política. Leyes que dejan en total desamparo a los trabajadores frente a la Patronal. Retroceso en la consecución de derechos, sobre todo en el ámbito laboral -abaratamiento del despido, jubilación a los 67 años,…-, en lugar de seguir avanzando progresivamente. Desconfianza, porque, en lugar de aceptar que la crisis económica era un hecho irrefutable, aunque global, se negó categóricamente. Y se disfrazó con calificativos que no se correspondían con la realidad. Y cuando se quiso reaccionar, ya no quedaba ningún margen de maniobra. Del mismo modo, se consintió la escandalosa “burbuja inmobiliaria”, que, inevitablemente, nos estalló en la cara, contribuyendo a potenciar la puñetera crisis. Y el rescate de la Banca, con dinero público, que fue una vergonzosa tomadura de pelo. Tampoco podemos olvidar el paro, que ha ido creciendo día a día, mes a mes y año tras año. Y, para terminar este análisis “sui géneris”, hay que añadir la desconfianza de tantas familias, en las que alguno de sus miembros, tal vez todos, se ha quedado sin trabajo, cuya situación económica es tan preocupante, que de tanto apretarse el cinturón, ya tienen la hebilla en la espalda. Lamentablemente, nada parece indicar que la situación vaya a mejorar. Estos son, en líneas generales, algunos de los motivos por los que muchos ciudadanos, desesperados y desencantados, han cambiado el signo de su voto.

La reflexión, paciente amigo, como consecuencia del análisis expuesto, me lleva a considerar que la desesperación, ante una situación de inestabilidad económica y laboral como la que estamos viviendo en nuestro país, obliga a la ciudadanía a buscar, con los medios que tiene a su alcance, una posible solución a sus problemas. Y no le importa que se hayan destapado presuntos casos de corrupción -ampliamente difundidos por todos los medios de comunicación-,como ocurrió en la Comunidad Valenciana, feudo del Partido Popular, en los que, también presuntamente, están implicados conocidos cargos políticos. Como tampoco le importa a la ciudadanía, presa de la impotencia, que esa comunidad, a pesar de estar gobernada por dicho partido político, tenga uno de los mayores índices de paro del país. Ya todo le da igual. En el cambio de color político fundamenta su esperanza de mejorar. Sin embargo, lamentablemente, es evidente que la crisis económica continuará estando ahí, atenazándonos y vaciando nuestros agujereados bolsillos, por mucho que el Partido Popular vaya a gobernar en la mayoría de los municipios y en las principales comunidades del país. Y lo mismo ocurrirá con el paro. Y con los derechos de los trabajadores. Y con los casos de corrupción. Y…

Hubo elecciones, si. Hay un partido político ganador, también. Pero, ni unas ni otro, harán que la situación de los sufridos ciudadanos vaya a mejorar ostensiblemente de la noche a la mañana. Y, pasada la euforia de los vítores y los aplausos, tendremos que enfrentarnos, de nuevo, a la cruda realidad.

Y esta es, amigo mío, mi particular visión de esa realidad que, por mucho que intentemos abstraernos, seguirá estando ahí.

Que tengas un buen día, y no te dejes influir por mis análisis y reflexiones. O, quizá, desvaríos. Pues, como tú sabes, para bien o para mal, yo soy así.

Un fuerte abrazo.


(30 septiembre 2011)

Amigo imaginario:

Hoy, sorprendentemente, no te voy a comentar nada del Gobierno, que, con sus erróneas decisiones y continuas rectificaciones, nos tiene desconcertados. Tampoco diré nada de nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, al que le quedan dos telediarios. Ni de Mariano Rajoy Brey, eterno candidato a la presidencia del Gobierno por el Partido Popular; denostado, hasta hace muy poco, por un sector relevante de sus correligionarios, que ahora, sin embargo, al comprobar que las encuestas son favorables, lo adula y vitorea... Por si acaso. Y, finalmente -en lo que a política se refiere-, tampoco me pronunciaré sobre el candidato del Partido Socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, porque hoy, amigo mío, no tengo el ánimo para hablar de política..., ni de políticos.

