Autor: Jose Mira Torregrosa

Fuente: http://www.polseguera.com/writers/writing-422_por-un-mundo-mejor.html


Por un mundo mejor

Oscar Wolf

Por un mundo mejor

 

PRIMERA PARTE

El ser humano, en términos generales, es bueno, pero las sociedades son violentas. De todos modos, si un hombre pega a otro hombre, ese acto será catalogado como violencia, y si un hombre mata a diez hombres en una guerra, posiblemente, su país le entregue una medalla al valor. ¿Es inmoral el ciudadano que lastima a su semejante? Sé que dirías que sí. Pero, ¿dirías lo mismo del soldado que mata a un soldado enemigo en el campo de batalla impulsado por los intereses socio-político-económicos de su rey o presidente? La respuesta puede haber cambiado. Por lo tanto, los responsables de las guerras, y estos es muy obvio,  no son las gentes del pueblo, sino los estados. 

   Una de las guerras más mediática fue la de la segunda guerra de Irak contra el poder occidental. La cúpula del poder de los Estados Unidos se inventó que el gobierno iraquí poseía armas de destrucción masiva, que no tenía tal como demostraron varios investigadores de la ONU, y sin pensarlo dos veces, enviaron a ese país sus aviones y sus tropas para masacrarlo por los intereses económicos del petróleo y otros secundarios. Estados Unidos encontró dos aliados, el gobierno de Tony Blair y el de José María Aznar. No voy a narrar los pormenores de esa guerra, eso le correspondería a un historiador o alguien que escribiera el típico ensayo académico, pero sí os contaré una anécdota de ese conflicto bélico. Una mujer me dijo que la contienda en ese país liberaría a Irak, que por fin muchas mujeres podrían ir a la peluquería todas las semanas y tener una televisión en sus casas. Yo le dije: “Dudo que en terminar la guerra los ciudadanos de Irak tengan un mayor nivel adquisitivo, lo dudo mucho, pero lo que sí sé es que en el caso de que muchas familias pudieran comprarse una tele, infinidad de madres tendrán que poner encima de esas televisiones los retratos de sus hijos muertos”.

    Dado que los soldados cometen actos de guerra impulsados por los intereses socio-político-económicos de sus gobiernos y no son más que marionetas movidas por los hilos de los poderes financieros, sería una tontería decir que se juzgara por crímenes contra la humanidad a esos soldados occidentales que actuaron en la injustificada segunda guerra de Irak, pero sí se debería juzgar a los responsables de esa guerra.

   En mi país, la derecha celebró y aplaudió el acuerdo de las Azores en el cual los gobiernos de George Bush, Tony Blair y José María Aznar acordaron atacar al pueblo iraquí, según sus mentiras, para defender al mundo de las armas de destrucción masiva de las que carecían los iraquíes, y según la realidad, por intereses puramente económicos. Llegados a este punto, me atrevo a decir que es lamentable que parte de la ciudadanía ibérica y de otras sociedades capitalistas le dé más valor a la vida de un madrileño o neoyorquino que a la vida de un iraquí o palestino. Si no, ¿por qué el mundo catalogó lo del World Tred Center de Nueva York como una de las mayores catástrofes del último siglo y no hace lo mismo por las masacres que hubo en Irak o por los guetos palestinos? La televisión, al servicio del poder, hipnotiza a los pueblos como en otros tiempos lo hicieron la religión, el opio o el nazismo. Imagina que cuando los aviones de la locura se estrellaron contra las Torres Gemelas yo hubiera salido a la calle y lo hubiera aplaudido y celebrado. Seguramente, el pueblo ibérico me habría linchado. En cambio, muchos seguidores y políticos del PP aplaudieron las masacres de Irak y la gente, la misma gente que a mí me habría linchado por mostrarme satisfecho con la tragedia del 11-S, vio esa barbaridad –aplaudir una guerra injustificada– como algo normal.

   No quiero que se me malinterprete. En ningún caso estoy criticando que las sociedades se sensibilicen con atentados como los atentados fundamentalistas que hubo en Nueva York, Londres o Madrid. Lo que hago es dejar bien claro que para mí la vida de una persona tiene el mismo valor independientemente de su nacionalidad, religión, raza, estatus, condición social o cultura.

