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El rincón literario: El mundo deseado

Actualmente, en el año quinientos seis del siglo cincuenta y seis, estoy sentada delante de mi computadora, en el amplio espacio que me brinda mi habitáculo. La parte donde me encuentro costa de cuatro puertas circulares con sonido digital, cuarenta y seis botones, catorce tubos suministradores y tres teclados. Con cada uno de los botones dirijo las operaciones con la ayuda de los teclados, introduciendo códigos y claves a través de un lenguaje de programación impuesto para el suministro de alimentación y energía.

Mi habitáculo de forma esférica, se comunica con el exterior por cuatro ventanas semicirculares a través de las cuales diviso mi nave estacionada, siete torres de control espacial y algún que otro transeúnte suspendido en el aire. Por detrás de la embajada de neptuno, observo dos montañas plagadas de árboles, y me pregunto por la mano humana que las creó y que material debió emplear para ello hasta conseguir una morfología tan perfecta. Como es de suponer no hallo respuesta. Pero a lo que voy, regreso a mi habitáculo y me dispongo a leer el disquet que me conseguí en la biblioteca interactiva. Me interrumpe mi primo que me llama por la línea a cuatro de intralec desde saturno dónde reside hace dos años con la mujer que conoció en su viaje a tierras marcianas. Le cuento la noticia: en casa estamos de celebración , papa murió la semana pasada y acaba de llegar recién clonado del laboratorio que regenta su tío en mercurio. Aunque si les cuento mi verdad “a mi no me parece tan papá. Por fin puedo ver como el disquet interactivo me habla de nuestros antepasados, me río cuando veo que viajaban en coche una estructura metálica con cuatro neumáticos circulares que se deslizaban a toda velocidad por el asfalto (claro no tanto como mi nave), comían lo que ellos mismos cocinaban en lo que llamaban cocinas ¡que ingenuos! Con lo fácil que es introducir un código y acercarse al tubo suministrador.

Ahora se nublan mis ojos ante lo que contemplo. Aquí me habla de justicia y dice que una persona la dictaba, para ello se leía durante años libros impresos en papel en algo que llamaban universidad, eso la diferenciaba de las demás y le daba el derecho a juzgar la vida de las personas en un mundo dónde aún no existía la clonación. ¿Y que decir de aquél trozo redondo de metal que a veces se presentaba en forma de papeles? En él radicaba el mundo, vivían por y para él y por él llegaban a cualquier cosa, dólares, pesos, euros, lo llamaran como lo llamaran siempre acababa dividiendo y clasificando a las personas.

Paso página y me encuentro con el capitulo de una juventud consumiendo estupefacientes nocivos mientras hablaba de libertad en una cárcel que ellos mismos se creaban. Ahora es cuando desconecto mi computadora, ¡no quiero leer mas! ¡ya he visto suficiente! Me alegro de ser yo misma en el año quinientos seis del siglo cincuenta y seis, de vivir en mi habitáculo esférico de la colunna dieciocho de la calle dos mil cuatrocientos setenta y cinco del planeta tierra. Y sobre todo me alegro de asomarme cada día a mi ventana circular y contemplar aquellas montañas plagadas de árboles legendarios que me hablan con la experiencia de los siglos.

C. SANCHEZ
guaditokana@hotmail.com


 
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