Tampoco hoy me apetece, fíjate tú, criticar a la jerarquía de la Iglesia Católica que, sin ruborizarse, no pierde ocasión para hacer gala de su grandeza, ostentación y magnificencia. Ni me apetece, pero nada de nada, reprobar a los miembros de la Conferencia Episcopal su empecinamiento en exigirnos la observación de unos preceptos trasnochados -que dudo mucho que ellos cumplieran si se vieran en la tesitura de tener que elegir-, creyéndose únicos en la posesión de la verdad.

Mi actual estado de ánimo, querido amigo, tampoco me permite hacer referencia a los directivos de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), cuyas prácticas, abusivas y mafiosas, de cobro del “canon”, les ha llevado a pretender apropiarse del correspondiente porcentaje de la recaudación de un festival benéfico. ¡Benéfico! ¡Qué desfachatez, qué escándalo y qué poca vergüenza! Y qué decir de la presunta evasión de fondos y el desvío de capitales que esta pandilla de sinvergüenzas realizaba a otras empresas relacionadas con dicha sociedad. Amigo mío, todo este asunto resulta tan nauseabundo que se me revuelven los higadillos y no me apetece seguir.

Lo que, de verdad, me apetece contarte -siendo, además, el principal motivo de esta carta-, es lo relativo a la amistad y el compañerismo. Y esto lo digo, paciente amigo, por lo que paso a relatarte:

Desde hace algunos años, ex alumnos de la promoción de 1957 del Instituto Laboral, se reúnen anualmente en una comida de confraternidad. El reencuentro, como puedes suponer, significa rememorar aquellos años en las aulas, con sus luces y sombras, vividos con la intensidad y la inconsciencia de la juventud. Los recuerdos y las anécdotas de situaciones irrepetibles, fluyen con facilidad a pesar del tiempo transcurrido. No obstante, la inevitable perspectiva que brinda la distancia temporal -porque los años van dejando, inexorablemente, su huella indeleble-, propicia que, en algún caso, no reconozcamos al que, en otro tiempo, fue uno de nuestros compañeros de clase. En cualquier caso, los reencuentros son siempre muy gratificantes.

Un buen día, estos compañeros de promoción, con acertado criterio, decidieron ampliar la participación a otras promociones. Y este año, por primera vez, asistí encantado a esa comida de hermandad, en la que coincidí con ex compañeros de promoción (1955), a alguno de los cuales no veía desde hacía 50 años. He conocido también, naturalmente, a compañeros de otras promociones. Fue muy emocionante porque, además del reencuentro, hemos sabido algo más de nuestras vidas, de nuestras profesiones...

Pero, tristemente, no todas son alegrías. Este año había tres sillas vacías -como yo acostumbro a decir al referirme a las ausencias- de otros tantos compañeros que se han ido a ese viaje sin retorno. Y el pasado día 16 de este mes de septiembre, otro amigo y compañero fue a reunirse con ellos. Esta es la cara amarga de la vida.

Nunca olvidaremos a los compañeros fallecidos. En cada reunión anual, en respetuoso silencio, su recuerdo estará con todos nosotros. Y ello me lleva a pensar que algún día una de esas sillas vacías, inevitablemente, será la mía. Pero me reconforta saber que, en mi definitiva ausencia, mis compañeros me recordarán.

Esto es lo que quería contarte. Ahora me siento mucho mejor.

Un fuerte abrazo.