   En los atentados del 13-N del yihadismo en París vimos a todo el pueblo europeo unido. Je suis París. Todos éramos París. El terror golpeaba una vez más a las sociedades capitalistas, pero éstas plantaban cara al miedo manifestándose y haciendo proclamas en pos de la paz y la libertad. En muchas ciudades de la península ibérica, infinidad de personas, entre ellas niños, encendían velas en las plazas y depositaban flores blancas, rojas y azules en la bandera de Francia. Es algo admirable, algo que los parisinos nunca olvidarán: el cariño y el apoyo de todo el pueblo ibérico. Pero en el verano del 2104 las tropas israelitas asesinaron a 2200 palestinos, entre ellos más de quinientos niños, y casi en ninguna ciudad europea, por no decir en ninguna, se rindieron esta clase de homenajes al pueblo palestino.

   En verano del 2014 las tropas israelitas mataron a casi 2200 palestinos, entre ellos, más de quinientos niños. Bombardearon escuelas e hicieron tiro al blanco con personas. Puede que en horas de poca audiencia, en algún programa de la 6, hayan puesto un pequeño reportaje sobre la tropelía judía. Y nada más. Curiosamente, anoche, en Punto de Fuga, un programa de radio de horas nocturnas de la SER, hablaron del tema. Si en cambio un avión de pasajeros se hubiera estrellado ese verano contra otro rascacielos de Nueva York, ¿cuántas imágenes y cuántos debates del atentado terrorista hubiéramos visto durante semanas y semanas y semanas?, ¿cuántas lágrimas habríamos derramado en memoria de los muertos de esa tropelía? En Palestina, se están violando los derechos humanos de los palestinos, y lo más lamentable es que nadie hace nada por evitarlo. Estados Unidos no levanta la voz por intereses económicos, pues gran parte de su capital está en manos de israelitas, y por lo tanto, La ONU, los elementos mediáticos y el resto de países capitalistas no levantan la voz. El silencio del mundo es cómplice de asesinato. Imaginad ahora que caen las bombas en las escuelas de vuestros hijos. Estallidos, fuego, gritos, sangre, humo, pizarras caídas, juguetes bajo escombros, y luego el silencio de la noche, el silencio del mundo sobre los niños muertos. Me gustaría que se juzgara a los responsables de estas matanzas por crímenes contra la humanidad, pero el dinero lo puede comprar todo, incluso la impunidad y el silencio.

   Los palestinos, junto al pueblo saharahui, han sido durante muchos años la Cenicienta del pueblo árabe. Viven en guetos donde hay casas en ruinas y faltan la comida y las medicinas. Les es casi imposible salir de esos guetos, de esas cárceles de terror, y cuando un terrorista palestino se inmola con explosivos en un punto neurálgico de Israel, el presidente judío ordena a sus tropas que bombardeen los guetos palestinos para que por cada muerto israelí, mueran diez, o quince, o treinta palestinos, entre ellos, niños, niños que el único mundo que conocen es el del miedo, el hambre, la miseria y el odio. Es como un pez que se muerde la cola. Si la ONU dejara de ser el sirviente de Estados Unidos, que apoya a los israelíes por intereses económicos, si dejara de besarle el culo y tirara abajo los muros de Palestina y juzgara por crímenes contra la humanidad a los responsables israelitas, yo tendría al menos un motivo para creer en el mundo, en este mundo tan bello y tan sangriento.

   La luz de la luna, después de los bombardeos, iluminaba Gaza. Y algunos palestinos, pese haberlo perdido todo, aún tenían esperanza, porque es verdad que en la tierra quemada, tras el paso de los años, vuelve a brotar la hierba.

