Autor: Jose Mira Torregrosa

Fuente: http://www.polseguera.com/writers/writing-431_el-amante-imaginario.html


El amante imaginario

Oscar Wolf

El amante imaginario

I

A veces me ves cansado y te preguntas:
¿qué puedo hacer por él,
cómo puedo darle paz a su roto corazón?
Me ves atravesando
las sombras oscuras del ruidoso
bulevar y te dices:
no lo puedo salvar de sí mismo,
de sus severas sentencias, de sus duros castigos.
Oyes el ruido de mis pasos
golpeando el sucio pavimento encharcado.
Escuchas mis poemas ausentes,
la voz de todas mis conjuras.
Ves la máscara que cubre mi rostro,
ves mis manos desnudas sobre
la roca intentando moldearla
como si fuera tu faz.
Me ves perdido en la ciudad,
bajo una lluvia jubilosa y susurrante.

II

Quiero rescatarte
de la noche concupiscente,
de las ruinas de lo que fuiste,
para tenerte entre los olivos perfumados
y besar tus labios, dulces
como la poesía de amor,
besar el cielo, tus tersos pechos
rebosantes de vida y acariciar
tu cuerpo divino y esbelto como
si fuera algo sumamente delicado:
un jarrón Ming
o un Stradivarius.

III

Después del ritual de escribirte
versos no me libero del pasado.
Mi alma es como el alma
de un chapero, siempre sucia,
siempre mancillada por el semen
de viejos pervertidos.
Pero eso no es suficiente para que
oculte mi amor por ti.
Eres fresca y soñadora.
Tu bondad es la llave.

IV

Los poetas como yo tienen un poco
de tontos, viven de los besos imaginarios,
del sexo fácil y de la masturbación.
Necesitan sus chutes de ternura cotidianos,
necesitan ser acariciados de vez en cuando,
como reyes o como perros.
Los poetas como yo son un poco ingenuos,
necesitan soñar y, que una mujer como tú,
sueñe con ellos.
Así ha sido siempre.
Así fue desde el principio.
¿O fue de otro modo?
En una ciudad distinta.
En hoteles, en lugares de ocio y en playas afrodisiacas.
Bebía mucho, me drogaba.
Todos subían y yo bajaba.
Todos tocaban la piel de la lluvia
y mis dedos acariciaban las llamas del infierno,
el corazón del diablo.
Las muchachas se sentaban sobre mis
rodillas y yo las castigaba dulcemente.
Les besaba los pechos jóvenes,
rociados de champán y de perfume,
y me acostaba con ellas
pensando que después de la muerte,
de la última ironía,
del final de la farsa,
la poesía se congelaría
en un invierno de negras nieves,
en una caverna sin aire y sin vida,
en una sórdida renuncia.

V

La música, Dios, los sufistas y el mito de la antigua civilización; los místicos lanzando palomas al vuelo, un grito interior, la poesía, tantas cosas de las que hablarte.
En mi aburrido mundo de libros y de poesía, aparece tu recuerdo de súbito. Podrías venir conmigo a la fábrica de bombas y pegar carteles protesta en los muros.
Luego haríamos el amor sobre el césped; desnudos, bajo una lluvia de estrellas o un eclipse lunar. Acariciaría tus mejillas, te metería la lengua.
He conocido a sectas de hippies que desayunan ácido lisérgico y helados desnatados. He viajado a través de los años y he mudado de pensamiento y de estilo. He cocido mi cerebro con todo tipo de drogas psicoactivas y alcohol.
Ahora te amo. Te amo.
En la tienda árabe te compraré un vestido. En la playa te pondré crema solar en el culo. Te meteré mano en los cines. Te besaré la boca roja de Kamala cada amanecer, cuando la rosada aurora se expande hacia el mundo perdido.
He nacido otra vez; para estar contigo.

VI

Huye. Huye.
No te pares en la estación mojada de lluvia.
Tienes que ser tú; la reina de lo imposible.
Una paloma yace muerta en el parque
y un taoísta llora con un dolor terrible.
La enterrará en la playa.
Huye con él a la playa.
Dile que te ofrezca su vino y su pan.
Decórale el sótano.
Hazle una mamada.
Huye. Huye…
O quédate conmigo.

6-5-2017