(13 octubre 2011)

Amigo imaginario:

Tengo la impresión, o la sospecha; la certeza, tal vez, de que mi forma de pensar y mi comportamiento intelectual están experimentando una particular transformación. No se trata, al menos eso espero, de nada preocupante. Lo que ocurre es que, con la crisis financiera que nos está asfixiando, la escasa credibilidad que ofrecen los candidatos a instalarse en la Moncloa, así como la manifiesta y comprensible indignación ciudadana (léase: cabreo generalizado), mis indicadores neuronales están enviando mensajes tan contradictorios y confusos que, me temo, van a influir muy negativamente en mi intención de voto, como ciudadano de a pie, ante las inminentes elecciones generales.

Nunca tuve inquietudes políticas. Tampoco recuerdo haber tenido nunca, ni en mi época de estudiante, ni en los primeros años de mi vida profesional, lo que se ha dado en llamar: conciencia política. Ni mucho menos. Cierto es, sin embargo, que la situación política no era la más propicia para tal menester. Pero, como no podía ser de otra forma, llegó la transición: pasamos de un régimen dictatorial, a la tan deseada democracia. Este cambio de sistema político, largamente esperado, despertó las conciencias de los ciudadanos más escépticos. Y yo lo era, en grado superlativo.

En aquel momento, amigo mío, nuestra recién estrenada democracia quedó íntimamente unida, pese a quién pese, al nombre de Adolfo Suárez González, primer presidente democrático del Gobierno desde julio de 1976 hasta su dimisión en enero de 1981.

Ignoro por qué la figura de Adolfo Suárez, del que no tenía ninguna referencia, se convirtió, por decirlo de algún modo, en mi norte político. Tal vez influyó, o fue determinante, su carácter tolerante y conciliador. Pues, como te dije antes, yo desconocía totalmente -además de no preocuparme, en absoluto- lo que se consideraba tener conciencia política. Y hoy, a pesar del tiempo transcurrido, al comprobar -y, sobre todo, padecer- la inoperancia e incompetencia de la fauna política que pulula por nuestro país, así como el negro horizonte que se divisa, su recuerdo me conforta sobremanera.

Bueno, paciente amigo, volviendo a la exposición que hice al principio de esta carta -teniendo en cuenta, necesariamente, las argumentaciones subsiguientes-, soy consciente de que ejercer el sufragio universal -es decir, votar- es un derecho incuestionable en todo sistema democrático. Pero, es eso: un derecho. No una obligación. En todo caso, afinando mucho, podría considerarse, tal vez, una obligación moral. Nada más. Sin embargo, al observar los múltiples casos de corrupción en los que se han visto implicados políticos de los partidos más representativos, con una clara intencionalidad de enriquecerse, haciendo uso indebido, abusivo e indecente de su cargo, en lugar de velar por los intereses de los ciudadanos que les han votado, estoy pensando muy seriamente, siguiendo los mensajes neuronales a los que hice referencia al principio, en no acudir a las urnas. Soy consciente de que, por mi parte, puede suponer un comportamiento irresponsable. Sé, también, que, como ciudadano, si no voto, no aportaré ese granito de arena que contribuya a mejorar las cosas y nada podré exigir. Y, finalmente, sospecho que, llegado el momento, me sentiré mal por no haber ido a votar. Pero, aun así, pensaré que he sido consecuente con mi actual apreciación de la cuestión política. Y no seré responsable directo de aupar al poder a unos oportunistas. Por ello, querido amigo, a los que utilizan la política para enriquecerse, caiga quién caiga, que no cuenten conmigo. Y, además, les digo a voz en grito ¡qué os den!

Bueno, estimado amigo, sé que he olvidado por un momento la educación recibida de mis mayores, pero ello fue consecuencia de toda la indignación acumulada durante largo tiempo. Espero que lo comprendas y puedas disculparme una vez más.

Un fuerte abrazo.