 

SEGUNDA PARTE

Recordaré al lector que pese a esta última crisis financiera, los gobiernos siguen despilfarrando dinero para adquirir armamento, incluyendo el nuclear por parte de algunos países. ¿Te has parado a pensar que estás viviendo en plena era nuclear? En mi opinión, el pasado y el presente deberían desembocar en una nueva era más moderna que la que ahora conocemos; pero hoy en día, un ser sin alma puede apretar un botón, introducir un código secreto, apretar otro botón y reducir el mundo que conocemos a una nube de polvo radioactivo. ¿Dios o el azar del cosmos nos dieron la vida para que acabemos con nosotros mismos? La era nuclear del presente puede desembocar en una era de muerte y vacío, y sin embargo, casi nadie protesta por evitarlo, ya que debería protestar, cogido de la mano, el mundo entero. Hace tan sólo unas décadas, Estados Unidos y la Unión Soviética atemorizaron a todos los habitantes de este planeta con una guerra fría. La guerra fría de hoy, aunque silenciosa, la llevan a cabo occidente y dictaduras como la de China y la temible Corea del Norte e Irán, exportador de uranio y plutonio y que se ha armado hasta los dientes gracias a los beneficios del crudo que exporta a casi todo el planeta, en especial, a China, que no dudaría en apoyar al régimen iraní en caso de que fuera atacado por Estados Unidos. Cualquiera, de un bando o del otro, podría apretar el botón que nos llevaría, desgraciadamente, a un nuevo tiempo 0 para la humanidad.

   ¿Hay futuro para esta humanidad en este cambalache de políticas y estados diferentes que, en vez de fomentar la paz, fabrican bombas nucleares? No lo sé. Este es un mundo donde los hampones atemorizan al pueblo con sus métodos, donde los terroristas instalan el miedo en la población con sus métodos y donde algunos países, para defender sus imperios, sus intereses, sus negocios, en suma, su sucio dinero, amenazan con destruir el planeta si alguna otra potencia se osa a quitarles lo que ellos le han arrebatado a los pueblos. Tal vez, eso de que el ser humano desee salirse con la suya imponiendo la ley del más fuerte, la ley del terror, sea un problema que podemos erradicar en los cimientos de nuestra educación. Si consiguiéramos que los niños del presente tomaran como símbolos de referencia a Jesucristo, a Gandhi, a Siddartha, a los Dalai Lama y a esos sabios que han predicado la paz en vez de a los actores de películas sangrientas o a los militares que hacen la guerra como si fuera un juego de video consola, posiblemente, el primer paso para la salvación de la humanidad estaría dado.

   Los hombres, cuando son violentos, pierden la razón aun en el caso de que la tuvieran. Pasa lo mismo con los nacionalismos y con los estados. Un lobo se parece mucho a otro lobo; pero un hombre es muy distinto a otro hombre, y creo que ha llegado la hora de que empecemos a respetar nuestras más variopintas diferencias. En mi opinión, los pueblos, manteniendo sus culturas y sus costumbres, sus raíces y sus folclores, deberían unirse en una alianza mágica de paz y no violencia. Tenemos que concienciarnos de que si el ser humano ha caminado siempre en la misma dirección para convertir el mundo en un jardín de bombas atómicas, ahora debería empezar a caminar en la dirección opuesta. El pueblo puede conseguirlo todo pacíficamente, pues es el pueblo quien tiene el poder, aunque todavía no lo sepa. Están deforestando el Amazonas y el mundo se queda sin su pulmón principal, podríamos empezar plantando un árbol cada uno. Suben las facturas de la luz a precios exorbitantes, podríamos todos reducir el consumo de energía un tanto por ciento muy elevado hasta que los precios fueran razonables. Tras la reforma laboral del 2012, los patronos explotan al trabajador. Podríamos, todos, dejar de ir a trabajar hasta que el trabajador recuperara sus derechos. Muchos gobiernos invierten sumas millonarias en armamento nuclear; podríamos manifestarnos todos los días cientos y cientos de millones de personas en el mundo contra la era nuclear. Hay que aprovechar las redes sociales para cambiar la mentalidad de los habitantes del planeta convenciéndolos de que somos nosotros, el pueblo, los que tenemos el poder. A mí, como a vosotros, me pueden cobrar precios exorbitantes por la factura de la luz, pero yo, como vosotros, tengo la capacidad de elegir entre consumir lo cotidiano o reducir el consumo de esa energía a valores mínimos. Nadie me puede obligar a tener todo el día la televisión conectada, a mis nueve o diez horas de aire acondicionado en verano, a no lavar la vajilla a mano, a no leer a la luz de las velas o a no cocinar con otros medios que no sean eléctricos, por poner sólo unos ejemplos. Podemos cambiarlo todo si nos ponemos de acuerdo. Parece que sea imposible, y es porque los medios de comunicación, sobre todo la caja tonta, siempre al servicio del poder, nos convierten en un rebaño sin capacidad de iniciativa. Pero a mí, lo que me parece imposible, y la televisión ha hecho posible, es que 22 multimillonarios le peguen patadas a un balón y veinte o treinta millones de ibéricos permanezcan embobados delante de la caja tonta y griten como locos –yo soy de los que gritan– cuando uno de los jugadores de su equipo mete un gol. Seguramente, si yo organizara una manifestación para protestar contra los ejércitos y las armas nucleares sólo irían unos cientos de personas. Casi nadie parece dispuesto a perder dos horas de su vida por nada del mundo, bueno, por el fútbol. Sin embargo, si mi idea de protestar contra las armas nucleares y los ejércitos hiciera eco en las redes sociales como lo han hecho cosas triviales como el video de un mono tocado el tambor o un payaso cayéndose de una bicicleta, el resultado sería un éxito.

