Autor: Jose Mira Torregrosa

Fuente: http://www.polseguera.com/writers/writing-426_una-bala-para-jordi.html


Una bala para Jordi

Oscar Wolf

UNA BALA PARA JORDI

Jordi la vio en la barra de uno de esos pubs modernos donde hay fuentes con cascadas iluminadas y un guardia de seguridad con botas militares engrasadas en la puerta. Sara bebía cerveza, y al verlo, lo saludó levantando la cabeza para que él se acercara al fondo del mostrador y se sentara a su lado. Bebieron juntos.
–¿Cuánto hace que saliste de la trena? –le preguntó ella en cierto momento.
–Hace un año.
–Si vuelves a confiarte, te volveré de detener. Y esta vez el juez no será tan compasivo.
–Esto de falsificar obras ya no es lo mío. Te lo prometo.
–No te creo, he visto tu coche, muy caro para un ex–recluso que no trabaja aparentemente en nada. De todos modos, seguro que sigues gastándotelo todo en los casinos.
–El coche está a nombre de una mujer, yo la llamo cara de nieve porque tiene la tez muy pálida.
–¿Es tu chica?
–Sí.
–Pues dile que se ande con cuidado. La ley nunca descansa.
–No seas tan dura, hubo un tiempo en que temblabas en mis brazos cuando te hacía el amor.
–Eso fue hace mucho tiempo, cuando aún eras un hombre honrado. Ahora ya nada es como antes. Te atrapé una vez, y volveré a hacerlo
–¿Quieres que vayamos a nuestro rinconcito para seguir hablando?
–Vale, pidamos dos cervezas y vayamos en mi coche.
Pidieron dos cervezas y Jordi pagó todas las rondas. Luego salieron del local y montaron en el todoterreno de Sara, que condujo hacia la cima de una montaña desde donde se podía columbrar el valle.
Desde la cima de esa mole cubierta de pino y matorral, abajo, a lo lejos, se veían las luces de los pueblos y las ciudades y los polígonos. El canto de la lechuza y el olor de la pinocha les dieron paz a nuestros personajes, que seguían desafiándose mutuamente. En el valle, cerca de un bosquecillo de cañas, la luz de la luna arrancaba al río unos pálidos destellos.
–¿Serías capaz de dispararme? –preguntó Jordi.
–Sí, no lo dudaría.
–¿Y todo por qué –se lamentó Jordi–, por falsificar obras de arte? A ti qué más te da que un millonario sea timado porque le han dado el cambiazo. Esa persona probablemente se ha gastado diez millones de euros en un cuadro mientras hay tanta miseria en el mundo. ¿A cuántos niños que se mueren de hambre habría salvado con diez millones de euros? Yo engaño a gente que le da más valor a una firma que a la vida de miles de niños. En cambio, tú me dices que serías capaz de dispararme. No sería disparar a un terrorista o a alguien se lía a tiros con la gente desde una torre, sería disparar a un hombre que no hace nada menos malo que haga el millonario al que le da el cambiazo.
–No es nada personal –aclaró Sara–. Pero mi misión consiste en hacer cumplir la ley. Ese magnate que tiene colgado en su cuarto de baño un cuadro de Picasso, no infringe la ley, pero tú sí. Ándate con pies de plomo. Te estamos siguiendo los pasos. Por cierto, recuerdo que siempre le has tenido mucho miedo a la muerte y que por eso siempre te preguntabas qué habrá en el más allá.
Jordi se puso en plan filósofo:
–La vida no tendría sentido si no pensara en la muerte. De todos modos, si todo se me acabara porque aprietas el gatillo, mala suerte, gajes del oficio.
Vieron caer una estrella fugaz allende el valle cubierto de cultivos y pastos. Jordi cerró los ojos y pidió un deseo: no tener moral, ni decencia, ni honor, porque las personas que tienen esas virtudes sufren mucho para no perderlas a lo largo de la vida.
Se bebieron las cervezas en silencio. Él terminó por besarla. Entonces, como años atrás, se desnudaron e hicieron el amor. Cava movimiento, cada beso y caricia, los conducía a una especie de Nirvana. Sus cuerpos se cubrieron de sudor a la luz de una luna de agosto. Eran salvajes en busca de placeres primitivos y sutiles, almas liberadas que temblaban en plena cópula como gotas de agua. Ella ahogaba los gemidos y los gritos; sus labios semejaban fuego bajo fuego.
­–No me había olvidado de lo dulce que eres haciendo el amor –le susurró a Jordi al oído.
Jordi empujaba con las caderas aplastándola contra la dulce hierba. Le susurró unas palabras a su amante:
–Me gustaría regresar atrás en el tiempo para volver a enamorarme de ti.
Eso fue en un viaje para universitarios a los Alpes suizos donde esquiaron y pudieron ver gélidos neveros, albergues de madera junto a arroyos helados, bosques de coníferas cubiertos por un manto blanco. Aún había noches que Jordi soñaba que estaba con ella en esos bosques y esas montañas blancas bendecidas por los dioses.
­–Nunca debimos irnos de los Alpes –le dijo ella, y luego gimió­–. Ahora ya es tarde para lamentarse.
Jordi seguía empujando. Ambos pensaron que podrían vivir mucho tiempo en esa nube, en esa unión, como reyes o poetas, y asimismo, que podían desaparecer como barcos que se traga la tormenta Se besaban con pasión, como si ésa fuera la última noche sobre la Tierra. Los dos se sentían mojados y etéreos. No importaba el pasado, no importaba el futuro… acababan de nacer. Se corrieron al mismo tiempo y, en breve, Jordi apoyó su cabeza sobre los dulces senos de su amante mientras ella le acarició el cabello pensando que, en algún lugar, tenía guardada una bala para él.