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El rincón literario: Dime lo que comes y te diré cómo pueden salirte alas

A Luis le gustaban los gorriones. Los miraba posar en la ventana de su habitación que daba a un patio interno, oscuro y sombrío, que le ofrecía como paisaje, mas y mas ventanas del edificio de enfrente a unos tres metros de exigua intimidad. Los miraba, les daba migas de pan, y cuando estaban descuidados tragando con ansia e ingenuidad, cogía la tabla de madera donde partía el pan, y les dada con toda la fuerza suficiente para quitarles la vida procurando no aplastarlos del todo.

Una vez tuvo un sueño donde corría en la plaza tras las palomas, y que las mordía y masticaba, y de este modo, le iban creciendo alas de ángel. Después de ese sueño, el mismo se volvió recurrente, y a su vez aumentando en intensidad, empezaba a volar, y a hacer viajes casi astrales, así conoció parajes lejanos, podía escoger los destinos y las rutas, de hecho una vez, llegó a sentarse a comer en una terraza en el Cairo, y saborear la comida, tanto que al día siguiente no pudo desayunar al encontrarse tan lleno. Otro día, estuvo toda la mañana respirando el olor de las flores de lavanda de Avignon, y por la tarde al echarse la siesta, bailando en una carroza del carnaval de Río, con unas espectaculares alas, que eran la envidia de las mulatas de las escuelas de samba.

Una mañana, al abrir los ojos descubrió que estaba cansado de tanto soñar, pues como toda fantasía, siempre hay que despertar y continuar con lo cotidiano y el sinsabor de lo terreno. Así pensó en hacer realidad su sueño, y este secreto tachado por cualquiera de locura, pasó a ser el sentido de su vida, y el cambio de sus hábitos alimenticios. Poco a poco fue adquiriendo el arte de un buen cazador, y de discriminar a sus victimas. Luego de afinar su tino, fue mejorando en la preparación de los mismos, y la combinación de sabores y mezcla de ingredientes. Cada mañana al despertarse, alucinado por la intensidad de sus sueños, limpiaba su cama de restos de plumas, que no sabía de donde provenían, ya que su espalda no daba señales de metamorfosis alguna. Pero un día, al ducharse y enjabonarse la espalda, sintió dos bultos a cada lado, y desayunó por antojo, migas de pan mojadas en leche tibia. Empezó a notarse asustadizo, y libre a la vez. La pupila de sus ojos estaba dilatándose de tal forma que casi no se veía la parte blanca, solo eso, ojos negros y brillantes. Así más y más, hasta que una mañana después de tener el sueño más intenso de todos, se despertó y al estirarse se desplegaron como un paraguas, unas inmensas alas que le hicieron llorar primero y reír después, con dificultad, pues con pico en vez de labios es difícil sonreír. Empezó a dar saltitos hasta la ventana, y con algo de miedo extendió sus alas, y se lanzó al vació, controlando a los pocos minutos el planeo y el vuelo, ya que bastante lo había practicado en sus sueños. Voló y voló toda la mañana y parte de la tarde, se maravilló de ver que los sueños y la realidad tienen una diferencia que se nota en el estómago, y en las ganas de llorar cuando se logran. Decidió regresar a casa, con hambre y algo extenuado de tanta excitación, y al llegar a su edificio, vio como su vecina, con quien no tenía una relación mas allá de un gruñido semi cortes cada vez que topaba con ella ventana a ventana, estaba colocando migas de pan en el rellano. La situación le causó morbo, ante la ironía y el poder que ostentaba recientemente. Se posó en la superficie y comió con vulgaridad y ansia, mirando de vez en vez a su vecina que le observaba con ojos brillantes, y cuando estaba disfrutando descuidadamente del festín, su vecina sacó una tabla de madera y lo único que sintió fue el dolor que ocasiona cuando se pierde un sueño, para hacer que los viva otro que también quiere tener alas.

Armando Salcedo (erickson30@hotmail.com)
19 de marzo del 2007







 
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