   No podemos borrar nuestro pasado, pero sí podemos escribir nuestro futuro.

 

TERCERA PARTE

   En una novela, menciono el capitalismo del mundo moderno:

   “Algunos animales dejan morir a sus crías raquíticas para destinar más leche a las crías sanas y fuertes. Sólo trato de concienciar a la gente de que si no cambiamos el sistema, si enfermamos o nos debilitamos, nuestra propia madre –el sistema capitalista– nos matará de hambre”.

   El Ébola mataba a miles de personas en África y, sin embargo, no había una respuesta social a uno de los dramas del planeta; pero bastó que esa enfermedad llegara al mundo occidental –menos de veinte infectados– para que televisión, ciudadanía, clase ejecutiva y empresas farmacológicas se movilizaran contra uno de los fantasmas invisibles y contagiosos de la cuna de la humanidad, un África diezmada por los virus, las guerras civiles, el fanatismo religioso, las sequías, las dictaduras, los golpes de estado y las hambrunas.

   ¿Por qué el poder se queda cruzado de brazos viendo cómo mueren muchas personas y cuando la desgracia le salpica un poco se pone manos a la obra para salvar a la humanidad en plan: “”Yo soy Superman”?

   ¿Y por qué lloramos por los muertos de un atentado terrorista en Madrid, Londres, París o Nueva York y no lo hacemos por los muertos de un atentado en Irak o por los sirios que huyen de la guerra civil de su país terminado muchos de ellos ahogados en aguas gélidas o porque fuertes olas empujan violentamente las barcazas a las rocas?

   Al los grandes poderes del sistema les interesa que la gente llore por cosas tontas y plasme insignificancia por los dramas del mundo, excepto si esos dramas tienen lugar en su jardín: 11-S, 11-M, 13-N. Para eso, los gurús televisivos, al servicio de su amo el ejecutivo, formatean la televisión de tal modo que una parte muy vasta de los telespectadores termina enganchada a los programas basura, porque si la mayoría viera constantemente en vez de ese tipo de televisión vulgar las grandes injusticias del mundo, que se ponen muy a menor escala –refugiados sirios, discriminación racial de la policía en algunos estados de Estados Unidos, penas capitales en varios lugares del planeta incluyendo algunos estados rancios y caducos de los Estados Unidos, grandes hambrunas como antípoda a la molicie de ciudades como París, Barcelona o Nueva York, explotación laboral que incluso afecta a miles y miles de niños etc. –, terminaría unida para hacer frente a esas injusticias llegando a cambiar muchas cosas que perjudicarían el bolsillo e incluso dañarían la imagen de ciertas vacas sagradas de la economía  mundial. Los gurús de la televisión saben cómo calar en el corazón de la masa. Una chica contando sus problemas delante de la cámara, unas lagrimitas, alguna historia de amor, y punto; mogollón de peña enganchada a la irrealidad, a la basura televisiva.