(30 noviembre 2011)

Amigo imaginario:

Nací un 30 de noviembre, a las seis de la mañana. Hoy, por tanto, estoy de cumpleaños. Cumplo 68 años ¡Qué ya son años! Como puedes ver, llegué a este puñetero mundo madrugando. Y los últimos veinte años de mi vida profesional, todavía madrugaba más: me levantaba a las cinco y media de la mañana para que me diera tiempo a ducharme, desayunar y desplazarme hasta la parada del autobús que me trasladaba a la empresa en la que trabajaba, cuya jornada laboral comenzaba a las siete. Antes, aplicaba el refrán: “Al que madruga, Dios le ayuda”. Luego, me decanté por el que dice: “No por mucho madrugar, amanece más temprano”. Más tarde, por aquello de tergiversar conceptos, utilizaba: “No por mucho tempranear, amanece más madruga”. Ahora, ya no madrugo ¿Para qué? Ya lo dice otro refrán, de dudoso origen: “No se debe madrugar, ni en invierno ni en verano”. Y en eso estoy. Al llegar a cierta edad, como es mi caso, te das cuenta de que lo realmente importante es que amanezca todos los días. Y, sobre todo, que tú sigas estando ahí cuando ocurre. La hora, querido amigo, es lo de menos.

Cambiando de asunto, te informo que ya somos siete mil millones los habitantes de este planeta llamado Tierra. ¡Muchas bocas que alimentar! Y existen zonas muy deprimidas, en las que no tienen agua, ni alimentos, ni medicinas… Sólo sed, hambre, enfermedad y muerte. En otras, sin embargo, hay recursos suficientes para poder equilibrar la balanza. Para calmar la sed y el hambre de los más desfavorecidos. Y para curar sus enfermedades. Y para evitar tantas muertes. Pero, con la precaria colaboración de los poderosos: países, magnates, multinacionales…, únicamente se consigue, amigo mío, pan para hoy y hambre para mañana. ¡Y no es suficiente, coño! El mundo está muy mal repartido. Y así nos va.

Al hilo de lo que te he comentado, quiero que leas con detenimiento las cartas que dos lectores enviaron a la sección ‘Cartas al Director’, del periódico ‘La Voz de Galicia’. La primera, muy escueta, es razonablemente ingeniosa. Eso es todo. La segunda, sin embargo, es un triste lamento. Un grito desesperado. La dura y amarga realidad de una situación asfixiante, demoledora e insoportable.

Primera: “Una ducha, dos litros de agua embotellada, cinco comidas al día, dos coches por familia, ropa con etiquetas en los armarios… Lo multiplicamos todo por siete mil millones y nos da error. Hay que reiniciar el sistema”. (02 / 11 / 2011)

Segunda: “Sistema, lo has logrado. Me has vencido. Tú ganas no sé qué perverso premio, y entretanto yo mastico la derrota. Has conseguido no sólo que yo me sienta como un despojo, sino también que adivine en los míos, en aquellos a los que más quiero, la certeza de que soy un fracasado. Si les pregunto dirán que no, que estoy equivocado, pero yo sé que es así.

Empezaste por dejarme sin trabajo y yo dije: no pasa nada, en pocos días encontraré otro, como siempre. Después te llevaste mi coche y aún quedaban en mí razones para reír. Luego fue mi casa la que me quitaste, y a pesar de ello demostré ser capaz de contener las lágrimas. Ahora, cuando ya han pasado años, ni ganas de llorar me quedan.

Fui precipitándome a un agujero en el que cada vez la luz era más débil, y la negrura, más densa. Transité de la calma a la extrañeza, de ahí a la preocupación, más tarde vinieron la incredulidad, la rabia, el desasosiego, la desesperanza, la angustia y la claudicación. Ahora sólo me queda un peldaño más por bajar: el de la locura. Y escribo esto antes de que mis pies se posen allí donde ya no se distingue la realidad de la fantasía, el bien del mal y las palabras de los gritos rotos e inarticulados. Quizá ese lugar represente la otra puerta de este túnel, la contraria a aquella por la que entré”. (14 /12 /2011)

Después de haber leído estas cartas, espero que convengas conmigo, querido amigo imaginario, en que huelga cualquier comentario. Aunque sí podemos añadir -y debemos hacerlo-, que cada día son más los que, habiendo quedado sin empleo y sin prestaciones económicas (5 millones de parados, en un país como el nuestro, son muchos parados), acuden a las entidades benéficas en demanda de ayuda: ropa y comida, colapsando los comedores y los ‘Bancos de Alimentos’. Tal vez, pienso yo, no estaría de más apuntillar aquello que hemos repetido hasta la saciedad: ¡Este país se va a hacer puñetas! Y nosotros, también.