   No, la realidad no es que una chica de Adán y Eva se haga la estrecha en una playa de suaves arenas blancas y mar azul turquesa, la realidad, o una de las realidades, es que hoy, un día cualquiera, muchos niños de nuestro país se acostarán sin cenar…  

   Hace algo de tiempo se celebró el G-20 en el que los amos del mundo dijeron que la Tierra tiene que ser dentro de uno o dos años un 2,1 por ciento más rica que los es a día de hoy. Esta gente, moviendo los hilos desde sus palacios de oro y ébano, sólo tiene una manera de hacer más rico al mundo: creando una mayor desigualdad, es decir, empobreciendo mucho más a la clase media y pobre y favoreciendo a los ricos. ¿Son un poco frívolos aquéllos que aseguran que los políticos con mayor capacidad de manejar los hilos han creado esta primera crisis financiera del nuevo milenio para que los ricos sean más ricos aún a costa de generar un mayor índice de pobreza en la clase media y pobre? ¿O puede que sus sospechas tengan fundamento? (Recordad que mientras hemos visto a personas de clase humilde saltar por los balcones porque la crisis ha sido más fuerte que ellos, a niños mendigando comida en las calles, a ancianas a quienes los bancos les han arrebatado sus viviendas, etc., los millonarios se han hecho más millonarios). Si esto fuera una película de Robin Hood asaltaríamos el parlamento europeo y la Casa Blanca para arrancar el mármol y los lujos y dárselo todo a los pobres; pero como es la realidad, la cruda realidad en un mundo donde impera la ley del más fuerte, haremos la revolución desde casa. No se trata de que rueden cabezas, se trata de cambiar la mentalidad de las gentes.

    No podemos seguir permitiendo que los gobiernos capitalistas sigan derrochando millones en sus aviones de guerra y sus destructores, en sus asesores, en su boato y efervescencia y en sus chorradas cuando hay gente en la Tierra que no tiene nada. Anteriormente, he hecho mención a algunos de los problemas que afectan a los ibéricos que viven bajo el umbral de la pobreza. Si miramos ahora más lejos, veremos casos de pobreza mucho más extrema.     

   En el mundo hay unos 55 millones de niños con desnutrición infantil aguda y 19 millones con desnutrición infantil severa. Cada día unos diez mil niños se mueren de hambre en la Tierra. Cierto es que existe un tratamiento nutricional para cada niño al que le salvaría la vida que vale sólo cuarenta euros; pero lo malo es que sólo el diez por ciento de esos niños está siendo tratado con dicho tratamiento. Si todos los gobiernos que componen el G-20 o algún magnate como bien pudiera ser Bill Gates destinaran nueve mil millones de euros en comprar este tratamiento nutricional a todos los niños del tercer mundo, ninguno de ellos se moriría de hambre a medio plazo. Nueve mil millones de euros es mucho menos dinero de lo que le ha costado a algunos gobiernos rescatar a un banco, por lo tanto, le doy la razón a una persona que dijo en Espacio en blanco de RNE que cuando un niño se muere de hambre, ha sido asesinado…

    ¿Os habéis preguntado alguna vez cuánto dinero se nos escapa de las manos comprando artículos innecesarios?

   Yo pienso –y esto os va a parecer la mayor de las utopías– que si parte del dinero que gasta el ciudadano de los sistemas capitalistas en cosas innecesarias como abuso de tabaco o alcohol, consumo de narcóticos, juego, pornografía, uso del coche innecesario, comida que se hace vieja en la nevera y tiramos a la basura, despilfarro del agua y la energía  etc., si parte de ese dinero lo ahorráramos para darlo a los necesitados y a los países pobres, seguramente, el mundo, tras el paso de un tiempo, sería muy distinto. Obvio es que nuestros gobiernos recaudarían un poquito menos de pasta en todo lo derivado al tema de los impuestos debido a nuestras pequeñas privaciones; pero debido a que apenas habría hambre en la Tierra, los países resucitados económicamente gastarían una ingente suma de dinero en contratar más servicios a los países capitalistas cuyas arcas engordarían no a mucho tardar, y en los que su pueblo, y no la clase ejecutiva, habría sido partícipe de la creación del nuevo milagro de que en la televisión ya no se viera nunca más a esas mujeres del Cuerno de África con los pechos secos dando de mamar las últimas gotas de leche a un hijo condenado a morir en unos días rodeado de llantos, de moscas, de sida y de buitres, a esas familias ibéricas buscando comida en las basuras de los supermercados ni a esos campesinos de Chiapas con un fusil en bandolera luchando por el derecho a comer. Obvio es que si se terminara a corto o medio plazo con la pobreza en el mundo, aumentaría considerablemente el consumismo, y eso es tema tabú para algunos economistas. Pero si se aplicaran una serie de medidas medioambientales que respetaran los ecosistemas y redujeran a mínimos la polución –de hecho ya se deberían aplicar algunas de esas medidas para que el consumismo dañe lo menos posible al medioambiente–, podríamos vivir en un mundo más puro donde, además, casi nadie viviría bajo el umbral de la pobreza. El problema es que lo los políticos poderosos nos han hecho creer para defender sus intereses económicos –que ingenuos somos–  que no podemos vivir en un sistema sin gasolina ni diésel cuando, qué ironía, el sol, ese astro rey que creemos eterno, puede conseguir que funcionen vehículos, y  un litro de agua puede obrar el milagro que un coche recorra unos cuantos kilómetros. Como eso, muchas cosas más. Se podría prescindir de todos los productos que dañan el medioambiente, adaptar –esto puede que ya lo estén haciendo– el grano y otros frutos genéticamente a regiones donde no germinar esas plantas, crear lluvia artificial que termine con las sequias, etc. Parece imposible, pero os recuerdo que el Hombre está jugando muy bien a ser Dios, pues ya ha experimentado con cierto éxito con la antimateria. Dado que aumentaría el consumismo, habría que cultivar en más tierras. (Debemos tener en cuenta que en el en mundo hay 1600 millones de hectáreas cultivadas cuando existen 4400 millones de hectáreas aptas para la agricultura). A esto hay que añadir el compromiso humano de ayudar a los habitantes de las tierras escasamente productivas.

   Creo que en este mundo nadie es más que nadie, y por eso pienso que todos tiene derecho, entre muchas otras cosas, a la dignidad, el bienestar, la igualdad y la comida…   

   Una profesora de filosofía me habló de Carlos Marx cuando yo cursaba segundo de BUP y según ella, ese filósofo no era un utópico, sólo que no pensaba que iban a aplicar sus ideas en países pobres, ya que fueron diseñadas para ser aplicadas en países desarrollados donde hubiera más riquezas y más propiedad privada que socializar para que luego, suponía ella, se extendieran con la ayuda de los gobiernos más compensados por estas políticas marxistas al resto del mundo, ni tampoco pensaba ese hombre que las iban a manchar de totalitarismo, crimen, corrupción y hambre. Según esa mujer, resumiendo, Carlos Marx instaba a que se arrebatara riquezas a los ricos y se subiera el nivel adquisitivo a los pobres para que se lograse el equilibrio. Una vez logrado el equilibrio, los ejércitos se disolverían. La idea es brillante, e incluso muy justa. Pero siempre surgen los opositores a esta teoría, que son la inmensa mayoría de la ciudadanía occidental. “Si yo invierto dinero para ganar mucho más dinero y lo consigo, ¿por qué un gobierno me lo tiene que arrebatar?”. U otros que dicen: “¿Por qué yo, que he heredado unas riquezas de mis ancestros, tengo que repartirlas con otros?”. El marxismo es comprensible, y los razonamientos de sus detractores también los son, pues en políticas económicas, puede haber varias grandes verdades. En una novela digo una gran verdad, que con el dinero del hombre más rico del mundo, llamémoslo Bill Gates, se acabaría con el hambre en la Tierra. Yo me inclino por favorecer a cientos de millones de personas en el mundo, por lo que pienso que ojala se le arrebatara casi toda la fortuna a ese hombre dejándolo sólo con el 1 por ciento, suma de la que vivirán a todo tren él, sus hijos, los hijos de sus hijos, y así, durante infinitas generaciones, y el 99 por ciento restante de esa dantesca fortuna se repartiera a partes iguales entre la clase pobre del mundo. Luego, los detractores del marxismo, me rebaten con otra gran verdad: “Quitarle a un hombre la fortuna que ha amasado gracias a su talento y su esfuerzo, además de dejar en el paro a varios miles y miles de trabajadores, es atentar contra la libertad y los derechos humanos”.

    Yo siempre defenderé mi verdad,  porque mi verdad beneficiaría a más personas que la otra verdad, la de los detractores de cualquier teoría de índole marxista. No tengo nada contra Bill Gates, Dios me libre, pero, ¿os habéis preguntado alguna vez para qué quiere ese hombre tanto dinero?

1-4-2017