Que tengas un buen día, estimado amigo, a pesar de las circunstancias adversas en las que estamos inmersos.

Un fuerte abrazo.


(31 diciembre 2011)

Amigo imaginario:

En esta última carta del año que hoy acaba, quiero darte las gracias por la atención que le has dispensado a todas las que te he escrito: unas, con más acierto que otras; algunas, políticamente incorrectas; muchas, rebosantes de indignación. Pero todas ellas, puedes estar seguro, escritas con honestidad y consecuentes con mi forma de ser y de pensar. Comprendo, como no podía ser de otra forma, que tú no estuvieras de acuerdo con muchas de mis aseveraciones, opiniones o sentencias. Y lo respeto, naturalmente. Pero, como tú sabes, en la diversidad de opiniones está la grandeza de la libertad de expresión. Y esperemos que podamos continuar así por mucho tiempo.

Estimado amigo, ha sido el 2011 un año diferente, conflictivo, convulso, crispado… Un año, política y económicamente hablando, para olvidar. La crisis económica global que ha sacudido a todos los países -a unos más que a otros, naturalmente-, se ha dejado sentir en el nuestro de manera especial, crítica y rotunda. Muchas empresas se han visto forzadas a tramitar expedientes de regulación de empleo, despidiendo a gran parte de sus empleados. Del mismo modo, miles de comercios de todo el país han tenido que cerrar sus puertas al público. Unas y otros -empresas y comercios con antigüedad de dos o más generaciones-, han visto como se desvanecía el trabajo, los desvelos, la dedicación y, en muchos casos, el esfuerzo económico personal de muchos años. Y, también, las ilusiones. Todo ello, amigo mío, ha generado que más de cinco millones de ciudadanos estén desempleados. Que muchas familias se encuentren por debajo del umbral de la pobreza. Una situación, crítica y desesperada, que no se puede soportar por mucho tiempo. Por eso te digo, imaginario amigo, que este año 2011 es un año para olvidar. Pero, sobre todo, también para sacar conclusiones y aprender.

Otro acontecimiento de gran relevancia se ha producido este año en nuestro país: unas elecciones generales que han dado como resultado un cambio de Gobierno. Y este cambio, para bien o para mal, empiezo a considerarlo necesario. Aunque he de confesar que el partido político (Partido Popular) que se ha alzado con la victoria -y que ha obtenido una mayoría aplastante-, sabes que no goza de mi simpatía. Sin embargo, al menos de momento, considero que he de otorgarle el debido y razonable margen de confianza.

Nos esperan duras medidas restrictivas que, aunque las suponemos necesarias, no creo que las asumamos con agrado. Y no sólo porque repercuta negativamente en nuestros bolsillos -que también, claro está-, sino porque desconfiamos que, como suele ocurrir casi siempre, los más perjudicados serán (seremos) los económicamente más débiles. Y eso es motivo más que suficiente para preocuparse. Y mucho. Porque, reconozcámoslo, la equidad nunca ha sido una constante en los ajustes económicos que hayan tenido que asumir los ciudadanos. Pues, incomprensiblemente, en estas cuestiones siempre ha existido un clamoroso y sangrante desequilibrio. Por ello, querido amigo, ahora más que nunca, es necesario que permanezcamos vigilantes.

Un fuerte abrazo y Feliz Año Nuevo.